jueves, agosto 16, 2007

Aventuras en Bolivia, Chile y el sur peruano
Pier Barakat en Ruta Inka

ACLARACIÓN! Ésta es la nota que apareció en el diario La Industria de Trujillo, el mismo día que enrumbé hacia el punto de partida de la Ruta Inka 2007. Las 32 siguientes notas (que aparecen una tras otra, cada una con su respectiva imagen), fueron escritas durante la expedición. Espero que les gusten. (PIER).

Nuestro intrépido periodista Pier Barakat Chávez inició ayer el viaje hacia el punto de partida de la Ruta Inka 2007, “Tras las huellas de Manco Cápac”, expedición que recorrerá durante 41 días las principales ciudades de Bolivia, el norte chileno y el sur del Perú, siempre siguiendo el Camino Inca o Qhapaq Ñan.
Junto con más de 100 universitarios y periodistas de diferentes partes del mundo, Barakat atravesará ríos, lagos, valles, montañas y desiertos en busca de las huellas del fundador del Imperio Inca. Pero no sólo eso. Nuestro periodista tiene como misión enviar una crónica diaria y fotografías de los lugares que irá recorriendo con los demás expedicionarios, que serán publicadas en una página diaria a full color desde el próximo lunes 25 de junio en nuestra edición diaria.
La Ruta Inka, que este año emprende su cuarta edición, es una gira cultural ideada por el ex diplomático peruano Rubén La Torre, quien invirtió todos sus ahorros para hacer realidad este proyecto, que emula a la Ruta Quetzal que une América y Europa.
Aunque en ediciones pasadas se recorrió parte de Ecuador, ésta es la primera vez que los expedicionarios pisarán tierras en tres países hermanos: Bolivia, Chile y Perú, que se encuentran unidos por lazos históricos, sociales y culturales.
La Ruta Inka parte el 21 de junio de la ciudad boliviana de Tiwanaku, donde se participará de la fiesta del Willakakuti o retorno del Sol, que se celebra en el templo preinca de Kalasasaya. Se escogió este día por ser el más corto y frío del año.
Luego se recorrerá ciudades como Copacabana, La Paz, la comunidad aymará de Coroico, el Parque Nacional Sajama (Oruro) y el gran salar de Uyuni, considerado como el desierto de sal más grande del mundo.
Posteriormente, se ingresará por vía férrea a Chile, donde se visitará las ciudades de Calama, San Pedro de Atacama, Pozo al Monte, Putre y Arica. El 10 de julio, la expedición retornará al Perú para visitar las ciudades de Tacna, Ilo, Arequipa, Puno y Cusco, culminando en el santuario de Machu Picchu, al cual se llegará tras una larga travesía por el Camino Inca.
Barakat, como todo peruano orgulloso de su tierra, se mostró entusiasmado con la aventura e intentó olvidar la comprensible congoja que siente por apartarse tantas semanas de sus seres queridos. “Tendré la suerte de recorrer tres países que un día se enfrentaron, pero que a la vez guardan afinidades históricas y sociales, que trataré de plasmar en mis escritos”, declaró ayer nuestro reportero poco antes de partir a la capital.Cabe mencionar que ésta es la primera vez que el diario La Industria de Trujillo, Vicedecano de la Prensa Nacional, envía a uno de sus reporteros a una expedición de este tipo. Siempre, pensando en nuestros lectores.
Viaje al punto de partida de Ruta Inka 2007 y algunas extrañas señales
A escasas horas del comienzo
¿La suerte está de mi lado o se trata de una artimaña del mágico mundo andino?

La noche en Puno es menos gélida de lo que esperaba. Los reportes climatológicos que anunciaban temperaturas menores a cero grados en el sur del país me mantuvieron intimidado en Trujillo, desde antes de alistar mi mochila. Sin embargo, la suerte hoy corre de mi lado pues -sin exagerar- más frío sentí el día de mi partida en la ‘Capital de la Primavera’, que en este instante en que escribo estas líneas en una habitación solitaria de un hostal ubicado a escasos metros de la pintoresca Plaza de Armas de Puno. Y no es que el friaje sea mentira, sino que este fenómeno se siente con crudeza en las zonas más alejadas de esta provincia, las mismas que pronto visitaré.
Puno, según logré apreciar en mis primeras horas de estancia, posee una atmósfera tan mística como la cusqueña. Algunas de sus calles, empedradas y angostas, sumadas a una iluminación ambarina que resalta sus edificios más bellos (como la Catedral, por citar un ejemplo), le dan un toque casi mágico y misterioso que se camufla entre mujeres de polleras, hombres en llanques de miradas desconfiadas y también numerosos turistas de cabellos dorados.
Antes de llegar a Puno pisé Juliaca. El avión partió desde Lima a las 2:30 de la tarde y demoró dos horas y media en aterrizar en el aeropuerto ‘Inca Manco Cápac’, terminal aéreo donde precisamente se observa una gran efigie del fundador del Imperio de Los Incas, con el índice izquierdo apuntando al horizonte y la mano derecha empuñando una barreta de oro. Ésa fue la primera señal que se me presentó en lo que va del viaje, pues la Ruta Inka 2007 se denomina ‘Tras las Huellas de Manco Cápac’. ¿Acaso habré encontrado la primera huella? Quién sabe.
Del aeropuerto de Juliaca me dirigí a Puno en una combi, atravesando una sabana de ichu amarillento. El ocaso cargó los cielos de una tonalidad sanguinolenta, mientras que el conductor del vehículo esquivaba con pericia y suerte los rezagos de una protesta matutina (vidrios, piedras y maderas ‘adornaban’ el camino). Puno y Arequipa, precisamente hoy, bloquearon sus caminos para exigirle al gobierno la disminución en el precio de los combustibles y una nueva licitación de la carretera Interoceánica. “Tenemos suerte de poder pasar, porque temprano estaban rompiendo los vidrios de los carros”, comentó el chofer de la combi que me dejó en la ciudad de la Diablada, ‘Capital del Folclor Peruano’. ¿Una segunda señal?
Lo primero que haré mañana será abordar un bus hacia la ciudad boliviana de Tiwanaku, punto de partida de la Ruta Inka. Según pude averiguar, esta localidad se encuentra a unas tres horas de Puno, cruzando Desaguadero, a más de 3.800 metros de altitud. Será allí donde me reuniré con los demás aventureros que en este momento están viajando por tierra desde Lima, directamente hacia allá. El programa indica que en el templo preinca de Kalasasaya, ubicado en Tiwanaku, se realizará la fiesta del retorno del Sol, con ofrendas a la Pachamama. Dicen que mañana se vivirá el día más corto y frío del año en Bolivia, por ello, recapacito y pienso realmente que el abrigo de esta noche es sólo una tregua para los próximos 41 días de heladas que nos tocará vivir a los aventureros. ¿Acaso el Dios Inti se apiadará de nosotros y nos enviará su calor? ¿O tal vez se enfurecerá por pretender desentrañar los caminos de nuestros antepasados, siguiendo la huella de su hijo mayor?
Evo Morales ha prometido estar presente en la fiesta de Kalasasaya, y espero llegar a tiempo para arrancarle algunas palabras. Si no lo consigo, ya veré de qué escribo mañana. En este tipo de viajes, en los cuales uno se aventura en tierras inhóspitas, sólo queda rogar a Dios que nos proteja. En mi caso, que deberé enviar una crónica diaria, debo pedirle además al altísimo que me permita encontrar conexión a Internet todos los días. Es un reto. Pero no deja de ser un riesgo. Así es el periodismo, un oficio impredecible pero satisfactorio. Al menos así lo siento yo en esta noche de soledad, a incontables kilómetros de mi hogar, en esta sierra de congojas acumuladas durante muchos siglos.
Pues la sierra es triste y misteriosa. Lo plasmó Ventura García Calderón en sus cuentos, relatando historias de nexos ocultos entre el hombre andino y la naturaleza, de pactos con aves monstruosas que castigaban a los forasteros de malas intenciones y ríos que arrastraban con almas despiadadas. Si lo que García Calderón contaba es cierto, yo, desde este ordenador, le prometo a la naturaleza andina caminar con sigilo y buenos deseos, sólo buscando ese dato curioso que, a la distancia, espero satisfaga a los lectores. Una doble promesa es la mía… con el Ande y con Trujillo.

Por último, los 41 días, ¿o acaso 40?, de viaje
Si le descuento el último día a la Ruta Inka (31 de julio), fecha en que los expedicionarios sólo se despedirán y no habrá actividad alguna que cumplir, realmente esta aventura dura 40 días. Y 40 es un número con historia, lo cual nuevamente me hace sospechar de una señal. En la Biblia, el número 40 significa tiempo de preparación. Los ejemplos son numerosos: los 40 días del diluvio y los 40 días que estuvo Moisés en el Monte Sinaí son sólo dos. ¿Quieren más? Pues los hay. Los 40 años que pasó el pueblo de Israel en el desierto y los 40 días que Cristo permaneció apartado del mundo.
En términos religiosos, del número 40 se derivó la ‘Cuaresma’, tiempo que guarda relación con el calendario agrícola y la renovación de la tierra. Tiempo de sencillez y austeridad que permite compartir. Pensándolo bien, esta ruta sí tiene algo de divino. Somos más de 100 los jóvenes que decidimos enrumbarnos en ella y definitivamente la abstinencia, el ahorro y el compañerismo serán nuestras mejores armas para cumplirla con éxito. ¿Qué pasará cuando el alimento sea escaso y el frío cale nuestros huesos? Pensar en salvar el pellejo, como se dice, no es la respuesta correcta. En este viaje, estoy seguro que se estrecharán lazos de hermandad y ayuda mutua entre todos los participantes, sin importar procedencia, raza o edad. Que así sea.
Pueblo ubicado en frontera con Bolivia reúne todos los ‘demonios’ de nuestra Patria
Desaguadero, Perú chiquito
Expedicionarios de Ruta Inka 2007 vivieron el primer día de aventura y arribaron a Tiwanaku.

El pueblo más alejado del sureste peruano es una suma de conflictos que, si los juntamos, obtendríamos un solo resultado: Perú. La informalidad materializada en los vendedores ambulantes le da la bienvenida a los turistas que pretenden viajar a Bolivia o que ingresan a nuestro país provenientes del Altiplano. Las calles ‘adornadas’ con desperdicios es otro de los ‘demonios’ de Desaguadero, un pueblo que sobrevive del comercio legal pero sobre todo del contrabando.
Hoy desperté en Puno a las 8 de la mañana y el calor continuaba de mi lado. La ciudad lucía alborotada por una nueva protesta social y yo sólo quería desayunar en algún lugar donde no cobren en dólares o con tarjeta Visa. En un pasaje pintoresco, cercano de la Plaza de Armas, ingresé a un negocio pequeño y oscuro donde vendían tamalitos puneños a un sol con cincuenta céntimos. Vaya mi suerte que mientras saboreaba esto, apareció un buen amigo trujillano: Miguel Martínez. Estudiante de Ciencias de la Comunicación en la universidad de la cual egresé, no sólo me acompañó sino que me hizo ver parte de la realidad de Puno: la pobreza. “De hecho que éste es el departamento más pobre del país, camina cinco cuadras arriba de la Plaza de Armas y lo verás”, me dijo, con la autoridad de quien ya ha dormido tres noches en esta ciudad. Yo, que ya debía abordar un bus a Desaguadero, preferí esperar para cuando la expedición viniera a Puno para subir esas tremendas cinco cuadras.
La cobradora del bus a Desaguadero era una mujer ataviada de polleras y chompas, con una larga trenza que culminaba en un tejido de lana con flecos. En mi costado se sentó un hombre que me habló de contrabando, de las promesas incumplidas del gobierno, de la muerte del alcalde de Ilave, ya hace un par de años, y de la agricultura serrana, que depende de las lluvias. Juan se llamaba y su charla se confundía con un fondo maravilloso. El gran Lago Titicaca, que de acuerdo con la posición del sol cambiaba de colores. En algún lugar, a la distancia, se veía azul marino y brillante. En otros, se tornaba verduzco y en las partes que se ubican a sólo 20 metros de la carretera, el agua lucía cristalina. Un verdadero espectáculo natural que distrae al viajero durante el tiempo que demora arribar a la frontera.
Pero no todo es malo en Desaguadero. El ingenio del peruano se evidencia en unos vehículos fabricados sobre un triciclo de tres ruedas, pero que posee 18 velocidades y hasta dos asientos muy confortables para transportar, a cambio de un par de soles, a personas o mercadería. “Así es mi tierra”, es el nombre de un restaurante colocado con inteligencia cerca de la línea divisoria. De hecho, así es.
En este pueblo, donde también se evidencia la ‘astucia’ del peruano (una mujer quiso venderme tres mandarinas por dos soles… ¿acaso me vio cara de gringo?) hoy nos reunimos más de 40 expedicionarios de la Ruta Inka. Ellos llegaron en un bus que no pudo cruzar la frontera y, maleta en mano, tuvieron que cruzar a pie el puente internacional, bajo los letreros de ‘Gracias por su visita’, en el lado peruano, y ‘Bienvenido a Bolivia’.
Luego de los controles migratorios, judiciales y en Aduanas, por fin todos pisamos tierras bolivianas. Vaya sorpresa nos dimos cuando, en este lado del mundo, todo era igual o hasta peor que en Perú. El desorden de las combis, el transitar apresurado de los tricicleros, el griterío de los cobradores de los buses y los ambulantes tan parecidos a los nuestros por un momento me situaron en el pandemónium trujillano llamado La Hermelinda. Pero no, mi ciudad está muy lejos de esto.
Un total de 40 costarricenses, peruanos, estadounidenses, un venezolano, españoles, una periodista que vino desde el Principado de Luxemburgo, una argentina, una uruguaya, una puertorriqueña y muchos otros aventureros, unos más bullangueros e inquietos que otros por su edad, pero todos buena gente, viajamos en cuatro combis hasta la localidad boliviana de Tiwanaku, ubicada a 3.800 metros de altitud, a unos 40 minutos de la frontera y una hora más de adelanto que en Perú. Los rezagos de la fiesta del retorno del Sol, en la cual participó Evo Morales, nos dejaron una ciudad sucia y vacía, oscura y desolada. Sin embargo, la emoción no se resquebrajó en el grupo, a pesar de que la primera noche tuvimos que dormir hasta tres personas en una sola cama. La Ruta Inka ya ha comenzado y continuará con fuerza.
Los planes indican que mañana viernes conoceremos el complejo arqueológico de Tiwanaku y el balneario de Copacabana, ubicado a orillas del Titicaca. El primer día con esta gente fue agitado, pero no menos excitante. Espero que así continúe. Sólo de nosotros depende ello.
Ruta Inka 2007 llegó al complejo arqueológico de Tiwanaku
Baño de energía Aymara
Aventureros se cargaron con la magia de los enigmáticos templos preincas ubicados en Bolivia.

Cuando Andrés Jiménez llegó a la piedra donde Evo Morales juró como presidente de Bolivia, en el complejo arqueológico de Tiwanaku, se colocó en cuclillas, cerró los ojos y reposó sus dos manos sobre el inmenso resto lítico. Este expedicionario costarricense, larguirucho y de melena larga, sólo quería sentir la energía que impregnaron los aymaras en esta grandiosa construcción. Y, por lo que dijo luego, lo consiguió. “Se sentía muy cálido y por un momento mis manos empezaron a palpitar, como si estuviera recibiendo algo”, expresó poco antes de que el guía de turismo pidiera continuar con la marcha.
Las ruinas de Tiwanaku se ubican a sólo diez minutos a pie de un pueblo homónimo, a más de 3.800 metros de altitud (a dos horas de La Paz) y son consideradas como el complejo arqueológico más importante de Bolivia. Los expedicionarios de la Ruta Inka ayer visitamos este lugar y admiramos sus templos ceremoniales, sus monolitos, las famosas puertas del Sol y la Luna y los museos aledaños al complejo. Aquellas imágenes que sólo las pude ver de niño en los libros de Historia del Perú, por fin estaban allí, tan cerca, tan perfectas, sintiendo como yo los vientos gélidos de los Andes.
Pero no sólo fue el aventurero costarricense quien recibió ese baño de energías positivas. En realidad, todos los expedicionarios frotaron las piedras pulidas, escucharon el eco de los viejos escenarios y atraparon con las manos, abriéndolas y cerrándolas de manera simbólica, las vibras de los antiguos pobladores.
En Tiwanaku existen numerosos centros ceremoniales, desde los que se ubican bajo la tierra y que los aymaras dedicaron al inframundo o tierra de los muertos, hasta el majestuoso Kalasasaya, donde se conserva la famosa Portada del Sol y hasta dos monolitos pétreos impresionantes. Los grabados en las construcciones, dedicados al Dios Wiracocha, Inti o Sol, así como a otras deidades del mundo Aymara, demuestran que esta civilización preinca alcanzó un elevado grado de desarrollo arquitectónico y cultural.
Lo que más impresionó ayer a los expedicionarios de la Ruta Inka fueron las inmensas piedras que se emplearon en la construcción de los templos. El guía explicó que probablemente las rocas de granito fueron traídas en barcos desde el actual territorio peruano. Sin embargo, todo lo que se sabe son conjeturas e hipótesis que pretenden explicar la edificación de los templos. “Definitivamente, los aymaras fueron un pueblo muy extenso y desarrollado, con ciudades mucho más grandes que las existentes ahora en Bolivia”, dijo el guía.
Poco antes de la visita, el etnomusicólogo chileno Marcelo González Borié explicó a los expedicionarios, en breve charla, que la civilización Aymara surgió hace más de 2.800 años y que su cosmovisión fue la base del Imperio de los Incas. “Los Incas, aprovechando una crisis política y social que sufrían los aymaras, generada por un problema demográfico, logran dominarlos militarmente y colonizarlos. Sin embargo, los Incas fueron más astutos que los españoles porque no intervinieron en el mundo cultural Aymara sino que lo hicieron suyo”, explicó.
El experto agregó que los Incas sólo se preocuparon de frenar rebeliones aymaras, para lo cual aplicaron una política de disgregación. Esto quiere decir que, si un poblado Aymara presentaba muestras de insurrección, los Incas lo desterraban a territorios alejados para así frenar sus intenciones separatistas o sediciosas. “Eso explica que encontremos poblados aymaras en el actual Ecuador, por ejemplo. No obstante, el mundo Aymara y su cosmovisión continúa presente en pueblos de Bolivia, Chile y Perú donde se continúa practicando su filosofía que predica lo siguiente: ‘nadie es tan pequeño como para no brindar ayuda, ni tan grande como para no necesitarla’”, puntualizó el chileno.
La visita a las ruinas de Tiwanaku, además del Templo de Kalasasaya, el Monolito Ponce y la Puerta del Sol, también incluyó el templo de Pumapunko (Puerta del Puma) donde funcionó un tribunal de justicia Aymara. Allí, los jueces condenaban, en muchos casos a la decapitación, a quienes infringían los códigos legales de aquel entonces. Fue durante esta visita donde se observó con claridad el proceso de depredación que han sufrido, por parte de busca fortunas y pobladores ignorantes, las ruinas bolivianas. Una muestra de ello es que muchas piedras de estos centros se utilizaron como material de construcción de viviendas actuales, en la edificación de la iglesia del pueblo de Tiwanacu, ubicada en la Plaza de Armas de esta localidad, y para pavimentar numerosas calles de la ciudad de La Paz. Un atropello que también se cometió en el Perú tras la llegada de los españoles. Así es la historia y, por desgracia, no se puede cambiar.
En esta ciudad boliviana se vive una clara y armónica fusión entre lo católico y Aymara
Sincretismo en Copacabana
Hermoso santuario guarda la sagrada imagen de la Virgen de la Candelaria, patrona del país altiplánico.

Miguel Ángel Mamani, poblador de La Paz, compró esta semana una combi de color celeste con los ahorros de su vida, para trabajar en transporte urbano en la sede gubernamental de Bolivia. Aunque el vehículo es de segunda mano, la inversión fue elevada y, por ende, riesgosa. Mamani, fiel a las costumbres religiosas bolivianas, condujo su nuevo vehículo hasta Copacabana, en un viaje de cuatro horas por tierra y agua (para llegar a esta ciudad ubicada a orillas del Lago Titicaca, todos los vehículos deben ‘navegar’ sobre tremendas balsas para cruzar la orilla) para que sea bendecido en las afueras del Santuario de la Virgen de la Candelaria, llamada también de Copacabana.
Lo curioso de esta bendición es que es oficiada tanto por un sacerdote católico, quien esparce la clásica agua bendita sobre el vehículo, como por un curandero Aymara, quien reza a los Apus y a la Pachamama, mientras sahúma con incienso alrededor del automóvil. Mamani escogió a un cultor de la cosmovisión Aymara llamado Mateo (vaya nombre bíblico) para que se encargue de purificar su adquisición. “Si este año es una combi, el próximo será un microbús”, repetía el sabio andino durante el ritual efectuado al promediar el mediodía. “Es para que me vaya bien en el negocio y no sufra un accidente”, comentó el paceño poco antes de abordar su combi y retirarse de las afueras del santuario, ubicado en la Plaza de Armas de Copacabana.
Esta ceremonia, que se realiza a diario en Copacabana, es la muestra más clara del sincretismo existente entre la religión Católica y las costumbres aymaras en Bolivia. Es casi increíble ver cómo un ritual que bien podría ser considerado como pagano, se realiza en las afueras de un templo católico que guarda a la bendita Virgen de la Candelaria, patrona de Bolivia desde 1925. Automóviles del año, combis, camionetas, microbuses y hasta camiones son llevados desde todas partes de Bolivia y Perú a este lugar para recibir los buenos augurios de sacerdotes y chamanes. Los vehículos primero son lavados y perfumados, y luego adornados con flores y artesanía local elaborada con totora, que venden comerciantes informales instalados en una feria permanente frente del templo. De inmediato, el representante católico arroja el agua bendita y, ni bien culmina, entra el turno del chamán, quien quema incienso y ora a sus dioses por la prosperidad de su contratante. Al culminar, el propietario del vehículo bendito pasea con sus familiares por las orillas del Titicaca (en ocasiones se dejan ofrendas) y luego beben cervezas (muchos empiezan a tomar incluso en la fachada de la iglesia).
Pero ésta no es la única muestra del sincretismo religioso que se percibe en Copacabana. Otro ejemplo clarísimo se observa en el mismo santuario, en cuya fachada se observa la efigie del modelador de la imagen sagrada, el indio Francisco Tito Yupanqui, vistiendo el clásico atuendo del Incanato y cargando la imagen de la Virgen María con el bebé Jesús entre brazos. Valga mencionar que, según la historia, Tito Yupanqui elaboró la escultura de la Virgen en el año 1583.
Si seguimos avanzando y llegamos a la puerta del templo, observamos otro detalle interesante. Grabado en la madera, se observa a Tito Yupanqui, en el año 1580, soñando con una Virgen que carga entre brazos a un bebé, dando la impresión de que el descendiente Inca recibió una señal divina que lo motivó a esculpir la imagen.
Por último, para completar esta fusión perfecta entre lo Católico y lo Aymara, justo frente del santuario, en medio de la Plaza de Armas, se observa una pequeña ‘Puerta del Sol’, elaborada con tres bloques de piedra, muy similar a la existente en el templo de Kalasasaya, situado a escasos minutos del pueblo de Tiwanaku (a 40 minutos de la frontera peruana).Todo este ambiente, que no deja de ser festivo, genera en el turista la sensación de estar perdido entre dos mundos, el mágico, oriundo y misterioso Aymara, y el Católico venido desde Europa tras la conquista española. Tal vez, por ello Copacabana es una de las ciudades bolivianas con mayor índice de turismo. Ése es su secreto. Un fascinante y armonioso misterio.
Paseo en bote en Lago Titicaca se convirtió en una aventura terrorífica
Los dioses se enfurecieron
Ruta Inka 2007 navegó hasta las Islas del Sol y la Luna, ubicadas en el lado boliviano del lago sagrado.

Todo sucedió por no haberle entregado una ofrenda a la madre tierra. Un día antes del viaje, el sacerdote Aymara había preparado, con ayuda de los integrantes de Ruta Inka, dos envoltorios con hojas de coca, dulces, alcohol y fetos de llamas; ambos para ser quemados en la Isla de la Luna, ubicada en el sector boliviano del Lago Titicaca. El Amauta encargó a dos expedicionarios los preparados envueltos en mantas y les recomendó que hoy los lleven al viaje a las islas sagradas para ofrendarlos a los dioses. Sin embargo, el joven chileno que debía cargar el paquete que correspondía al Dios Sol, lo olvidó. Un grave error que pudo desencadenar una tragedia…

La luna molesta
El viaje comenzó a las 9 de la mañana. Los casi 100 aventureros nos reunimos en el terminal de Copacabana, donde abordamos dos lanchas motorizadas que contaban con un ambiente interno con asientos y otro en la parte superior con bancas y sin techo. Como primer destino se escogió la Isla de la Luna, ubicada a casi dos horas de navegación en el Titicaca. Un viento gélido soplaba en los rostros de quienes viajábamos a la intemperie pero el Sol iluminaba nuestros cuerpos y, en cierta forma, apaciguaba el frío. El majestuoso lago nos mostraba sus más preciados tesoros, como pequeños islotes con árboles solitarios, y con frecuencia volaban algunas aves sobre nuestras cabezas. Otras embarcaciones se nos cruzaban y el oleaje del lago no hacía presagiar lo que ocurriría después.
Cuando la Isla de la Luna ya se encontraba a menos de un kilómetro de distancia, las aguas del Titicaca se alborotaron de una forma tan repentina y violenta, que los botes empezaron a ladearse espantosamente. El Sol se ocultó y las nubes tiñeron los cielos con una fúnebre tonalidad grisácea. Tan fuerte fue el movimiento de las olas, que ninguna de las dos embarcaciones logró anclar en el muelle. Los tripulantes no reclamamos, pues rápidamente comprendimos el peligro que implicaba empecinarnos en descender. No obstante, lo que no sabíamos en ese momento era que la mitad de la ofrenda se había quedado en tierra, atrapada en un cuarto de hotel. ¿Acaso los dioses se enfurecieron por ello?

La furia del Sol
Las embarcaciones continuaron con su marcha pero esta vez hacia la Isla del Sol, situada a más de dos horas de viaje. En forma increíble, conforme nos íbamos alejando de la Isla de la Luna, las aguas fueron calmándose y los cielos otra vez lucían celestes. Ambos barcos encallaron en la inmensa isla y los expedicionarios, tras el almuerzo, recorrimos a pie lugares impresionantes como la Piedra Sagrada, las Pisadas del Sol, el laberinto o Chincana, el rostro de Wiracocha y muchos otros centros arqueológicos pertenecientes a las culturas Tiahuanaco e Inca que guarda esta isla boliviana.
Luego de casi dos horas de recorrido, tiempo en que los aventureros también aprovecharon para comprar souvenir, gorros o medias de lana de alpaca, algunas mujeres del pueblo nos ofrecieron un peculiar almuerzo, a manera de bufete, conocido como Aptapi, donde cada lugareña brinda algún plato a los visitantes, tendiendo los alimentos en telares en medio de una plaza. La mayoría degustamos de papas y ocas sancochadas, además de quesos y sabrosas cremas. El ritual completo debió haber incluido la ofrenda en la Isla de la Luna. Sin embargo, esto no se pudo realizar. El sacerdote aymara se preocupó y advirtió del peligro. “Los dioses deben estar molestos, así que deben ir con cuidado en lo que resta de la expedición”, señaló. Yo, como la mayoría, no le creímos.
Nos equivocamos. Eran más de las 5 de la tarde cuando emprendimos el viaje de retorno hacia Copacabana. La primera lancha, en cuya parte superior iba yo con otros siete jóvenes, zarpó algunos minutos adelantada. Los cielos lucían amenazadores, aunque no para temer por una tormenta. Cuando la embarcación ya se encontraba a diez minutos aguas afuera, comenzó lo peor. Los dioses nos castigaron con toda su furia. Las aguas del Titicaca se revolvieron de una manera nunca antes vista, según el aymara que también viajaba de retorno. El bote se ladeaba y quienes iban en la cabina desataron en llanto. A quienes íbamos al aire libre, hasta nos lloraron para que bajáramos, pero optamos por continuar allí para no ser parte de la histeria que se vivía dentro de la embarcación. La temperatura descendió hasta tal vez los cero grados, los vientos soplaban con furia y, lo peor de todo, la noche caía sin piedad. El barco de fierro y madera avanzaba lentamente y en más de una oportunidad chocó contra piedras o maderos. Los gritos de las mujeres no cesaban. El ambiente era dramático. Por un momento, con sinceridad, pensé que la embarcación iba a naufragar.
Los ocho que íbamos arriba optamos por acostarnos en el piso y juntar nuestros cuerpos para compartir el calor y también protegernos de las aguas del lago que nos humedecían con gotas diminutas y heladas. Pero el temor no había cesado. La noche estaba ad portas y, entonces, decidimos rezar. El Padre Nuestro y el Ave María coreados en ese momento de pavor, daban la impresión de que nuestras vidas iban a extinguirse en cualquier instante. Rezamos y rezamos y Dios nos escuchó. O tal vez el Sol nos perdonó gracias a las plegarias que en la otra embarcación realizaba el sacerdote Aymara, con hojas de coca y alcohol. No lo sé. Las nubes se dispersaron, dejando libre a una oportuna luna llena, que iluminó el recorrido de las balsas que, por irresponsabilidad de sus propietarios, carecían de luminarias. Las aguas del lago también fueron calmándose, al igual que nosotros.
Luego de casi tres horas, el viaje terrorífico culminó. Por fin, a la distancia, apareció Copacabana y nuestras almas volvieron a su lugar. El sacerdote aymara nos reprochó por nuestra dejadez y nosotros, en nuestras mentes, renegamos del olvidadizo chileno. El curandero prometió remediar la furia de los dioses, entregándoles las ofrendas al amanecer en un cerro sagrado de Copacabana llamado Niño Corín (que mira a la salida del Sol) que, según la creencia, es un punto cargado de energía. Al retornar a mi habitación, aún mareado, comprendí que los mundos Aymara e Inca son tan misteriosos que, hasta que la Ruta Inka no llegue a su fin, todos deberemos caminar con precaución y sigilo. Uno nunca sabe cuándo la naturaleza cobrará su revancha.
Bolivia muestra imágenes bellas pero también dramáticas. Las diferencias sociales saltan a la vista
El país de los contrastes
Ruta Inka 2007 retornó a La Paz y se dio una tregua de 24 horas para reordenar su marcha.

En Bolivia, mientras vives más abajo, mejor condición económica tienes. ¿Cómo es esto? Esta afirmación se fundamenta en la estrecha relación que existe entre la altitud de los centros poblados de este país y cuán adinerados son sus habitantes. A nivel nacional, es fácil ubicar las diferencias. La Paz se encuentra a 3.640 metros de altitud y, aunque es sede del gobierno, es menos poderosa que la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, por citar un ejemplo, que se sitúa en el extremo oriental, cerca de la frontera con Brasil y miles de metros más abajo. Como dije, los bolivianos que viven más cerca del nivel del mar, más adinerados son.
A Isabel Añez, estudiante de secundaria de 16 años y natural de Santa Cruz, la conocí en el bus que nos conducía a los expedicionarios de Ruta Inka 2007 a la ciudad de Copacabana, a orillas del Lago Titicaca. Esta jovencita de tez clara y ojos que transmiten dulzura me sorprendió con una de sus afirmaciones, mientras charlábamos en el viaje. Para ella, la peor población de Bolivia es la que vive en El Alto, que es la zona más elevada de La Paz, un lugar con calles semejantes a las del distrito trujillano de La Esperanza o el limeño de Los Olivos. “Allí están los indios”, dijo esta colegiala con tanta convicción y sin reparo alguno, que me dejó perplejo.
Y es que las palabras de esta muchacha engloban las marcadas diferencias que se viven en Bolivia, no sólo a nivel nacional sino también dentro de las ciudades. La Paz (donde ahora escribo estas líneas) es una urbe donde los privilegiados no sólo viven en la zona más baja, sino que hasta gozan de un mejor clima. Mientras que en El Alto (4.100 metros de altitud) el frío es casi insoportable durante el invierno, en la Plaza Murillo (3.640 metros), donde se ubica el Palacio Quemado y la Casa de Gobierno que hoy ocupa Evo Morales, el viento es menos gélido y la cabeza no late con tanta intensidad por la altura. Mientras que en El Alto muchas casas son de adobe y esteras, en la parte menos elevada de La Paz se observan modernos edificios habitacionales de vidrios coloridos, hoteles de cinco estrellas y avenidas anchas y adornadas con árboles. En definitiva, lo que caracteriza a La Paz es el contraste entre pobreza y riqueza, relacionado con la ubicación geográfica de los pueblos.
Para colocarle la cereza a la torta, la jovencita que cito líneas arriba defendió a la ex Miss Bolivia que años atrás declaró que no todos los bolivianos eran indios y que en su ciudad (Santa Cruz) la gente era blanca y hablaba inglés. “Ella no quiso decir eso, sino que el traductor no la entendió”, sostuvo, y yo pensé en las similitudes del Perú con Bolivia en el tema racial y discriminatorio, fruto del retrazo masivo de nuestros pobladores.

Quieren autonomía
Katherine es el nombre de otra expedicionaria boliviana, proveniente de Santa Cruz de la Sierra. Al igual que sus compañeras, ella está convencida de que en su tierra natal se mueve la verdadera economía del país y que sus conciudadanos no son iguales a quienes viven en la parte oeste. Esto lo descubrí desde el momento en que nos presentamos.
–Hola, soy Pier Barakat, de Perú, dije.
–Hola, mucho gusto, soy Katherine, de Santa Cruz, respondió.
Un par de días después de esto, y cuando la confianza era mayor para hacerlo, le pregunté el porqué me dijo que era de Santa Cruz y no de Bolivia. “Es que las personas de Santa Cruz a veces respondemos así porque si decimos que somos de Bolivia, piensan que también usamos polleras (risas)”, respondió.
Estas diferencias sociales existentes entre el oriente y el occidente de Bolivia, han originado una lucha de Santa Cruz de la Sierra por la autonomía económica, lo cual permitiría a esta ciudad reinvertir en su beneficio el dinero que actualmente entregan a La Paz. “A mí me da cólera porque en La Paz hay más hospitales y mejores servicios que en Santa Cruz, a pesar de que nosotros generamos más ingresos”, comentó Katherine, tras indicar que todo el oriente boliviano (incluyendo Tarija) desprecia a Evo Morales y este seis de julio, durante una crucial consulta ciudadana, votará en contra de los proyectos “dictatoriales” del mandatario de raíces indígenas.
Y así, mientras surgen nuevas líneas divisorias al interior de Bolivia, país donde se materializa la negación del mundo andino y sus altitudes elevadas, y donde la gente pretende vivir en la antípoda de sus raíces, el desarrollo continuará siendo un fantasma anhelado por muchos pero ahuyentado por la mayoría.
Metrópoli enclavada en Los Andes y la historia de un asalto
No hay paz en La Paz
Joven española sufrió el ataque de un delincuente y la incompetencia de la policía boliviana.

La Paz, sede del gobierno boliviano, es una ciudad de contrastes donde el caos, el bullicio y el desorden que causan los vendedores informales saltan a la vista desde que uno coloca un pie en la calle, sobre todo en el Centro Histórico. A pesar de que no todo es malo, pues existen lugares hermosos como la Plaza Murillo, que es la principal, la Iglesia San Francisco o numerosos museos como el del Oro o el Costumbrista, la delincuencia es un problema también presente en esta urbe enclavada en los Andes a más de 3.800 metros de altitud, en la zona este del país altiplánico.
Ayer fui testigo de dos situaciones. Una ocurrió en una pizzería ubicada en una avenida céntrica (Prado), donde un par de asaltantes hurtaron la cartera de una jovencita española que participa de la Ruta Inka. La otra ocurrió en la dependencia policial de investigación criminal de La Paz, donde la ineptitud de algunos agentes me hizo ver que la Policía Nacional del Perú es una institución formidable, claro, si la comparamos con la de Bolivia.

Historia de un hurto
Todo comenzó a las 7:30 de la noche, cuando siete jóvenes recorríamos las calles céntricas de La Paz. El jirón de las brujas, las plazuelas, sus salas de exhibición y algunas avenidas formaron parte de este breve tour, donde los extranjeros nos confundimos con los paceños. Al llegar a la avenida Prado, cerca de donde existe un monumento dedicado a Simón Bolívar y donde microbuses tan destartalados como los trujillanos no dejan escuchar ni tus propias ideas, los aventureros ingresamos a una pizzería muy concurrida y moderna. Era, aparentemente, el lugar ideal.
Cristina Félix Santamaría es una menudita española de 17 años que durante el recorrido no dejó de captar fotografías. Todo era interesante para ella. Los cuadros de los museos, los jirones, las casonas, el paso de los lugareños. Todo, sin excepción. Pues ella colocó su cartera en el respaldo de la silla que ocupaba, dando la espalda a dos jóvenes con vestido elegante que también comían pizza. Nadie sospechaba en ese momento que ambos eran un par de ladrones. Cuando Cristina volteó a coger su cartera, donde guardaba su cámara fotográfica digital, unos lentes protectores de sol valorizados en más de 200 euros, así como la suma de 300 euros y otras pertenencias, ésta ya no estaba. Y, tampoco el par de muchachos.
Hicimos lo posible por alcanzarlos, pero todo fue infructífero. Ambos habían escapado. Nuestra pequeña amiga logró tranquilizarse, pues por suerte se había afiliado a una aseguradora madrileña antes de volar a Sudamérica. Fue en ese momento en que comenzó la segunda parte de esta historia, titulada: ¿y dónde está la policía boliviana?
La solidaridad entre los ya amigos de Ruta Inka se presentó en aquel momento. El plan era comunicarnos con la aseguradora desde algún locutorio, para conocer los requisitos necesarios para el reembolso. Y así lo hicimos, y obviamente entre los requerimientos figuraba el asentar una denuncia policial en el lugar donde había ocurrido el hurto. Sin exagerar, llamamos vía telefónica a más de tres dependencias policiales, incluida la de Turismo que funciona en el estadio de La Paz. La respuesta fue recurrente: “venga mañana, ya cerramos”. Yo pensaba, ¿acaso la Policía no trabaja las 24 horas del día..?, ¿acaso los agentes del orden no deben ayudarnos por ser extranjeros? Pero bueno. Cristina decidió comunicarse con la Embajada de España en Bolivia, pero los diplomáticos tampoco hicieron algo por ayudar. Todos se lanzaron la pelota, cual Pilatos.
Por suerte llegamos a la Dependencia de Investigación Criminal, ubicada a dos cuadras de la Catedral de La Paz. Lo que necesitábamos era una copia de la denuncia policial, pues al día siguiente íbamos a salir de la ciudad, con dirección a la montaña de Sajama, la más alta de Bolivia. Una rolliza agente policial de la recepción nos dio la ‘bienvenida’. Le explicamos la situación y nos lanzó un tajante: “vengan mañana”. Si algo he aprendido en el tiempo que llevo de periodista es que la insistencia y el reclamo te llevan lejos. Así que, como se dice, me puse fuerte y logré hablar con el fiscal de turno. El tipo llegó como un ángel, pues comprendió nuestra contrariedad en un país lejano, donde no existen comisarías por jurisdicción, al igual que en el Perú, y donde las escasas dependencias cierran sus puertas por las noches.
La autoridad ordenó que nos den todas las facilidades del caso, para llevar la bendita copia de la denuncia. Cristina rindió su manifestación previa y luego todos pasamos a la oficina de Investigación, donde los ‘inspectores’ iban a realizar preguntas con mayor detalle. Un ambiente con piso de madera que crujía con nuestros pasos, paredes sucias y sillas enclenques nos recibieron, así como un policía de rasgos indígenas, con no más de 28 años y menos de 1.60 metros. El tipo, sinceramente, era nulo en computación. Escribía tres palabras y borraba cuatro, aunque esto suene increíble. Un teléfono sonó y él dio una tregua a la batalla que lidiaba contra el ordenador. “Si quiere lo ayudo”, le dije. “Ya pues, vaya ‘iscribiendo’”, me respondió. La manifestación la tomé hasta el final sin uniforme ni boina, sin revólver ni estudios de criminalística. El documento estaba listo para la impresión. Eran las 11:20 de la noche. La Paz ya dormía, por lo que pude ver a través de una ventana. Pero surgió otro problema: la impresora carecía de tinta. Había cuatro impresoras en la oficina, y la única que podría salvarnos era una Epson matricial con más de 15 años de uso. Era increíble cómo aún estaba operativa. La instalamos, nos demoramos más de una hora, imprimimos documentos de prueba con fallas, la desesperación se tornaba más fuerte con el correr de los segundos. Los policías se miraban contrariados sin saber qué hacer. Sin embargo, al final de todo conseguimos el documento, sellado y firmado por la Policía Nacional de Bolivia, una institución mil veces menos efectiva que la nuestra. ¿Consuelo de tontos? Probablemente sí.
Ruta Inka 2007 visitó el punto más elevado de Bolivia
Viaje al gran Sajama
Expedicionarios pronto cruzarán la frontera y pisarán tierras chilenas.

Con dos españoles y un belga que se acoplaron en La Paz, la Ruta Inka 2007 partió con 117 jóvenes al nevado de Sajama, volcán con 6.542 metros de altitud considerado como el punto más elevado de Bolivia. Esta imponente montaña blanca se ubica en el Departamento de Oruro y los paisajes que la circundan son verdaderamente impresionantes.
Los aventureros dejaron La Paz, algunos con pena y otros con expectativa, y enrumbaron en tres buses hacia el gran Sajama, que se ubica dentro de un parque nacional homónimo. Si el frío de La Paz amilanó a algunos aventureros, en el Sajama la temperatura es tan cruel como una congeladora a máxima potencia. Aquí, realmente, los huesos parecen quebrarse al caminar.
Pero bueno, las quejas deben quedar de lado. El Sajama se observa a la distancia como un gigantesco sombrero de jipijapa, con la cima resplandeciente por la nieve. Un guía explicó que el volcán forma parte de la Cordillera Oriental de los Andes y que, junto con el Salar de Uyuni (el desierto de sal más grande del mundo), conforma los dos lugares turísticos más importantes del país altiplánico.
El Sajama, conquistado por vez primera en 1939 por los austriacos Wilfrid Kühm y Josef Prem, es considerado un volcán extinto y sus laderas lucen, en forma increíble, tupidas por un árbol conocido como queñua, que conforma una colonia vegetal considerada como el bosque más alto del mundo, pues esta especie es la única que puede crecer por encima de los 5.000 metros de altitud.
La visión desde este lugar, donde los vientos frescos inflan los pulmones y donde el viajero se siente en el fin del mundo, ofrece un panorama similar a los paisajes cercanos al Huascarán, con pequeñas lagunas y precipicios cubiertos de nieve ideales para los amantes del andinismo.
Pero no todo es frío en este lugar. La presencia del gran Sajama ha originado el afloramiento de aguas termales que los turistas pueden disfrutar. Como era obvio, los aventureros de Ruta Inka, quienes para encontrar un lugar dónde asearse deben esperar en ocasiones más de un día, se colocaron trusas y bikinis y se lanzaron a las magníficas y medicinales aguas del Sajama.
Para los peruanos, el Sajama fue un lugar de encuentro con un ave conocida en nuestras tierras. Se trata del flamenco (parihuanas), que llevan los colores de nuestra bandera nacional. Estas patilargas voladoras, junto con patos, gaviotas, gallinitas de agua y avoceta andina viven en las lagunas cercanas al volcán y ofrecen un espectáculo único a los visitantes.
Pero no sólo aves se hallan en este lugar. Este parque también es hábitat de numerosas especies en peligro de extinción como el suri, el quirquincho y todo tipo de camélidos (vicuñas, alpacas y llamas), que los pobladores de esta zona protegida por el gobierno boliviano emplean para su transporte.
Cuando los expedicionarios de la Ruta Inka recorrían el lugar, sobrevolaba un cóndor celoso de su territorio. Era la primera vez que muchos de los aventureros observaban a esta ave gigantesca, pero nadie logró fotografiarla. Ya dije, un ave celosa.
Además de numerosas cobijas construidas al mismo estilo de los antepasados, que se observan desperdigadas, en los alrededores del volcán existen dos pequeñas comunidades llamadas Sajama y Caripe, donde los aventureros conocieron algunas técnicas ancestrales de costura tradicional y cocina. “Éste lugar es verdaderamente lo mejor que tiene Bolivia, uno puede estar en contacto con flora y la fauna únicas, así como con gente que aún mantiene las costumbres de sus antepasados. Es realmente impresionante”, dijo Jorge Cueva, trujillano que participa de la Ruta Inka.
La iglesia de la Natividad, enclavada en Sajama, así como la cría de alpacas, llamas y ovejas (cuya lana es utilizada en un centro artesanal de la localidad), fueron otros de los atractivos que observaron los expedicionarios. “Me ha gustado mucho, esto es mejor que estar un la ciudad”, agregó la costarricense Ivannia Villalobos, quien llegó como periodista desde su país para elaborar un documental sobre el viaje.
El tiempo fue suficiente para que los aventureros puedan observar algunos vestigios arqueológicos como Chullperios o pequeñas necrópolis y pictografías de la época precolombina. “No me imaginaba que en esta parte tan alejada podríamos encontrar estas ruinas y estos lugares tan hermosos”, agregó la periodista.Luego de visitar esta zona, los aventureros partieron con destino a la localidad de Uyuni, donde se ubica un salar considerado como el desierto blanco más extenso del mundo. Desde este lugar, donde el frío es aún más crudo, se partirá por vía férrea hacia el pueblo de Calama, en Chile. Los días en Bolivia están culminando con éxito y los aventureros se llevan en la retina imágenes que con dificultad podrían encontrar en sus países de orígenes. Un primer objetivo se está cerrando. Ahora, rumbo al salar…
En localidad boliviana de Uyuni, cerca de frontera chilena, existe un peculiar camposanto
Un cementerio de hierro
Expedicionarios de Ruta Inka visitarán mañana el desierto de sal más extenso del mundo.

Cruces y lápidas no tienen lugar en este cementerio. Del mismo modo, las imágenes de santos y vírgenes. Lo que sí sobre en este camposanto son tuercas, chatarra, rieles y vagones corroídos por el tiempo que guardan la historia del éxito comercial que algún día vivió la ciudad de Uyuni, ubicada en Bolivia a más de 3.660 metros de altitud muy cerca de la frontera con Chile.
Lo llaman el ‘Cementerio de Trenes’ y se ubica a escasos 15 minutos de la Plaza de Armas. Lo que primero salta a la vista son los antiguos rieles del ferrocarril construido en 1899 para unir las ciudades de Uyuni y Antofagasta, entre las cuales se vivió un próspero intercambio de metales como la plata, extraída de las minas de Huanchaca (ojo, no es Huanchaco).
En el lugar ‘descansan’ los vagones oxidados de este ferrocarril que exportó las riquezas de Bolivia y sólo dejó obreros agotados, un pueblo empobrecido y numerosas familias ansiosas de un desarrollo que nunca se hizo realidad.
Es curioso cómo un montón de chatarra puede haberse convertido en un lugar turístico, visitado a diario por hombres y mujeres de todo el mundo. Y no es que este ‘cementerio’ sólo sea un montón de cachivaches, pues cuando uno camina en él y aborda los vagones o pisa los rieles, se transporta en forma imaginaria a tiempos de bonanza donde todo regía al ritmo del silbido del ferrocarril.
Hoy llegué a este punto sólo con el director de Ruta Inka, Rubén La Torre, y la expedicionaria peruana Mariluz Flores. Los demás integrantes de la aventura aún viajaban en bus desde Sajama hasta Uyuni, localidad donde nos viene alojando cordialmente el batallón del Ejército. “¿Qué hacemos mientras llegan?”, me preguntó Rubén. “Vamos a ver los trenes”, le dije. Y así fue.
Aunque el camino lucía ‘adornado’ con botellas plásticas y basura doméstica, las añejas maquinarias ferroviarias aparecieron de pronto y borraron la primera imagen. En el trayecto, además de pedazos de metal que algún día conformaron la estructura del primer tren boliviano y de los que lo siguieron, incluso se podía apreciar trozos de carbón mineral que se empleaba para dar movimiento a la máquina.
Este lugar turístico, donde años atrás funcionó una maestranza, además se convierte en un escaparate para los amantes de la historia ferroviaria de Sudamérica, pues aunque la más preciada de sus piezas es el viejo tren de 1899, también ‘descansan’ en el lugar los vestigios de las locomotoras que fueron llegando a Bolivia con el correr de los años hasta las actuales petroleras. Por ello, se puede encontrar algunos vagones o tanques de los años 50 ó 60, algo mejor conservados, pero igual de impresionantes.
Este cementerio no es sólo la muestra de lo que Uyuni algún día fue, sino que esconde el potencial de este pueblo minero que tuvo su génesis en una estación de tren y que con el tiempo se transformó en la ciudad que es ahora, con casonas de madera bien conservadas, plazas hermosas y una moderna terminal ferroviaria, desde donde parte a diario una máquina hacia la ciudad chilena de Calama, con más carga pesada que pasajeros.
Es tan estrecha la relación que existe entre Uyuni y sus trenes, que en una avenida principal se puede observar pedazos de vagones, de rieles y hasta una dama metálica de rasgos indígenas confeccionada sólo con trozos de locomotoras viejas; una escultura hermosa, digna de un pueblo que vive al amparo de sus rieles imbatibles.
Volviendo a los ‘cadáveres’ de las calderas, fierros, planchas, chimeneas, tornillos, tuercas y rieles oxidados, que esconden una historia reciente, contemporánea pero riquísima, el visitante puede imaginarse todo lo que condujeron éstas ahora esqueléticas maquinarias. Tal vez los estudiantes que retornaban al pueblo, los trabajadores de las minas, extenuados pero felices por volver al hogar, o algunos extranjeros de cabellos brillantes que arribaron al lugar para conquistarlo. ¿Quién sabe? Ya nadie recuerda aquella época de riquezas que, un mal día, desaparecieron. Así de simple.Aunque los expedicionarios de la Ruta Inka no lograron visitar en pleno este lugar, ya que los buses se retrazaron por la inclemencia del tiempo y por tres neumáticos reventados, quienes sí caminamos en este laberinto de hierro y carbón pudimos desentrañar parte de la magnifica historia boliviana que se esconde bajo el óxido de los años, las decisiones políticas desacertadas, los tratados infructíferos y las añoranzas de un pueblo que, como el nuestro, clama por el desarrollo.
Ruta Inka visitó el Salar de Uyuni, desierto blanco más extenso del mundo
Un paraíso hecho de sal
Aventura abandonó Bolivia y en la madrugada partirá en tren hacia Calama, en Chile.

A la distancia, desde la ventana del microbús, parece ser un océano. O tal vez una laguna. Por la mañana, el Salar de Uyuni, desierto salobre más extenso del mundo ubicado en Bolivia, se confunde con los cielos y propicia un espectáculo luminoso único en el planeta.
Este inmenso desierto de sal que aparenta ser un mar seco o tal vez congelado, se ubica a media hora en bus desde Uyuni, por encima de los 3.660 metros de altitud, y hoy fue visitado por los más de 100 expedicionarios que participan en la Ruta Inka. Pasadas las 9 de la mañana, tres buses partieron con dirección a este lugar. Al cabo de 20 minutos, el horizonte empezó a confundirse con el resplandor de la sal.
Cuando nos encontrábamos en medio de este territorio luminoso, que a la distancia también aparenta ser una planicie cargada con nieve, los buses se detuvieron. Los vientos gélidos soplaban sin piedad, los cielos mostraban un celeste perfecto y algunas montañas lejanas eran el único paraje de un color distinto al de la sal. Numerosos montículos blancos sirvieron de miradores para los aventureros, quienes no dejaban de sorprenderse por lo que Dios les permitía observar.
El Salar de Uyuni posee una extensión de 10.580 kilómetros cuadrados y su temperatura oscila entre los 20 grados centígrados (de día) y -25 por las noches. Hoy, cuando llegamos, la sensación térmica era de unos 10 grados. No podíamos quejarnos.
El camino continuó en los buses hacia uno de los lugares más bellos de este desierto blanco: el hotel de sal. Se trata de un edificio donde se ofrece hospedaje y alimentación, construido únicamente con bloques de sal. Los cuartos, los corredores, las sillas, las mesas y todo lo que uno puede observar (sólo con excepción de los techos que son de madera y palma seca) es resplandeciente. Una turista china que se hospedaba en el lugar, quien a duras penas lograba hablar el español, dijo que el hotel es “implesionante… muy bello”.
Según la guía de turismo que nos acompañaba, la cantidad de sal que existe en el salar es estimada en 64 mil millones de toneladas, de las cuales se vienen explotando anualmente unas 25 mil. “Existe una cooperativa que se encarga de extraer la sal que luego es procesada con yodo y envasada para el consumo humano”, indicó.
Además de la extracción para la venta tanto en el mercado boliviano como en el exterior, algunos pobladores de Colchani, humilde lugar ubicado a la entrada del desierto, elaboran hermosas artesanías en sal, desde pequeñas representaciones del desierto hasta adornos de peces o de edificios.
Posteriormente, viajamos más de 25 minutos en medio del salar. Durante el trayecto, algunas camionetas de doble tracción nos adelantaban. Era como si estuviéramos viajando en la superficie lunar. O algo parecido. El punto de llegada fue más que impresionante. Se trata de la Isla del Incahuasi, que es una porción de tierra firme con una montaña en medio del salar. El ascenso hasta la cima iba abriendo una imagen por momentos preocupante pues el mundo real había desaparecido. En este lugar, girando el cuerpo en 360 grados, no se veía nada más que sal.
Los expertos explican que el territorio que ahora ocupa el salar, miles de años atrás estaba cubierto por un lago prehistórico llamado Ballivián, el cual, con los cambios geológicos, quedó transformado en un desierto de sal, en medio del continente, con ricas reservas de litio, boro, potasio, magnesio, carbonatos, sulfatos de sodio y ulexita o también llamada ‘piedra televisión’, que es transparente y refracta a la superficie la imagen que está abajo.
En la isla del Incahuasi, que, aunque fue visitada por los Incas no posee vestigios de su cultura, se puede observar cientos de cactus centenarios, que se yerguen en medio de la montaña como habitantes solitarios o guardianes celosos. El más elevado mide más de 12 metros y, considerando que su crecimiento es de un centímetro por año, la antigüedad de esta cactácea supera los 1.200 años.
Otro de los atractivos de la isla es el llamado ‘Arco del Coral’, donde se aprecia rocas calcáreas con restos de corales y conchas marinas, lo cual también hace pensar que, algún día, este lugar seco tuvo conexión con el océano.Con la visita al salar, la Ruta Inka se despidió de Bolivia para enrumbar por vía férrea hacia la ciudad de Calama, en Chile. Los aventureros retornaron a Uyuni luego del atardecer y ordenaron sus pertenencias en el cuartel del Ejército que los viene alojando hasta esperar la partida del ferrocarril, a las 3 de la madrugada. La aventura ya está en su día 11 y falta exactamente un mes para culminarla en la ciudadela de Machu Picchu. Por ahora, las tierras chilenas serán escenarios de nuevos capítulos de esta historia inolvidable llamada Ruta Inka 2007.
Surcando los Andes mapuches en un viejo tren boliviano
Un largo viaje a Chile
Ruta Inka 2007 llegó a la ciudad de San Pedro de Atacama, en la región de Antofagasta.

La desesperación fue una de las sensaciones presentes durante las 24 horas que duró el viaje en tren desde la localidad boliviana de Uyuni hasta la ciudad chilena de Calama. El viejo ferrocarril del país altiplánico, tras cruzar la frontera, recorrió con sigilo los Andes que algún día pertenecieron a Bolivia a menos de 15 kilómetros por hora, como con vergüenza o tal vez miedo por ingresar a tierras que hoy tienen otro dueño…
La expedición partió de Uyuni a las 3:30 de la madrugada, cuando los termómetros marcaban -10 grados centígrados, vientos fríos se colaban en los pulmones y una luna perfecta iluminaba nuestros pasos. El tren se fue adentrando en zonas gélidas y sus ventanas muy pronto se vieron cubiertas con hielo. Era nuestra respiración, pero cristalizada. Nuestros pies se convirtieron en témpanos, pues la naturaleza nos estaba castigando con uno de sus peores flagelos: el frío extremo.
Las horas fueron transcurriendo y el amanecer se fue prolongando. Algunos de los aventureros entrelazamos nuestros pies o los colocamos bajo las piernas para devolverles la vida, pues el frío era inclemente. Pero como no existe enemigo que viva 100 años ni cuerpo que lo soporte, por decirlo de alguna manera, el amanecer por fin envió sus primeras señales con rayos de sol salvadores. Las ventanas del bus fueron descongelándose y el panorama fue cambiando. En las afueras apareció la Bolivia que no sucumbió tras la guerra, la Bolivia solitaria de su frontera, la Bolivia donde no existen ambulantes ni bocinazos. La Bolivia más extrema.
Yo viajé en mis asientos junto con cuatro expedicionarios más, un joven de España y tres mujeres de Nueva Zelanda, México y Perú. Cuando existen objetivos y necesidades comunes, como llegar al mismo lado, por ejemplo, la vergüenza no tiene espacio ni tiempo, así que los pies en las ventanas o los malos olores de los cuerpos no causan rechazo alguno, más bien compresión. “Este tren avanza muy lento, quisiera bajarme aquí y regresar a mi casa”, comentó el español que iba a mi costado. A eso me refería.
Casi al mediodía por fin llegamos al punto fronterizo boliviano de Avaroa, ubicado a más de 3.700 metros de altitud. El edificio del control incluyó el sellado de pasaportes y el registro en las planillas. Los bolivianos de la ruta redactaron documentos de salida de su país, con cargo a retornar. El tren esperaba detenido en las afueras. Todo marchó muy bien. Habremos demorado media hora en la inscripción de los más de 100 expedicionarios de Ruta Inka. El ferrocarril –entonces– avanzó tres minutos más y cruzó un letrero que daba la bienvenida a Chile. En ese instante, los viajeros aún desconocíamos que la historia recién estaba empezando.

Productos peligrosos
El tren se detuvo más de una hora entre Bolivia y Chile. De acuerdo con los documentos que portábamos, ya no estábamos oficialmente en Bolivia, pero tampoco habíamos ingresado al país sureño. En otras palabras, no estábamos en ninguna parte. Y así permanecimos hasta que un agente chileno abordó el tren y nos informó que se había agotado el formato de ingreso y que debíamos esperar. Lo que sí nos dio el oficial fue un documento donde debíamos declarar si portábamos productos de origen animal o vegetal, ya que éstos, según las leyes, pueden ser agentes transmisores de plagas o enfermedades.
El tiempo transcurría y el calor transformó el tren en un horno. Lo peor de todo era que, como no estábamos en ninguna parte, no podíamos descender. Eran ya la 1:15 cuando por fin nos dieron la orden de bajar, sin equipaje, y formar una cola en la oficina de control. Más de 100 extranjeros esperando un ansiado sello de ingreso a Chile. Diana, una colegiala peruana de 16 años sólo viajaba con un permiso notarial de sus padres y tuvo problemas. La querían dejar en la frontera boliviana por carecer de pasaporte o DNI. La chiquilla lloró, se lamentó y explicó, pero los agentes sólo cedieron casi cuando el tren estuvo a punto de continuar su marcha, seis horas más tarde. Durante todo ese tiempo ocurrió una serie de hechos. A los costarricenses les confiscaron sus pasaportes porque el encargado del control desconocía si ellos requerían de una visa para entrar a Chile. Luego de averiguar que esto no era necesario, pudieron pasar.
“Yo pensaba que Chile era un país más ordenado, imagínate cómo nos tienen aquí bajo el sol tanto tiempo”, repetía cada cierto tiempo una española que integra la ruta.
Cuando terminó el control y todos teníamos el pasaporte sellado, empezaron los verdaderos problemas. Todos debíamos ingresar, equipaje en mano, a la oficina de Migraciones de Chile. Tuvimos que desocupar el tren, cargar nuestros equipajes algunos metros y esperar a que nos atiendan. Casi todos pasamos sin problema alguno; sin embargo, a una española que llevaba en su mochila un plátano y una mandarina, productos que olvidó declarar, le retuvieron el pasaporte y la amenazaron con castigarla con una multa de 50 dólares. Eran las frutas más caras de su vida. Lo mismo le ocurrió a dos chiquillas mexicanas que habían comprado en Bolivia artesanía (canastas y un barquito) en mimbre y carrizo. Como estos productos son de origen vegetal, y ellas no lo pensaron así, el agente explicó que podrían poner en peligro la salud chilena. “¿Cómo un barquito va a poner en peligro a este país… es el colmo, son unos exagerados?”, señaló una joven peruana.
La revisión culminó pasadas las 7 de la noche. A esas alturas, un carabinero se había apiadado de la menor peruana y la dejó pasar. A la española de la fruta prohibida y a las mexicanas de las artesanías peligrosas les devolvieron el pasaporte, pero les confiscaron sus productos. “Nos dijeron que aquí revisan mucho a las personas que vienen de Bolivia para evitar las plagas (¿?)”, dijo Gabriela, una de las aztecas.
El tren volvió a silbar y los rieles crujieron. Por fin en Chile, dijimos. Ocho horas más tarde, el ferrocarril ingresó a Calama, a más de 2,250 metros de altitud. Eran más de las 3 de la madrugada. Un aire frío nos tomó por sorpresa al descender. Estábamos en la capital de la provincia de Loa, en la región de Antofagasta. La estación del tren nos cobijó algunos minutos, poco antes de dirigirnos hacia un coliseo polideportivo para esperar el alba y continuar la marcha hasta San Pedro de Atacama, ‘Capital Arqueológica de Chile’.
El viaje había concluido. Con los cuerpos sucios, las mentes cansadas, los ojos hinchados, un frío menor al que sentimos en Bolivia y muchas ganas de continuar en la ruta, los expediciones ingresamos a Chile, un país que hasta a simple vista ofrece mejores servicios que Bolivia y donde hasta un barquito de madera de 20 centímetros es un enemigo al cual hay que exterminar.
En San Pedro de Atacama el turismo se vive en todos los rincones
El buen ejemplo chileno
Ruta Inka 2007 visita esta ciudad y recibe el calor de sus pobladores.

Cualquier pueblito de La Libertad o del Perú no tiene nada que envidiarle a la localidad chilena de San Pedro de Atacama, lugar considerado entre los tres principales puntos turísticos del país sureño, junto con las islas de Pascua y Chiloe. Es que aquí no existen maravillas ni monumentos impresionantes; lo único verdaderamente digno de resaltar es la cultura del turismo y del marketing que se encuentra arraigada en cada uno de los atacameños. Un buen ejemplo a seguir en nuestras tierras.
Hoy llegué a San Pedro de Atacama a las 9 de la mañana y desde que planté el primer pie en esta tierra comprendí que nada sería igual a Bolivia, donde los servicios turísticos dejan mucho que desear, y que mis escasos días de estancia en este lugar ubicado en la Provincia de Loa, Región de Antofagasta, serían tal vez los más placenteros de toda la Ruta Inka 2007.
San Pedro de Atacama, localidad enclavada en el desierto Acatama a más de 2.400 metros de altitud, es considerada como la ‘Capital Arqueológica, Turística y Astronómica de Chile’. Sus calles de tierra afirmada y sus viviendas de aspecto rústico muestran una armonía impresionante, dando la sensación de que todos los pobladores se pusieron de acuerdo para colocar hasta letreros similares en sus fachadas. Un pueblo construido para el turismo.

Periodistas aparte
César es un chileno narizón de cabello castaño y cara de niño malcriado. Él es jefe de Imagen Institucional de la Municipalidad de San Pedro de Atacama y fue el encargado de facilitar el trabajo a los periodistas que viajamos con Ruta Inka, durante la estancia en esta ciudad. Algo que demostró que los chilenos piensan hasta en el mínimo detalle en temas turísticos fue el separar a la prensa de los demás viajeros y alojarla en un hotel de lujo, donde una habitación cuesta más de 120 dólares la noche. Piscina, calefacción, agua caliente todo el día, Internet y unas antorchas que brillan cada noche en los corredores son sólo algunos de los servicios que ofrece nuestro acogedor centro de hospedaje. “Los periodistas aquí son muy importantes porque son los encargados de difundir en sus países las bondades de la región atacameña”, dijo César mientras nos conducía al hotel. Para mí, lo mejor de todo fue el baño caliente que pude tomar luego de tres días de sequía involuntaria en mi cuerpo.
El primer destino de los expedicionarios, luego de haberse instalado en sus hoteles, fue el poblado de Machuca, ubicado a 4.015 metros de altitud, donde viven unos 70 descendientes de la Cultura Licanantai (la primera que se asentó en Atacama, mucho antes de los Incas) en humildes viviendas de adobes y techos de palma y donde se conservan las costumbres y tradiciones ancestrales.
Los buses se internaron en un serpentín afirmado y rocoso, adornado con una planta de forraje llamada ‘Cola de Zorro’. A diez minutos de camino, el volcán Licancaburo ya se observaba impresionante y algunas lagunas congeladas fueron apareciendo con aves silvestres en su interior. El lugar cada vez era más frío, llamas pastaban en los laterales y la nieve se presentaba en porciones salpicadas alrededor de la carretera. En realidad, el paraje me hizo recordar mucho al camino que conduce a Huamachuco, cerca de la Laguna El Toro.
Por fin apareció Machuca. El lugar bien podría pasar por un asentamiento humilde de cualquier ciudad serrana, pero ordenado, limpio y señalizado. El almuerzo con quinua y carne de res nos reconfortó. Manos lugareñas nos lo ofrecieron con cariño. Estuvo exquisito. Continuamos con el ascenso hacia la zona más alta del lugar, donde existe una pequeña y antiquísima iglesia. Allí se realizaría la ceremonia principal a las 3 de la tarde. Y como la hora se respeta en Chile, justo a las 3 de la tarde empezó. La alcaldesa de San Pedro de Atacama, Sandra Berna Martínez, estuvo presente en todo momento y hasta participó de un simpático baile con un expedicionario español, al ritmo del chara – chara (música local), que representaba al matrimonio. “A ver, que salga el novio de la alcaldesa, porque se van a casar en este momento”, dijo la presentadora de la ceremonia. Risas se oyeron por todo lado. El español fue escogido con alegría por sus amigos.
Poco después, un conjunto folclórico interpretó música típica chilena como la cueca. Pero fue un tema dedicado al agua en idioma Cunsa (el que hablaban los Licanantai) lo que cautivó a los expedicionarios. Los ojos de la mujer que lo cantó se enrojecieron. “Yaiyavé, Yaiyavé”, repetía. El ambiente se cargó de magia. Lo impresionante es que todo estuvo súper coordinado y no se escapó ni un solo detalle.
La fiesta continuó con una representación del carnaval machuquino. Hombres y mujeres con trajes típicos, máscaras y banderas blancas descendieron de una colina e ingresaron al recinto de la actividad. Las campanas del templo repicaban. Los cielos lucían añiles y el sol quemaba y brillaba. Todos bailaron alrededor de una cruz, entregando ofrendas a la tierra como vino y hojas de coca. Los aventureros de Ruta Inka se confundieron bailando con los lugareños y la ceremonia se transformó en un momento de integración. “Nosotros queremos que ustedes vean cómo se hace Patria en las alturas y en los pueblos chilenos más alejados. Donde hay vegetación, donde hay vida, allí estamos”, declaró la alcaldesa.
La reflexión de este viaje es la siguiente. Si San Pedro de Atacama, ciudad que no tiene nada de extraordinario, puede atraer a miles de turistas al año, ¿por qué no podemos hacer lo mismo en Perú, un país con lugares más impresionantes que los de Chile? Pues podríamos empezar por dos aspectos, mejorar los servicios al turista y publicitarnos hasta más no poder. Dos proyectos que debemos empezar a ejecutar, ¡pero ya!
De cómo un pueblo pequeño puede convertirse en un impresionante centro turístico
El milagro de San Pedro
Expedicionarios de Ruta Inka visitaron ruinas incas y aldeas precolombinas en San Pedro de Atacama, Chile.

El boom del turismo que se vive en el poblado chileno de San Pedro de Atacama, ubicado en la región de Antofagasta, es una muestra de que todo lugar del mundo, por más pequeño que sea, puede materializar su potencial turístico en ingentes ganancias para los lugareños. Es que San Pedro, localidad que diez años atrás sólo ofrecía al turista una iglesia antigua (la segunda construida en Chile), es ahora el tercer polo turístico de todo el país, sólo superado por las islas de Pascua y Chiloé, ambas ubicadas en el Pacífico Sur.
Ahora, la pregunta es: ¿qué hicieron los chilenos para convertir a un pequeño poblado que incluso carecía de agua potable en un centro tan atractivo para los turistas? María Paz García Toledo, trabajadora del hotel Kimal de San Pedro, donde incluso alguna vez se hospedó la actriz Cameron Díaz y donde hoy dormimos los periodistas de la Ruta Inka, reveló la piedra angular de este casi milagro: ofrecer servicios de calidad A1 a los visitantes.
Y es cierto. Si un lugar que posee atractivos turísticos como centros arqueológicos, parajes desiertos donde practicar deportes de aventura o vestigios de culturas milenarias, además ofrece servicios de hospedaje, alimentación, telefonía, Internet y transporte de excelente calidad, sólo tiene algo más que hacer: esperar a que lleguen los visitantes.
“Cuando al turista se le ofrece un servicio de calidad, ni siquiera se tiene que hacer mucha publicidad, porque son los mismos visitantes los que recomiendan a otras personas que viajen y así sucesivamente. Es un proceso muy exitoso que se puede aplicar en cualquier parte del mundo”, declaró la también guía turística.
Pero si se quiere lograr un verdadero éxito turístico y por ende mejoras económicas en una localidad, no basta con construir un hotel de cinco estrellas o un par de restaurantes, sino crear una atmósfera turística, sustentada en el buen trato al visitante y en la variedad de opciones, tanto en servicios como en rutas de viaje. Probablemente alguien viaja a San Pedro por su iglesia o por sus ruinas, pero otros arriban para practicar sundboard. ¿Quién sabe? Lo único que se debe hacer, es estar preparado para todo.
Y San Pedro lo está. Cuando uno camina en las calles de este centro poblado, que no supera las 400 viviendas, se topa con un negocio cada dos puertas. Pero no sólo ello. Todas las fachadas son blancas, de aspecto rústico, con farolas ambarinas, letreros de madera y letras similares que, en conjunto, generan una armonía visual muy atractiva para el caminante.
Entonces, uno puede encontrar restaurantes, hoteles de lujo, bares, bodegas, puntos de venta de artesanía, panaderías, ferreterías, centros comunitarios y de alquiler de Internet, así como agencias de viaje que ofrecen rutas de todo tipo. Claro, cuando existe toda esta capacidad instalada en un pueblo acogedor de calles de tierra, se puede dar el segundo gran paso: cobrar muy caro.
El Hotel Explora es un claro ejemplo de esto. En este centro de hospedaje de cinco estrellas, la tarifa por un paquete de tres días que incluye tours a los puntos más importantes de la provincia, asciende a la increíble cifra de 3 millones de pesos, que en dólares equivalen aproximadamente a 6 mil. “Claro que no todos pueden pagar esta cantidad, y por eso también existen centros de hospedaje o camping muy acogedores que sólo cuestan seis dólares la noche. Aquí estamos preparados para todo tipo de turistas, nacionales o extranjeros, adinerados o no…”, añadió García Toledo.
Toda esta cultura del turismo implica además otro punto: la educación. El gerente del Hotel Explora, Maurice Dides, explicó que el único colegio de San Pedro de Atacama, que aquí lo conocen como ‘liceo comercial’, ofrece a los estudiantes de los dos últimos años de la media (secundaria) la especialidad de turismo, en la cual se exige a los alumnos la realización de prácticas en empresas grandes. El objetivo es que los jóvenes egresen del colegio con el oficio de guías turísticos para trabajar de inmediato.
“En el Hotel Explora nosotros acogemos a jóvenes y señoritas del liceo para que practiquen en la recepción, la lavandería, la cocina o de guías de turismo. Claro, siempre bajo la supervisión de algún experto para que la atención al público siempre sea de calidad”, declaró Dides, quien reveló que el centro hotelero que gerencia posee cinco estrellas y 52 habitaciones.
Entonces, al amparo de empresas exitosas con una marcada responsabilidad social, con el apoyo del Ministerio de Educación y de la municipalidad local (para mejorar el ornato y los servicios básicos), así como con el compromiso de cada uno de sus pobladores, San Pedro de Atacama se transformó en un ejemplo de cómo se puede desarrollar el turismo incluso en medio del desierto. Una experiencia que muchos pueblos peruanos pueden y deben replicar.
Cusqueño que viaja con bandera del Tahuantinsuyo tuvo que guardar su emblema en el Morro de Arica
Frustración en el Morro
Carabineros chilenos prohibieron a expedicionarios de Ruta Inka lucir cualquier bandera de otro país.

Lenin Ttupa Uscamayta es un cusqueño de 22 años que nunca se separa de sus banderas. Desde que empezó la Ruta Inka, lo vi caminando con el emblema colorido del Tahuantinsuyo en la diestra y la rojiblanca en la siniestra. Una relación íntima que hoy fue vulnerada en el histórico Morro de Arica, lugar donde paradójicamente flamea una gigantesca bandera chilena.
Mientras que la gran mayoría de los expedicionarios carga botellas de agua, pequeños bolsos o frutas para saciar el hambre o la sed, Lenin lleva sus banderas y las agita con fuerza y orgullo. En los cerros o en los llanos, en las ciudades o los pueblitos, en las plazuelas o los jirones, allí, donde la Ruta Inka pone un pie, Lenin planta sus banderas. Y no lo hace por loco o por pretender ser observado, como anhelando ser el punto de atracción. Lenin es estudiante de Turismo de la Universidad San Antonio Abad del Cusco y antes de emprender el viaje se trazó la meta de lucir las banderas del Imperio de Los Incas y del Perú en cada lugar que visite, hermanando así a los pueblos que algún día formaron parte del gran imperio que se dirigía desde el ‘Ombligo del Mundo’ y, de alguna manera, desde nuestro país.
Entonces, durante el recorrido en Tiwanaku, La Paz, Copacabana, el Nevado Sajama y el Salar de Uyuni, todos puntos bolivianos, así como en el turístico pueblo de San Pedro de Atacama (Chile), el cusqueño flameó con orgullo sus emblemas. Ningún expedicionario, poblador o militar lo pudo detener. Incluso, algunos le dijeron que estaba llevando en lo alto la bandera de los gays (este gremio utiliza el mismo emblema del Tahuantinsuyo), pero él no los escuchó y siguió adelante, corriendo o caminando, con su extraña pero original empresa.
Todo le fue bien a Lenin hasta hoy. Al amanecer, la ruta llegó a la fronteriza Arica. El puerto aún dormía cuando los más de 100 aventureros tomamos por ‘asalto’ la Piscina Olímpica, y plantamos nuestras carpas para la noche. Lenin, en aquel momento, ya había decidido realizar tal vez la máxima proeza de todo el viaje: plantar la bandera del Tahuantinsuyo en el Morro de Arica, un lugar tan importante para Perú como para Chile, con la finalidad de –en cierta forma– hermanar a ambos países con el emblema de sus antepasados, los Incas. No se trataba de una provocación, más bien de un acto que fomente la unión cultural de los pueblos. Por desgracia, los carabineros (policía chilena) no lo entendieron así.
Cuando eran cerca de la 1 de la tarde, la Ruta Inka llegó al Morro de Arica. Cañones, placas de bronce, un mirador con vista hacia el ordenado y moderno Puerto de Arica y un museo donde se muestran las armas y los uniformes de peruanos y chilenos caídos en batalla, lucían bajo el inmenso emblema nacional del país sureño, que de tan grande tuvo que ser agujereado adrede para que el viento no lo destruya. Lenin descendió del bus, observó el lugar como quien llega al paraíso o está a punto de concretar una hazaña. Como casi todos los días, llevaba puestos sus llanques, shorts, la polera de Ruta Inka y una cuerda roja atada al cuello. Lenin desenrolló al mismo tiempo sus banderas. El viento apenas logró hondear el emblema de su imperio cuando, como si lo hubieran estado vigilando con cámaras y como si hubieran adivinado sus intenciones, dos carabineros detuvieron sus motocicletas en frente de él y frustraron su empresa. “Me dijeron que la ley prohibía lucir cualquier bandera que no sea de Chile en el Morro y me pidieron que las guarde”, me dijo algunos minutos luego, mientras llevaba entre brazos sus emblemas, pero enrollados.
“Esta ruta recorre el Camino Inca y desde que partí me tracé la meta de lucir mis banderas en cada punto, porque de alguna manera Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia, parte de Argentina y Perú estamos unidos por el Cusco, que en su tiempo fue el centro o el núcleo del gran Imperio Incaico. Fue un reto personal y en ningún momento quise provocar a las autoridades”, agregó el cusqueño.
Los carabineros explicaron que, desde hace algunos años, se prohibió lucir banderas que no sean chilenas en el Morro, ya que algunas personas con un nacionalismo errado, llegaron a quitar y quemar el símbolo chileno, para luego izar el suyo. “Yo acepté esto, porque lo ordena la ley, y lo respeto. Sin embargo, creo que para evitar problemas de este tipo, y como el Morro es un hito importante para Perú y Chile, allí debería flamear una bandera blanca, como señal de paz y fraternidad”, señaló Lenin, frente de la imagen de un Cristo con los brazos abiertos que existe en el Morro, y donde se puede leer un placa con el mensaje: “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”.Al descender del Morro, y mientras nos dirigíamos en bus al lugar donde almorzaríamos, observé que Arica está llena de banderas chilenas, lo cual me hizo pensar en que tal vez los gobernantes de este país (el pueblo nada tiene que ver en esto, pues es súper amable) aún no pueden creer que ganaron la guerra y que se quedaron con Arica; que el Morro es de ellos y que ya nadie se lo quitará. No lo sé. Tal vez sólo veo las cosas de esta manera por ser un peruano que visita una tierra perdida. No lo sé…
Comunidad de Putre, ubicada en norte del país, recibió a expedicionarios de Ruta Inka
Viaje en la sierra chilena
Sólo faltan dos días para que aventureros pisen tierras peruanas, en región de Tacna.

Las hojas de coca volaban con el viento formando círculos y el alcohol cargó la atmósfera con un perfume festivo. El ritual Aymara tomó por sorpresa a la expedición en la comunidad de Socoroma, ubicada en la sierra chilena a una hora del Puerto de Arica. La mujer que oficiaba el acto, ataviada con trajes coloridos semejantes a los que pueden verse en Bolivia o Perú, pidió a la Pachamama por el éxito de la Ruta Inka, ante la mirada atenta del centenar de aventureros. “Que todo sea positivo en este viaje, que nada malo ocurra”, pidió.
La expedición partió en tres buses hoy a las 8:30 de la mañana de Arica y se adentró en la sierra norteña, con dirección a la Comunidad de Putre, famosa en el mundo por los constantes avistamientos de Ovnis registrados en sus cielos (incluso cuentan que un oficial chileno fue llevado por alienígenas y luego devuelto a la Tierra). Cada kilómetro adelante iba descubriendo abismos similares a los del Ande liberteño, con formaciones rocosas sobrevoladas por pájaros solitarios y una neblina que frenaba las pretensiones del sol.
El Valle de Copaquilla fue la primera parada y lugareños nos recibieron con queso de cabra, café y una cachanga. Un conjunto folclórico animó el ambiente. “Dejar de quererte/dejar de amarte/eso es imposible/negra de mi alma…”, cantaban los artistas, mientras que algunos viajeros bailaban en ronda y cogidos de la mano. Precisamente, este lugar es considerado la puerta de entrada a la Provincia de Parinacota, donde se ubica Putre. “Estamos ascendiendo muy rápido desde el nivel del mar hasta casi los 4.000 metros, así que no coman mucho ni se agiten”, recomendó el médico de la expedición. Fue tarde. Los quesos ya se digerían y el baile había acelerado los corazones. Por suerte, nada malo pasó luego.
Media hora más adelante, luego de un descenso a pie por el Camino Inca, llegamos al pueblo de Socoroma, pintoresco y con no más de 150 viviendas, donde los lugareños nos recibieron con banda de músicos, artesanía en tela de alpaca y un cóctel llamado ‘Tumbo Sour’, de tonalidad anaranjada y sabor similar al mango. Suave y sabroso. La cita se realizó en las puertas de la iglesia de piedra y barro que data de 1883.
El alcalde de la Municipalidad de Putre, Francisco Humire Alejandro, quien se acopló a la ruta en Socoroma, reconoció que este pueblo es muy pobre, así como otras localidades descendientes de la Cultura Aymara ubicadas en las fronteras con Bolivia y Perú. “La presencia de ustedes aquí es muy importante porque se están convirtiendo en embajadores nuestros en el mundo, para que difundan los atractivos de Putre y atraigan a más turistas”, sostuvo el burgomaestre.
Es que esta región y en general todo el norte chileno, incluyendo el poblado de San Pedro de Atacama, se han propuesto convertirse en un polo turístico similar al de Cusco. Su proyecto es captar, con excelentes servicios y tours alternativos, a los visitantes que arriban al sur peruano. En lugar de que retornen a sus países, mejor que den un salto por un país vecino.
El viaje se reanudó pasadas las 2 de la tarde, luego de haber probado maíz tostado con carne seca de llama (charqui), cancha dulce, refrescos y algunas frutas de la zona. Más de 40 minutos después, por fin apareció Putre, con sus 3.500 metros de altitud, sus edificios del siglo pasado y su iglesia construida en 1670. En Putre el frío aumenta con las manecillas del reloj. Cada segundo adelante se siente como un grado arriba. El poblado es pequeño, no supera los 1.200 habitantes y en sus alturas se yerguen nevados que enfrían los vientos que respiramos.
Los aventureros de la Ruta Inka nos instalamos en un moderno hotel llamado Las Vicuñas. Agua caliente, habitaciones amplias y de lujo nos alojaron para recobrar las energías perdidas en las últimas horas, a pesar del buen trato que todos recibimos en el país sureño.
El programa de mañana indica que muy temprano nos adentraremos en las montañas periféricas de Putre y que la caminata, bajo el sol ardiente de las mañanas y el retorno gélido azuzado por los vientos vespertinos, se convertirá en una más de las inolvidables aventuras que los expedicionarios de la Ruta Inka venimos captando en nuestras retinas desde el 21 de junio. Que así sea.
Parque Nacional Lauca de Chile recibió a expedicionarios de Ruta Inka
Imágenes desde un bus
El volcán Parinacota y el lago Chungará, por encima de los 4.500 metros de altitud, asombraron a los viajeros.

Aguas congeladas y montañas solitarias, guanacos pastando y riachuelos brillantes. El mundo a través de una ventana. Cielos de algodón y dos nevados gemelos. Ni una sola ave vuela, tal vez por el frío que se siente esta mañana en la sierra chilena. El camino se aleja con premura pero siempre hay algo más adelante. Un mirador queda atrás y el volcán Parinacota cada vez luce más imponente. La carretera está deteriorada y eso me recuerda al Perú; cosa extraña en Chile, donde los caminos son perfectos hasta en su señalización. Un grupo de chicas cantan en el bus Nos sobran los motivos de Joaquín Sabina y una camioneta blanca del año nos adelanta como una flecha.
Llevo los pies congelados y el sol que se cuela por la ventana arde en mi rostro y reseca cada vez más mis labios ya cuarteados en 17 días de viajes en Bolivia y Chile. Leo estas primeras líneas (escritas en una libreta) a la charapa que viaja a mi lado y le gustan. También a mí (cosa poco usual). Aparece el territorio de las vicuñas y éstas buscan alimento en las zonas más cálidas, o mejor dicho menos frías.
Llegamos a un peaje donde flamea una deteriorada bandera chilena, con su estrella solitaria. Carabineros y militares se confunden en el control. Vehículos detenidos a la espera del permiso. Es la puerta de ingreso al Parque Nacional Lauca, una reserva de agua chilena considerada Patrimonio Mundial de la Humanidad. Una llama blanca y pelona se acerca al bus y saluda a quienes descendieron. Se fotografía con ellos. La sabia naturaleza nos recibe. ¿Qué pensará este animal ahora? Todos la rodean, la filman, la tocan y la jalonean. Por un momento parece tener ganas de lanzar un escupitajo de protesta. Pero se lo traga. “La encerraron, pobrecita… que la dejen tranquila”, reclama la charapa de mi costado.
La llama se llama ‘Loli’ y es coqueta. Lleva dos adornos coloridos en las orejas. Se acerca al militar que le ofrecía una barra de cereal y lo recibe con elegancia. Mastica. Los muchachos ya subieron al bus. El camélido se despide con un caminar galante. El viaje continúa. Aparecen las aves en una pequeña laguna, congelada a medias. Todo el paraje está cubierto de un forraje similar al ichu, aunque también se observan islas salitrosas. Ya estamos en el Parque de Lauca, a 160 kilómetros de Arica, en la Comunidad de Putre (Parinacota – Tarapacá).
La charapa de mi costado se llama Anita, tiene 20 años y es de Tarapoto. Ahora duerme y un costarricense melenudo la fotografía en silencio. Los viajeros se carcajean. El volcán Parinacota, con sus 6.330 metros de altitud y su cima cubierta de nieve, ahora se ubica junto a la carretera y el terreno se ha vuelto rocoso. Un sombrero de nubes cubre a esta hermosa montaña y no la deja brillar como debería.
Ahora aparece el Lago Chungará, que en realidad es más hermoso que extenso. Estamos a 4.500 metros de la costa y en las orillas se confunden algunos patos con vicuñas que beben de las gélidas aguas. Algunos otros picos nevados también se yerguen en el lugar y entre ellos resalta el gran Sajama de Bolivia. La frontera está muy cerca. Descendemos de los buses y el viento nos castiga. El lago, proclamado como el no navegable más alto del mundo, aunque muestra algunas zonas congeladas, es hábitat de patos, blanquillos, taguas y cuervos de pantano.
Los expedicionarios caminan en la ribera. Se fotografían, se abrigan entre ellos y saltan entre los riachuelos. Mis manos se han congelado, literalmente. No siento mis dedos y la humedad de mi nariz se ha transformado en un trozo de hielo, o algo similar. Los jeans se han enfriado tanto que preferiría estar desnudo. Pero continúo y capto algunas fotografías.
Al otro lado del camino, ya de retorno, sólo hay cerros, tierra seca y roquedales deslizados cerca de la carretera. Un desvío nos lleva a un pueblo pintoresco que luce una iglesia de barro y techo de paja. Una historia habla de una mesa centenaria que cobra vida y camina hasta las casas, por eso la tienen amarrada a un tremendo madero. En caso de que la mesa ‘camine’ hasta alguna vivienda, alguien de esa familia moriría. Un temor justificado. Por ello tantos nudos en la cuerda que sujeta a la mesa maldita.El retorno a Putre es más corto de lo que esperaba. Un suculento almuerzo nos espera en un local cercano de la Plaza de Armas, así que guardo la libreta y el lapicero y enrumbo hacia el lugar donde, al fin, saciaré un hambre voraz. Chile se despide así de la expedición, con esta retahíla de imágenes imborrables y con el orden y la limpieza que caracteriza a esta pujante nación del sur.
Ruta Inka 2007 ingresó a nuestro país y fue recibida con calor en Tacna
¡Ya estamos en el Perú!
Huelga nacional de trabajadores mantiene encerrados a expedicionarios en terminal de Ilo.
La pareja de bailarines tacneños zapateaba y se cortejaba al ritmo de una marinera norteña, y yo por fin me sentí en casa. Mi Perú querido. En aquel momento, recordé las numerosas oportunidades en que me aburrí al cubrir el Concurso Nacional de Marinera en el Coliseo Gran Chimú. Era extraño, pues luego de haber permanecido 18 días en el extranjero, aquella danza peruana era un deleite que hacía palpitar mi corazón y que me hinchaba de orgullo por haber retornado a la añorada tierra que me vio nacer.
Los expedicionarios cruzamos la frontera chilena el último lunes 9 y llegamos a Tacna, donde la Municipalidad Provincial y el Gobierno Regional nos recibieron con una actividad cultural en una estación ferroviaria donde se conservan algunas de las locomotoras más antiguas del país. El ambiente no pudo ser mejor. Huaylas y marinera, pañuelos y banderas rojiblancas, arengas al Perú y festejos por el triunfo de Machu Picchu. “¡Bienvenidos al Perú!”, gritó en el micrófono la presentadora.
El hambre apremiaba pues ya eran más de las 3 de la tarde, pero los estómagos tuvieron que esperar pues aún faltaba adentrarnos en la sierra tacneña y arribar al distrito de Palca, a más de 2.900 metros de altitud. Esta humilde población, que colinda con las fronteras de Chile y Bolivia, y donde los vientos gélidos nuevamente penetraron en nuestras gargantas, nos ofreció ajiaco de cuyes y mote sancochado, pan e Inca Kola. “Pobrecitas, si son unas mascotitas…”, reclamó una mexicana de 19 años que participa del viaje. “No importa, yo tengo mucho hambre”, le respondió su compañera.
Si en Chile se resaltó el orden y en Bolivia se renegó por los servicios deficientes de sus ciudades, en Perú se ingresó en una tierra desconocida para la gran mayoría. María Guadalupe Ruiz, periodista mexicana, nos lanzó un dardo a los peruanos, difícil de esquivar. “Al Perú sólo lo conocemos por Laura Bozzo; allí todos se peleaban y ella les regalaba carritos sandwicheros”, dijo. Yo, que asocio a México con Pedro Infante, Cantinflas, el Chavo del 8, mariachis, novelas lloronas o el Chapulín Colorado, me sentí como uno de esos malandrines que la ‘Doctora del Pueblo’ desenmascaraba ante el mundo. Una vergüenza completa. ¡Qué pase el descarado!
El viaje de retorno a Tacna, entre la oscuridad de los Andes, algunas estrellas salpicadas en los cielos y las polvaredas de un camino sin asfaltar, demoró poco más de dos horas y los aventureros tuvimos un tiempito para cruzar el arco de la Plaza de Armas que custodian Bolognesi y Grau. Un pollo a la brasa y otra Inca Kola no cayeron nada mal. El Centro de Tacna de noche luce tan señorial como Trujillo, con lámparas ámbares y bustos de héroes en medio de verdes plazuelas. Una bella ciudad.
Pero el viaje no había culminado aún aquel día. Por la noche abordamos los buses y nos dirigimos a la playa de Ite, ubicada en la provincia Jorge Basadre de Tacna. Dos horas de viaje en dirección norte bastaron y tuvimos que contentarnos con descansar en un ambiente sin camas, sobre cartones y metidos en las bolsas de dormir. En realidad, no fue tan incómodo como suena, pues nos abrigamos bien unos a otros y compartimos nuestros calores.
Al día siguiente, en Ite, fuimos testigos de la contaminación en su máxima expresión. La arena de los humedales, donde viven y se alimentan innumerables aves migratorias, lucía una tonalidad verdusca ya que la empresa Southern Perú la utilizó como botadero de desechos de cobre por más de 50 años. Fue un crimen que los pobladores siempre denunciaron pero que la corrupción siempre apañó. Los resultados se viven ahora, décadas adelante, ya que las playas sólo muestran una belleza escénica pero en el fondo se encuentran envenenadas. “Estos huesos de animales están verdes por el cobre, esto es como un relave en el mar”, denunció Yalina Alarcón, peruana que participa en la ruta.Ite nos despidió con arroz con pollo y ocopa arequipeña, con su iglesia construida en sillar y sus calles apacibles. Horas luego, el Puerto de Ilo nos abrió sus puertas y es aquí donde ahora nos encontramos, atrapados en su terminal terrestre porque en las calles se vive una huelga indefinida. Los vehículos son apedreados y los motores permanecen apagados. Algunos expedicionarios salieron en grupos a recorrer la ciudad escoltados por agentes del serenazgo, pero yo decidí escribir estas líneas sin compañía alguna, en mi ‘habitación’ del terminal. Hace un momento me acerqué a la ventana y observé la calle, tranquila. El viento costeño, con su brisa fresca, infló mis pulmones y recordé Trujillo. Pero al fondo, en el núcleo de la protesta, una negra humareda con olor a neumático quemado me recordó que hay gente que protesta contra la contaminación del medio ambiente. Qué contradictorio. Qué extraño. Así es mi querido Perú.