jueves, agosto 16, 2007

Surcando los Andes mapuches en un viejo tren boliviano
Un largo viaje a Chile
Ruta Inka 2007 llegó a la ciudad de San Pedro de Atacama, en la región de Antofagasta.

La desesperación fue una de las sensaciones presentes durante las 24 horas que duró el viaje en tren desde la localidad boliviana de Uyuni hasta la ciudad chilena de Calama. El viejo ferrocarril del país altiplánico, tras cruzar la frontera, recorrió con sigilo los Andes que algún día pertenecieron a Bolivia a menos de 15 kilómetros por hora, como con vergüenza o tal vez miedo por ingresar a tierras que hoy tienen otro dueño…
La expedición partió de Uyuni a las 3:30 de la madrugada, cuando los termómetros marcaban -10 grados centígrados, vientos fríos se colaban en los pulmones y una luna perfecta iluminaba nuestros pasos. El tren se fue adentrando en zonas gélidas y sus ventanas muy pronto se vieron cubiertas con hielo. Era nuestra respiración, pero cristalizada. Nuestros pies se convirtieron en témpanos, pues la naturaleza nos estaba castigando con uno de sus peores flagelos: el frío extremo.
Las horas fueron transcurriendo y el amanecer se fue prolongando. Algunos de los aventureros entrelazamos nuestros pies o los colocamos bajo las piernas para devolverles la vida, pues el frío era inclemente. Pero como no existe enemigo que viva 100 años ni cuerpo que lo soporte, por decirlo de alguna manera, el amanecer por fin envió sus primeras señales con rayos de sol salvadores. Las ventanas del bus fueron descongelándose y el panorama fue cambiando. En las afueras apareció la Bolivia que no sucumbió tras la guerra, la Bolivia solitaria de su frontera, la Bolivia donde no existen ambulantes ni bocinazos. La Bolivia más extrema.
Yo viajé en mis asientos junto con cuatro expedicionarios más, un joven de España y tres mujeres de Nueva Zelanda, México y Perú. Cuando existen objetivos y necesidades comunes, como llegar al mismo lado, por ejemplo, la vergüenza no tiene espacio ni tiempo, así que los pies en las ventanas o los malos olores de los cuerpos no causan rechazo alguno, más bien compresión. “Este tren avanza muy lento, quisiera bajarme aquí y regresar a mi casa”, comentó el español que iba a mi costado. A eso me refería.
Casi al mediodía por fin llegamos al punto fronterizo boliviano de Avaroa, ubicado a más de 3.700 metros de altitud. El edificio del control incluyó el sellado de pasaportes y el registro en las planillas. Los bolivianos de la ruta redactaron documentos de salida de su país, con cargo a retornar. El tren esperaba detenido en las afueras. Todo marchó muy bien. Habremos demorado media hora en la inscripción de los más de 100 expedicionarios de Ruta Inka. El ferrocarril –entonces– avanzó tres minutos más y cruzó un letrero que daba la bienvenida a Chile. En ese instante, los viajeros aún desconocíamos que la historia recién estaba empezando.

Productos peligrosos
El tren se detuvo más de una hora entre Bolivia y Chile. De acuerdo con los documentos que portábamos, ya no estábamos oficialmente en Bolivia, pero tampoco habíamos ingresado al país sureño. En otras palabras, no estábamos en ninguna parte. Y así permanecimos hasta que un agente chileno abordó el tren y nos informó que se había agotado el formato de ingreso y que debíamos esperar. Lo que sí nos dio el oficial fue un documento donde debíamos declarar si portábamos productos de origen animal o vegetal, ya que éstos, según las leyes, pueden ser agentes transmisores de plagas o enfermedades.
El tiempo transcurría y el calor transformó el tren en un horno. Lo peor de todo era que, como no estábamos en ninguna parte, no podíamos descender. Eran ya la 1:15 cuando por fin nos dieron la orden de bajar, sin equipaje, y formar una cola en la oficina de control. Más de 100 extranjeros esperando un ansiado sello de ingreso a Chile. Diana, una colegiala peruana de 16 años sólo viajaba con un permiso notarial de sus padres y tuvo problemas. La querían dejar en la frontera boliviana por carecer de pasaporte o DNI. La chiquilla lloró, se lamentó y explicó, pero los agentes sólo cedieron casi cuando el tren estuvo a punto de continuar su marcha, seis horas más tarde. Durante todo ese tiempo ocurrió una serie de hechos. A los costarricenses les confiscaron sus pasaportes porque el encargado del control desconocía si ellos requerían de una visa para entrar a Chile. Luego de averiguar que esto no era necesario, pudieron pasar.
“Yo pensaba que Chile era un país más ordenado, imagínate cómo nos tienen aquí bajo el sol tanto tiempo”, repetía cada cierto tiempo una española que integra la ruta.
Cuando terminó el control y todos teníamos el pasaporte sellado, empezaron los verdaderos problemas. Todos debíamos ingresar, equipaje en mano, a la oficina de Migraciones de Chile. Tuvimos que desocupar el tren, cargar nuestros equipajes algunos metros y esperar a que nos atiendan. Casi todos pasamos sin problema alguno; sin embargo, a una española que llevaba en su mochila un plátano y una mandarina, productos que olvidó declarar, le retuvieron el pasaporte y la amenazaron con castigarla con una multa de 50 dólares. Eran las frutas más caras de su vida. Lo mismo le ocurrió a dos chiquillas mexicanas que habían comprado en Bolivia artesanía (canastas y un barquito) en mimbre y carrizo. Como estos productos son de origen vegetal, y ellas no lo pensaron así, el agente explicó que podrían poner en peligro la salud chilena. “¿Cómo un barquito va a poner en peligro a este país… es el colmo, son unos exagerados?”, señaló una joven peruana.
La revisión culminó pasadas las 7 de la noche. A esas alturas, un carabinero se había apiadado de la menor peruana y la dejó pasar. A la española de la fruta prohibida y a las mexicanas de las artesanías peligrosas les devolvieron el pasaporte, pero les confiscaron sus productos. “Nos dijeron que aquí revisan mucho a las personas que vienen de Bolivia para evitar las plagas (¿?)”, dijo Gabriela, una de las aztecas.
El tren volvió a silbar y los rieles crujieron. Por fin en Chile, dijimos. Ocho horas más tarde, el ferrocarril ingresó a Calama, a más de 2,250 metros de altitud. Eran más de las 3 de la madrugada. Un aire frío nos tomó por sorpresa al descender. Estábamos en la capital de la provincia de Loa, en la región de Antofagasta. La estación del tren nos cobijó algunos minutos, poco antes de dirigirnos hacia un coliseo polideportivo para esperar el alba y continuar la marcha hasta San Pedro de Atacama, ‘Capital Arqueológica de Chile’.
El viaje había concluido. Con los cuerpos sucios, las mentes cansadas, los ojos hinchados, un frío menor al que sentimos en Bolivia y muchas ganas de continuar en la ruta, los expediciones ingresamos a Chile, un país que hasta a simple vista ofrece mejores servicios que Bolivia y donde hasta un barquito de madera de 20 centímetros es un enemigo al cual hay que exterminar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cholo Inculto nunca aprenderas nada ,,,y eso que eres peridista pero del pais de los simios.....simio informate...el control aduanero y lo que es el SAG....


recuerda que peru hiede en enfermedades contagiosas....

Barakat on line dijo...

Tu comentario, tan ‘aleccionador’, nos revela de qué lado de la frontera se encuentran los incultos. Seguro que hasta un verdadero simio (que de hecho es más inteligente que tú) firmaría sus comentarios y no se escondería tras el cobarde anonimato para acrecentar los odios propios de los mediocres. Una pena que existan chilenos como tú..

Atentamente,

Pier Barakat.