lunes, agosto 31, 2009

CRÓNICA. Una historia que se rescata del olvido, a propósito de cumplirse 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial

José Barouh, el trujillano

que murió en el Holocausto

Periodista Hugo Coya Honores identifica a 22 peruanos que fueron víctimas del nazismo en Europa.

Catorce años antes de morir junto a su familia, el griego nacionalizado peruano Samuel Barouh caminaba por las calles céntricas de Trujillo. Corría el año de 1930 y esta ciudad norteña, que recién había celebrado su cuarto centenario de fundación, aún no se recuperaba por completo de las lluvias incesantes que rajaron los cielos y agrietaron la tierra los días 7, 8 y 9 de marzo de 1925. Fue un aluvión infernal que no sólo destruyó las iglesias, colapsó los servicios de sanidad, paralizó los ferrocarriles, congestionó los teléfonos y frenó los automóviles, sino que también revivió el fantasma de las avalanchas de las quebradas El León y San Carlos.

Samuel iba preocupado, pero feliz. Su esposa, la turca Rebeca Avayü, había alumbrado a un bebé a quien llamarían José. Era el tercero de sus hijos, pero el primer varón. Ambos salieron de su vivienda, ubicada en el jirón Gamarra, y caminaron hacia el Concejo de Trujillo, precisamente para registrar a su hijo. Cruzaron la Plaza de Armas, que lucía un flamante Monumento a La Libertad, inaugurado el 28 de julio de 1929 con motivo de los 108 años de la independencia nacional, e ingresaron a las oficinas ediles. Eran las 9 de la mañana del 5 de junio de 1930.

En el Trujillo de aquel entonces, las diferencias políticas se materializaban en pasquines de todo calibre. Por otro lado, el antichilenismo flotaba en la atmósfera mucho más fuerte desde el retorno de Tacna a Perú, mientras que el boom azucarero que vivía la ciudad sorteó con cierto éxito el aciago 24 de octubre de 1929, día que pasó a la historia como el ‘Jueves Negro’ por la caída de la Bolsa de Valores de Nueva York. En las afueras del centro iban levantándose chalets y urbanizaciones residenciales, donde vivían los grandes terratenientes y algunos extranjeros, entre italianos, españoles o alemanes, que decidieron asentarse en estas tierras primaverales.

Fue precisamente el azúcar y el buen momento económico lo que atrajo a Samuel Barouh a Trujillo. Él vendía telas importadas en la ciudad y en los ingenios de Laredo, Casa Grande, Chiclín y Cartavio. Lo llamaban ‘El Turco’, como a muchos otros especialistas en vender de manera ambulatoria lo que se proponían antes de emprender un nuevo viaje hacia alguna tierra desconocida.

Se presume que Samuel y Rebeca abandonaron Trujillo porque sospechaban que iba a desatarse un conflicto armado. De haber sido así, no se equivocaron, ya que el 7 de julio de 1932 una facción aprista tomó el cuartel O´donovan y dominó la ciudad durante cuatro días. Decenas de muertes en la cárcel central, bombas que caían de los aires y disparos del régimen militar sanchezcerrista para retomar el control tiñeron con sangre el destino político y social de los trujillanos de esa época y de las siguientes décadas. Fue el “Año de la barbarie”.

Previendo esto, pero sobre todo porque el gobierno peruano prohibió el comercio ambulatorio en salvaguarda de los negocios ‘formales’, los Barouh Avayü viajaron a Lima con sus tres hijos y después partieron a Francia, donde vivían algunos familiares. Sin embargo, lo que no lograron predecir antes de enrumbarse hacia Europa, fueron los planes perturbados de un tal Adolf Hitler, líder alemán que años más tarde emprendió una cacería humana y se propuso exterminar a los judíos o a cualquiera en cuyas venas no corriera la sangre aria.

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Rebeca Avayü nació en 1897 en Esmirna, actualmente el segundo puerto más importante de Turquía, después de Estambul. No se conocen datos sobre su niñez, pero sí se sabe que muy joven, tal vez a los 23 años, se casó con el griego Samuel Barouh en la ciudad natal de éste: Salónica, la segunda más desarrollada del país mediterráneo en nuestros días. De esa manera, conformaron la familia Barouh Avayü, dos apellidos judíos que más tarde serían su condena.

Samuel le llevaba siete años de edad y se dedicaba al comercio; ella, era experta en las artes del hogar. En aquel entonces, la realidad económica, política y social europea hacía voltear la mirada hacia Sudamérica, y especialmente hacia el Perú, un lugar aún por descubrir y con evidentes oportunidades para volverse rico.

Luego de cruzar los mares Egeo, Mediterráneo, Atlántico y Pacífico, llegaron a Lima, una ciudad en crecimiento que conservaba la arquitectura colonial en un centro histórico hermoso, con haciendas en las afueras, y plagada de inmigrantes europeos y de mujeres que ya no cubrían su rostro pero sí integraban una sociedad cerrada y racista donde la gente valía por el peso de su fortuna.

De acuerdo con el itinerario de su viaje, partieron en 1920 en un barco de la Grace Line de Salónica hacia Pireo (Atenas), Nueva York, Balboa (Panamá), Talara y Salaverry en Perú y, finalmente –tras un periplo de cuatro meses– atracaron en El Callao, donde Samuel emprendió la venta casa por casa de finas telas importadas de Beziers (Francia), que la aristocracia capitalina compraba como pan caliente para la confección de las más elegantes prendas de aquella época.

El 14 de julio de 1925, luego de soportar un embarazo agobiante por el calor demoníaco y las lluvias torrenciales que ocasionó el Fenómeno El Niño, nació Victoria Barouh Avayü, la primera hija que los obligó a asentarse algunos años en Lima, exactamente en la calle Arica 540 del actual distrito de Breña. Le siguió Mathilde, quien vio la luz del mundo el 27 de enero de 1927, también en la capital peruana.

En 1930, atraídos por el olor de la melaza y el dulce sabor del dinero que producían las azucareras trujillanas, los Barouh Avayü llegaron a Trujillo. Rebeca quedó embarazada en 1929, un año crítico para la economía mundial, así que se vieron obligados a buscar nuevas alternativas financieras.

El martes 3 de junio de 1930, cuando Samuel ya era conocido por los trujillanos como ‘El Turco’ que vendía telas, y cuando ya había cumplido 40 años, nació su tercer hijo: José Barouh Avayü. Era el primer varón y también el más esperado, el niño que cuando fuera hombre heredaría las artes del comercio. Era una ‘bendición’ de Dios, citando la traducción al español de su apellido.

Samuel estaba feliz. Dos días después, el jueves 5, padre y madre se dirigieron hacia la oficina de los registros civiles del concejo. Los acompañaba el italiano Rafael Baruchi y Hockin, un importante hombre de negocios de 38 años y fundador de la Sociedad Baruchi y Farhi, hoy extinta.

En el concejo los atendió el oficial registrador Max José Renils, quien inscribió a José con partida de nacimiento número 439 y como “hijo legítimo del declarante”.

Sin embargo, las cartas del destino les depararon una nueva aventura. Tras dos años de permanencia en Trujillo, y poco antes de la revolución aprista que hizo desbordar ríos de sangre y llover bombas sobre la Plaza de Armas, los Barouh Avayü ya habían abandonado el Perú.

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Maurice Barouh Avayü, el cuarto hijo, nació en Beziers, Francia, el 3 de marzo de 1932. Se presume que Samuel y Rebeca escogieron el país galo porque allí tenían familiares. No obstante, y definitivamente, viajar a Europa fue la peor decisión que tomaron en su vida. Ese mismo año, en Alemania, Adolf Hitler ya postulaba a la presidencia, objetivo que persiguió desde 1925 y que logró el 30 de enero de 1933 al ser nombrado canciller, luego de un camino cargado de triquiñuelas, incendios y muertes.

El año 1939 comenzó sombrío con la muerte del papa Pío XI, el 10 de febrero, quien fue sucedido el 2 de marzo por Pío XII. Pero el episodio más aciago ocurrió el 1 de septiembre cuando las tropas alemanas invadieron Polonia y dos días después estalló la Segunda Guerra Mundial. La Industria tituló el día 3: ‘Inglaterra, Francia y Polonia están de nuevo en guerra contra Alemania’. En esa misma edición, el editorial advertía: ‘La guerra otra vez’.

La familia Barouh Avayü continuaba viviendo, o sobreviviendo, en el pueblo de Beziers, y precisamente en esta pequeña localidad ubicada en el departamento francés de Hérault (de conocidos antecedentes griegos), fue capturada por las tropas nazis, en 1944. Los seis fueron llevados al campo de tránsito parisino de Drancy y allí, fichados como prisioneros al ser descendientes judíos. José, el trujillano, a quien registraron como Joseph Barouh Avayü, fue internado con el número 22548.

Cuando fueron atrapados, Samuel tenía 54 años y Rebeca 47. Victoria 18, Mathilde 17, José era sólo un adolescente de 14 años y el pequeño Maurice un niño de 12. El 30 de mayo de 1944, cuando sólo faltaban 16 meses para que termine la guerra, los seis fueron obligados a abordar el convoy número 75 que los condujo al infierno, a la muerte del Holocausto, de la Shoá: al campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, donde todos fueron asesinados.

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El trujillano José Barouh Avayü y sus familiares no fueron los únicos peruanos que murieron en el Holocausto. El periodista Hugo Coya Honores, luego de desarrollar una acuciosa investigación en un período de cuatro años, y habiendo viajado a París, Jerusalén, Estambul y Washington, entre otras ciudades, reconstruyó la vida de 22 peruanos que figuran en el ranking de las desdichadas víctimas del nazismo.

Coya Honores recuerda el día que visitó el campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, en octubre del 2004, y descubrió –de casualidad­– que nuestro país había perdido a 22 de sus hijos en cámaras de gas, a balazos, apaleados o asfixiados en los infernales trenes alemanes.

“Hasta ese momento, mi percepción de ese terrible episodio era que nuestro país había sido un mero actor secundario en esa oprobiosa carnicería y que las víctimas eran apenas europeas, estadounidenses o japonesas”, relata el reconocido periodista limeño que publicará el próximo año su libro Paradero Final, bajo el sello de Santillana, en el cual contará la historia de los peruanos caídos (entre ellos la de la familia Barouch Avayü).

Tras su viaje a Auschwitz y ya en Lima, Coya Honores, como buen sabueso del periodismo, inició un trabajo que en su génesis y durante su desarrollo lidió contra la completa desinformación. “A mi regreso a Lima intenté descifrar por curiosidad periodística el misterio, saber quiénes eran estas personas y por qué habían muerto en lugares tan lejanos, pero sólo encontré vagas referencias en textos de la época y una entrevista en la revista Caretas a León Trahtemberg”, señala en la presentación de su futuro libro.

Entrevistas en todo el mundo a familiares de los caídos, una obsesionada navegación a través de Google, muchos mensajes mediante Facebook o Twitter, y viajes y lecturas innumerables le permitieron identificar a los 22 peruanos hasta con fotografías históricas que hasta ese momento “eran patrimonio exclusivo de sus familias, amigos y aquellas personas que los conocieron”.

“Sin embargo, como si se tratase del monje franciscano de la novela de Thornton Wilder El Puente de San Luis Rey, me propuse descubrir quiénes y por qué estos peruanos convergieron en su inmensa mayoría en ese puente que resultó ser el campo de reclusión de Drancy, en las afueras de París, entre 1943 y 1944, para partir en los trenes rumbo a la muerte”, agrega.

Así, tras revisar la lista de los deportados de Francia entre 1942 y 1944 que publicaron los esposos franceses Beate y Serge Klarsfeld, y con el apoyo de un rabino turco y de numerosas personas e instituciones en Francia, Israel, Polonia, Turquía, Grecia, Alemania, Estados Unidos, Brasil y el Perú, Coya Honores rescató del anonimato y homenajeó póstumamente a estos 22 peruanos (21 de ascendencia o religión judía y una católica), que perecieron por el odio del hombre contra el hombre.

Entre las historias que logró estructurar Coya resalta la de la católica Magdalena Truel, quien se convirtió en una heroína de la resistencia francesa y que pereció poco antes de culminar la guerra. Del mismo modo, la de los hermanos Assa, quienes participaron activamente en el levantamiento del campo de concentración de Sobibor y, aunque murieron en el intento, contribuyeron con la fuga de 300 personas.

“No creo que el final de estas 22 personas haya sido un designio de Dios o que fueran víctimas de la casualidad o del destino. Su muerte, como las de millones de otras personas en el Holocausto, fue producto de la maldad humana y de un sistema político que permitió el ascenso de un régimen dictatorial, totalitario, racista, xenófobo y homofóbico que tuvo muchas complicidades y todavía tiene solapados adeptos entre nosotros mismos”, añade.

Finalmente, Coya Honores lanza una advertencia que demuestra la locura y la crueldad del hombre de nuestros días: “El nazismo no ha muerto, permanece soterrado aquí en nuestro país y otros lugares del mundo. Está escondido en la mente de los intransigentes, de los extremistas, de los demagogos, de los autoritarios, de aquellos que no aceptan a los diferentes, de aquellos que rechazan a quienes no profesan su mismo credo, a quienes no piensan igual a ellos”.

MÁS INFO

- El libro Paradero Final saldrá a la venta el próximo año y, según Coya Honores (recordado director del diario La Industria de Trujillo), también será presentado a inicios de año en nuestra ciudad.

- Este martes 1 de septiembre se cumplirán 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial.

- Datos oficiales registran la muerte de por lo menos 62 millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial, entre civiles y militares.

- Se estima que durante el genocidio alemán llamado Holocausto se acabó con la vida de 12 millones de personas, la mitad de religión judía.

TENGA EN CUENTA

Respecto a la investigación.

“Siempre creí que era una persona con poca suerte, que nunca recibió algo de manera fácil o simple, a quien nadie le regaló nada, que enfrentó momentos muy duros y por eso, depararme de un momento a otro con este grupo de 22 desconocidos cambió radicalmente mi manera de ver e interpretar el mundo. Se trata de personas que me hicieron descubrir cuán pequeñas y menudas, cuán egoístas, cuán limitadas pueden ser nuestras vidas frente a estos hombres y mujeres que conocieron lo peor que puede albergar un ser humano y que aún así lucharon y mantuvieron su dignidad hasta el último instante”.

Hugo Coya Honores,

Periodista peruano.