miércoles, enero 20, 2010

Momentos para compartir

Hoy cumplo 20 días viviendo en Madrid y –aunque no es una fecha especial– quiero compartir con ustedes algunos momentos que me han arrancando una sonrisa, me han sorprendido o simplemente me ha tocado vivir. Como saben, por aquí ando haciendo algo de periodismo y asisto a clases de sociología, lingüística e historia. Todo gracias a una beca del Programa Balboa, claro, porque mis bolsillos nunca hubieran dado para tanto. Debo reconocer que a menudo me siento atrapado entre gente extraña, pero que normalmente España se porta bien conmigo. En fin, a ver qué tal salen estas estampas:


1. La nieve. Por fin la he conocido, o mejor dicho he visto nevar, pues años atrás tuve la suerte de pisar el Pastoruri cuando aún conservaba algo de nieve. Fue hermoso. Salí de casa a las 9.30 de la mañana y en el trayecto a la estación del metro mi cabeza se tiñó de blanco. La nieve al comienzo lucía como las cenizas que levanta el viento en los campos de caña de azúcar, cuando la queman antes de cosecharla, pero luego tomó más cuerpo y se convirtió en trocitos pesados de algodón. La ciudad se fue pintando de blanco y las manos se me congelaron. La gente iba con paraguas. Yo no, pero sonreía.

2. Todas las razas y creencias, todas. Sí, Madrid es una ciudad cosmopolita. Chinos flacos, negros ataviados de joyas doradas, blancos con los pelos parados y piercings por doquier, americanos alienados, anglosajones contrariados, musulmanas que se cubren el rostro, centroamericanos merengueros. ¡De todo! Y todos viven en su espacio. No puedo negar que cuando sube al metro un africano más negro que la noche lo quedan mirando como bicho raro, pero de eso no pasa la cosa. Aunque, seguro que para unos es más difícil adaptarse que para otros.


3. Don Obama. El otro día fui con Alba, mi novia, al Museo de Cera de Madrid. Es un lugar muy interesante en donde decenas de personalidades de fama mundial (entre ellas Mario Vargas Llosa) y personajes que pasaron a la historia (incluyendo al Inca Atahualpa) se encuentran representados en estatuas de cera hechas a tamaño real. Justo cuando observábamos la de Barack Obama, un niño de unos seis años la señaló con el dedo y le dijo a sus padres: “ese señor tiene las manos sucias”. Los papás nos vieron y sonrieron avergonzados. Claro, es que la estatua no tenía las manos sucias sino que llevaba el color natural de Obama.


4. El lugar en donde realizo la pasantía de periodismo es la agencia de noticias española Servimedia. La redacción es bastante moderna, todas mis jefas son mujeres y el concepto de periodismo social se trabaja con convicción. Pero lo más sorprendente es que de 100 periodistas que laboramos allí, 40 presentan algún tipo de discapacidad. Hay personas ciegas, sordas o en sillas de ruedas, y no sé pero siento que allí encajo muy bien.


5. ‘Javi’ es un ciego que escribe muchísimo mejor que varios periodistas sin problemas visuales que conozco (me reservo sus nombres). Él se ayuda de una consola braille y de unos audífonos (que acá llaman cascos) a través de los cuales una voz electrónica le va leyendo lo que hay en la pantalla. Lo sorprendente, pero obvio, es que ‘Javi’ escribe y escribe pero el monitor de su computadora siempre está apagado.


6. Perú. A menudo encuentro en Madrid cartelitos, mensajes o manifestaciones peruanas. El otro día en una pantalla instalada en la estación ‘Cuatro Caminos’ del metro anunciaban un programa de TV llamado ‘Aprendiendo a hacer comida peruana’ y salía una compatriota nuestra lavando unas cebollas. Eso del boom de la gastronomía peruana es muy conocido en España, al igual que Gastón Acurio, quien por cierto tiene uno de sus restaurantes en Madrid.


7. Una más. El tren se detuvo y un cartel de Aerolíneas del Sur promocionaba vuelos a Lima y Cuzco. Entonces, dos músicos subieron. Uno tocaba la zampoña y el otro un charango y empezaron a interpretar ‘El Cóndor Pasa’. Fue emocionante escuchar este tema en uno de los vagones del metro de Madrid, que por un momento pareció ser uno de esos buses viejos que van a Santiago de Chuco.


8. El fin de semana pasado viajé a Valladolid, ciudad donde estudia Alba, y entramos en un supermercado para comprar algo para la cena. Entre otras cosas, compramos una bolsa de frutos secos picantes (que no picaban). Grande fue la sorpresa al ver que entre los ingredientes, además de cacahuetes y habas, decía: ‘maíz gigante de Perú’. De hecho que me los comí con ganas.

9. Por último, algunas palabras clave o frases que se escuchan a menudo en España en estos días: crisis, paro, ‘no hay trabajo’, joder, ‘todo está muy mal’, macho, ‘un café con leche, por favor’, inmigrantes, ‘se ha perdido la educación’, ‘antes todo era mejor’, ‘ta-luego’.

domingo, enero 10, 2010


Mi primer día 

en La Industria

1.36 a.m. del 31 de diciembre de 2009. Acabo de terminar de corregir la última edición del año de La Industria y, de alguna forma, me siento satisfecho y orgulloso de ello. Tal vez por ello he recordado el día en que ingresé a este diario. Fue un 11 de febrero del 2001. Tenía 19 años y no sabía nada de nada de lo que es el periodismo.

La jefa de Informaciones de aquel entonces, una inmensa mujer llamada Clara Claros, con quien siempre he mantenido una relación con altibajos pero amical, me preguntó si tenía una grabadora y yo le dije que sí. En realidad, había llevado una radio portátil con un casete de Facundo Cabral que me gustaba escuchar mientras caminaba por las calles trujillanas, llevándolo a mi oreja. En aquel entonces, no existían los Ipods ni los reproductores MP3.

Clara me preguntó si podía “cubrir una conferencia de prensa” y yo le dije que sí, aunque en realidad no sabía a qué se refería con el término “cubrir” y mucho menos qué demonios era una conferencia de prensa.

“Es aquí a la vuelta, en la Casa del Maestro”, me dijo. ¿Conoces?, preguntó. Sí, le dije, aunque también fue una mentira. Y pues, fui al lugar. Pregunté por allí dónde quedaba la dichosa casa y llegué. Era una casona republicana de adobe y madera, ubicada en el jirón Junín, y se trataba de una cita de profesores jubilados que le exigían mayores beneficios al gobierno. Crucé el arco de ingreso y el tremendo portón de madera y alguien que me vio con la radio en la mano me preguntó de qué medio iba y yo, casi casi sin creérmelo, le dije que de La Industria. ¡Llegó el de La Industria!, gritó el jubilado a otro viejito que me dio la mano y me condujo a una silla en primera fila que tenía un rótulo de cartón con el nombre del diario colgado en el espaldar. Me senté y me sentí importante. Me moría de miedo.

Entonces, muchos otros periodistas llegaron y con ellos, cámaras, micrófonos, flashes y grabadoras de verdad. Cuatro ancianos tomaron asiento en la mesa principal e iniciaron la conferencia donde pedían aumentos a sus pensiones y beneficios en el sistema de salud. Yo le puse REC a mi casete con música, con mucha pena pues al grabar las palabras de los viejos, iba borrando mi música. Pero ni modo, dije, tengo que salir de ésta. De pronto, miré hacia mi costado y encontré al doctor Mauro Gómez Caballero, el mismo que me había ayudado a nacer 19 años atrás en la Sánchez Ferrer. Hola, me dijo, muy cordial. ¿Eres periodista? Sí, le respondí, sin creérmelo. Es mi primer día, añadí. Qué bueno, agregó, yo te voy a ayudar. Entonces, al terminar la conferencia me tradujo lo que los viejitos habían dicho y recién pude entender sus reclamos. Me contactó con el presidente de la asociación y casi casi me dictó al oído las preguntas que debía hacerle. Me salvó. Y le di las gracias. Tal vez me ayudó a nacer nuevamente, aunque esta vez en el periodismo.

Al terminar, regresé al diario y encontré a Clara, quien me preguntó si me había ido bien y yo le dije que sí, claro. “Escribe una nota de dos mil caracteres”, agregó. Okey, respondí. Esa fue la primera vez que me enfrenté a una página en blanco. Rebobiné el casete de Cabral y, no lo creerán, pero no se había grabado ni una sola palabra. Sólo sonaba un ruido muy parecido al soplido del viento en invierno o al incesante rugir de las olas del mar. Pero, claro, yo no pensaba ni en el viento ni en el mar, sino en cumplir con el encargo y demostrar que sí sabía hacer lo que en realidad desconocía.

Puse primero el titular, como lo continúo haciendo hasta ahora cuando empiezo a redactar, y luego recordé que en el primer párrafo debía considerar las cinco preguntas básicas (qué, quién, cómo, cuándo y dónde) y así lo hice. Traté de recordar las palabras de los viejitos y por suerte, gracias al doctor Gómez, había captado la idea del asunto. Como en aquel entonces desconocía cómo se contaban los caracteres en Word y como era la primera vez que utilizaba una máquina MAC, no sé cuántos escribí. Presumo que unos 1200, es decir, una simple tripita de texto que hoy la podría redactar en cinco minutos pero que aquel 11 de febrero del 2001 me tomó más de dos horas. Puse punto final y dije ya está. La dejé en esa vieja computadora que parecía de juguete y me fui a casa. Al día siguiente vi que la publicaron en la página A3 Locales. Y sonreí (hasta ahora la guardo).

Ha transcurrido mucho tiempo desde aquel entonces y durante él he escrito en todas las secciones habidas y por haber del diario. He viajado a toda mi región (con excepción de Julcán a donde no sé por qué pero nunca fui), a todo mi país, a casi toda Sudamérica y a algunas ciudades de Europa. He sentido el frío cruel de la sierra y he sudado como un cerdo entre los árboles amazónicos, en busca de historias. He sentido la crueldad del ser humano contra el ser humano, he llorado con alguien que sólo vino al diario para ser escuchado, he comprendido que la política no es cochina: los cochinos son los políticos. He visto cómo intereses de todo tipo se intentan colar en el papel y la tinta, he denunciado a los corruptos, me he divertido tanto en comisiones de ensueño con Lucho Cabrera “El Curro” y Américo Barriga, y en viajes inolvidables con Celso y los choferes. Son tantas las historias, que muchas de ellas, tal vez la mayoría, ya las he olvidado. Sin embargo, las llevo grabadas en mi corazón.

De ser aquel practicante que no sabía nada de nada, luego me convertí en redactor, mucho más tarde en responsable de alguna sección, después en editor de página y finalmente en un editor “matutino” que trabaja por las noches. Nueve años me ha costado convertirme en lo que soy y hoy, que he cerrado la última edición del año 2009, me veo aquí sentado y, para ser franco, siento que no sé nada. Que recién estoy empezando en esto. Que tengo mucho por aprender.

Un periodista es una persona que sabe un poco de todo, pero en el fondo no sabe nada. Y por ello, nunca deja de seguir aprendiendo.

¿Será que éstas son mis últimas semanas en La Industria o tal vez que hoy es el último día del año? ¿Será que pronto volveré a ser un practicante, pero en España? ¿Será que soy muy nostálgico o sentimental? No lo sé. Tal vez siento miedo de dejar todo esto para empezar desde cero en una tierra desconocida. Para quienes no lo saben, semanas atrás me informaron que gané una beca del Programa Balboa y desde el 1 de febrero, y por siete meses, viviré en España, estudiando y practicando. O tal vez soy un poco cobarde, no lo sé, no lo creo. 

De lo que sí estoy seguro es de que si en España algún jefe me preguntara ¿podrías hacer esto o aquello?, yo siempre diré que sí, con seguridad, aunque por dentro me esté muriendo de miedo. Ésa es tal vez la lección más importante que he aprendido en este tiempo: a ser valiente, a nunca decir que no y a siempre seguir adelante, en busca de la mejoría, en busca de la felicidad.

Perdónenme por contarles esta historia tan aburrida, pero hoy que vi la casa del diario adornada por las luces navideñas y que la luna brillaba como nunca antes, mientras yo permanecía sentado en la banca de madera del patio, recordé el primer día en que llegué por esta empresa que tanto quiero y que, estoy muy seguro, extrañaré demasiado.