jueves, setiembre 23, 2010

Crónica desde el sórdido Barrio Rojo de Ámsterdam, un sitio donde todo puede pasar

Sexo compro, sexo vendo, sexo arriendo

ÁMSTERDAM. El tren se detiene. El viaje fue largo pero confortable desde Maastricht (ciudad ubicada cerca de la frontera con Bélgica) ya que demoramos algunos minutos extras en Eindhoven, la ciudad donde jugaba la ‘Foquita’ Farfán. Acabo de llegar a Ámsterdam con mi novia, y después de atravesar una calle donde se celebraba una colorida fiesta gay, unas 20 mujeres casi desnudas me empiezan a hacer señas a través de cristales iluminados con farolas rojas. Estoy desorientado, miro a Alba y volteo hacia esas mujeres que muestran sus atributos físicos, y pienso, ¡qué novia tan comprensiva tengo!
El Barrio Rojo de la capital de los Países Bajos es un lugar recomendado para hombres con problemas de baja autoestima. Es similar a dar un paseo por los oscuros pasillos de venta de jugos del Mercado Central de Trujillo, con la ‘pequeña’ diferencia de que aquí las mujeres que lanzan piropos y hacen ojitos no llevan pañoletas en la cabeza ni tienen una mano apoyada en la cintura y la otra en una licuadora, sino que se encuentran metidas en escaparates que se pueden ver desde la calle, casi, casi, como Eva (y no precisamente te ofrecen beber extractos de piña o papaya).
El sol se va ocultando entre los edificios más altos y los canales románticos y destellantes de Ámsterdam, la ‘Venecia del Norte’, la ciudad que Ana Frank fisgoneaba por la noche entre los pliegues de las cortinas de la casa de atrás, su escondite familiar; la ciudad donde hay más bicicletas que habitantes, la ciudad del Ajax y de la Heineken, la ciudad que atrae cada año a millones de turistas de todo el mundo en busca de sexo, drogas y diversión desenfrenada y libre de miradas acusadoras. En Ámsterdam, la ciudad del famoso edificio-zapato del ING, con su millón y medio de habitantes, todo puede ocurrir.
Tañe la campana. La iglesia está cerca. El Barrio Rojo se encuentra envuelto en una atmósfera de humo de marihuana, hierba que por ley sólo se debería vender en mínimas dosis dentro de los coffeshops (donde también se ofrecen kekes y chupetines de marihuana), pero que en realidad se fuma –siempre clandestinamente– en cualquier lugar. Con Alba decidimos sentarnos a la sombra de un castaño que casualmente se encuentra frente a un escaparate donde se expone una jovencita blanca y rubia de unos 24 años en tanga y brassier. A su costado hay otra muchacha que llama la atención por su manera de conquistar a los hombres: los mira, les hace una señal con los dedos, se quiebra y se voltea (aunque no precisamente para mostrarles la espalda).
No han transcurrido ni cinco minutos y al menos han pasado frente a la vitrina unos 15 hombres con aparentes ganas de entrar pero que sólo han sonreído y han seguido su marcha. La pesca no está buena. Pero, ahora se detienen dos mozuelos de unos 18 años, o tal vez de menos (el acné les delata). La chica de la derecha se quiebra como pez en el agua y lanza el anzuelo. El muchacho lo piensa, ella lo sigue llamando, se exhibe; él sube un escalón, ella sonríe más y más. Ya cayó. Ella sale de su vitrina y abre la puerta. Los muchachos se despiden y el más avezado entra. La cortina se cierra. Cae el telón.
Imágenes como ésta se repiten por cientos cada día, a toda hora y sin pudor alguno. Aquí las prostitutas son como microempresarias, ya que para trabajar tienen que alquilar un escaparate, pagar impuestos y contratar una seguridad social privada. Todo está legalizado, pero regulado. Nadie las juzga, ya que la prostitución es una práctica que se remonta al siglo XII, cuando Ámsterdam era sólo un pequeño pueblo de pescadores.
Caminamos entre callejuelas y escaparates. Fiestas, alcohol, más olor a marihuana. La iglesia sigue tocando su campana como diciendo: aquí estoy. Los caminos no sólo tienen escaparates con mujeres, sino también una multitud de negocios que ofrecen todo tipo de aparatos y artilugios que superan a la ficción (sadomasoquismo, voyeurismo, películas pornográficas, aparatos de uso íntimo impulsados por pilas o baterías, etc.). Uno de ellos es ‘La casa del preservativo’. Entramos. Pienso en que ya hay poco que me pueda sorprender después de dar un corto paseo por el Barrio Rojo, pero no, aquí hay preservativos hasta con forma de picos de pato, con cabeza de jirafa, con melena de león o con uñitas de gato. Interesante lugar. Nos vamos.
¿Qué importa el qué dirán? Bajo el concepto del respeto mutuo, la tolerancia, el liberalismo, la diversidad, la mente abierta y la exaltación del hedonismo, Ámsterdam se ha convertido en el paraíso de quienes persiguen el placer en toda su dimensión. Todo es normal. Los niños caminan debajo de los escaparates rojos, los gays y las lesbianas van de la mano y se besan mientras empujan el coche con su bebé adoptado (o no), la gente baila en la calle… En fin. Todo es posible. ¿Qué esté bien o no? Eso queda en cada uno. Lo único cierto es que Ámsterdam es una de las ciudades más visitadas y culturales del mundo. Y la campana sigue sonando…
Escritor Eduardo González Viaña habla en exclusiva con La Industria en Madrid

“Ni la más inmensa muralla frenará la inmigración en Estados Unidos”

MADRID. Considerado en el mundo de la literatura como ‘El escritor de los inmigrantes’, el liberteño Eduardo González Viaña (Chepén, 1941) es un hombre con un claro ideal de desarrollo humano impulsado por la igualdad de oportunidades, la libertad de pensamiento y la integración de los pueblos.
El autor de ‘El Corrido de Dante’ y ‘Vallejo en los infiernos’ actualmente se encuentra en Europa, un continente que lo hace rememorar sus años mozos y que le permite dar un respiro para luego retomar sus tareas como docente y escritor en Oregon (Estados Unidos) y Perú. La Industria lo contactó en Madrid y lo entrevistó no sólo sobre su última novela (‘El amor de Carmela me va a matar’) sino especialmente sobre la inmigración de latinoamericanos en Estados Unidos, la política y la economía en Perú y el reto sudamericano de lograr que el desarrollo económico se convierta en desarrollo humano.

-La migración es para usted el fenómeno social más importante de la humanidad y las personas lo consideran ‘El escritor de los inmigrantes’. ¿Por qué empezó a escribir de los inmigrantes?, ¿cuál fue la motivación que lo llevó a enfocarse en ese fenómeno?
-Yo vivo desde hace 20 años en Estados Unidos. Llegué allá como profesor de la universidad de Berkeley y luego continué como profesor de la Universidad de Oregon. Soy testigo de la migración masiva en ese país. El sur se está volcando en el norte y el norte tiene que tratar con el sur de igual a igual. Cuando comienzo mis clases suelo conversar con mis alumnos y les pregunto cuántos tienen un automóvil norteamericano y cuántos uno fabricado en otro país. De 20, 18 tienen un carro japonés y uno o dos tienen un Ford. Si los norteamericanos no compran los productos de su país, ¿quién los compra? Claro, los brasileños, argentinos, peruanos, colombianos, ecuatorianos, etc. Si ellos en un momento determinado dejaran de comprar esos productos, EE.UU. se iría a la ruina.

-¿Cómo observa el fenómeno de la inmigración de latinoamericanos a EE.UU. en un contexto de crisis económica? ¿Siguen llegando tantas personas y familias como años atrás o el fenómeno ahora es inverso, es decir de retorno?
-La migración es un fenómeno paralelo al de la globalización. La globalización es la internacionalización de bienes y servicios, la desaparición de las fronteras, vale decir que cuando tienes una laptop o un celular, estás globalizado. En el mundo actual las fronteras han perdido sentido. Ahora, los negocios se hacen a través de medios rápidos e inmediatos que han sobrepasado las fronteras. Entonces, el capital ya no conoce fronteras. Pero tampoco debería conocerlas el trabajo. Vale decir que si la Kentucky Fried Chicken tiene el derecho de instalar una tienda en Sudamérica, el mismo derecho debería tenerlo cualquier peruano, colombiano o español de irse a cualquier otro lugar y vender su fuerza de trabajo.

-Pero en la realidad, los inmigrantes son considerados como perjudiciales en los países industrializados…
-La migración es un fenómeno natural y la inmigración se ha estado produciendo todo el tiempo a lo largo de la historia, es permanente y obvia. Sin embargo, en estos momentos de crisis en algunos lugares los políticos o la extrema derecho buscan formas de satanizar y convertir a los inmigrantes en agentes del demonio, delincuentes o criminales. Eso no tiene sentido. Si fuera así, con la misma lógica se tendría que tratar al propietario de la Kentucky Fried Chicken que es recibido con flores en el aeropuerto.

-Otra razón por la cual no es justo satanizar a los inmigrantes en EE.UU. y Europa es la época en que el fenómeno era inverso, es decir cuando los europeos se refugiaban en Latinoamérica, ahuyentados por el hambre, las enfermedades, las guerras y la muerte. ¿Acaso no se les trataba bien?
-Eso demuestra que la inmigración es un fenómeno permanente. No es algo que se registre en esta última década. Es algo que se ha producido a lo largo de estos 100 años últimos o más, en uno y otro sentido. Las grandes conmociones bélicas obligaron a que la gente de Europa, por ejemplo, se traslade a los países americanos, al punto de que al término de la Primera Guerra Mundial ya había más italianos en Argentina que en Italia, y también españoles. Ese fenómeno ahora se produce en mayor énfasis de Sur a Norte debido a que los efectos de la crisis son más severos con los países pobres. Los países pobres padecen de una crisis permanente, una crisis que afecta todos sus servicios, desde la educación e incluso las condiciones de vida. Esa crisis hace que los latinoamericanos más pobres sean personas que deben conquistar su derecho a ser considerados seres humanos.

-¿Estados Unidos podrá frenar la llegada de extranjeros?
-De ninguna manera. Nadie va a poder prohibir la infiltración de esas personas en EE.UU. Ni la más inmensa muralla, que está construyendo el gobierno norteamericano, va a lograrlo jamás, porque la oferta de vivir en paz y de dormir con el estómago saciado siempre serán mucho más importantes que el miedo a pasar los controles migratorios. Yo no creo que las cosas vayan a variar o que vaya a haber un fenómeno de reversión de un lado a otro en gran escala. Por supuesto que hay personas que están regresando a sus países, pero en gran escala no es posible porque al regresar a su país se encontrarán con que nada ha cambiado. Por propia experiencia, cuando uno está lejos romantiza a su país, le otorga un tópico diferente, pero al regresar constata que las condiciones de vida no han mejorado o que incluso están peor.

-A propósito de la expulsión de gitanos de Francia y de la cuestionada Ley Arizona, ¿cree que la crisis mundial haya exacerbado la xenofobia?
-Cierto. Está ocurriendo lo mismo que en la Alemania de Hitler. La Alemania de la primera postguerra padeció de hambre y grandes necesidades. En esas condiciones era fácil que un demagogo borracho como Hitler se parara sobre la mesa de una cervecería y comenzara a arengar a la gente. En esos casos se produce una polarización de los campos y el racismo se convierte en extremista, en insidioso. Se supone que la causa de todos los males son los inmigrantes, como en la Segunda Guerra Mundial se consideró a los judíos o en Israel se cree que son los palestinos. Esas son consideraciones tan solo dictadas por las vísceras, pero no por la inteligencia.

-¿Qué significa entonces la inmigración en Estados Unidos, por ejemplo?
-La inmigración es lo mejor que le puede ocurrir a un país de los llamados industrializados. En EE.UU. significa la salvación. La salvación del Seguro Social, porque en este año comenzarán a jubilarse los miembros de la llamada Boom Generation, que son los norteamericanos que nacieron en los años 44, 45 ó 46, cuando los soldados volvieron a casa y produjeron un boom poblacional. En estos momentos la cantidad de asegurados se va a duplicar o triplicar y la única manera de conseguir dinero para cancelar esas pensiones es asegurando a los inmigrantes. En realidad ya el trabajador inmigrante ilegal de EE.UU. paga impuestos, aunque no reciba ninguna contraprestación.

-La raíz de la fuga de personas de Latinoamérica es la pobreza. ¿Cómo observa la realidad política y económica de este continente, polarizado entre Hugo Chávez con el ALBA y otro supuesto bloque conformado por las extremas derechas de Perú, Chile y Colombia?
-América Latina se encuentra en uno de los momentos más cruciales de su historia. En algunos países se registra un notable crecimiento económico, pero ese crecimiento económico tiene que revertir y constituirse en desarrollo social. De lo contrario, no tendrá ningún sentido, sino conducirá a los países hacia su propia ruina, ya que el crecimiento económico es producto de unas utilidades mineras que son perecibles. ¿Qué pasará cuando se acabe el oro dentro de diez años? El país volverá a la ruina y será un inmenso agujero negro. Nada tiene sentido si no tiene como destino al hombre. La economía no es una ciencia de cifras, no hay economía sin un objetivo ético y humano. Algunos gobiernos alardean de estar creciendo y piensan que sus respectivos países llegarán pronto a los niveles del primer mundo; ojalá que sea así. Pero, la verdad es que los gobiernos tendrían que preocuparse porque en sus países se alcancen mejores índices de vida y de libertad. Como peruano y latinoamericano, deseo que todo esto se alcance.

-¿En qué se debería centrar el Gobierno Peruano para acabar con las desigualdades sociales?
-Se tiene que lograr que la política se convierta en una tarea humana. Es decir, ética. Si es tan sólo una forma de gobernar con el afán de producir cifras o con el afán de contentar a las grandes corporaciones, entonces eso no nos va a conducir a ninguna parte. La política debe ser una opción ética, una apuesta por el ser humano.

-¿Por quién votaría González Viaña si en la segunda vuelta quedaran Keiko Fujimori y Ollanta Humala?
-Yo nunca votaría por Keiko y me parece que es asqueroso que el Fujimorismo tenga ese tipo de representación, que los fujimoristas, que esta banda de criminales y asesinos y ladrones tengan una representación parlamentaria... Por equidad, entonces, ¿por qué no se le da una representación parlamentaria a Sendero Luminoso? En realidad la guerra sucia ha sido entre dos grupos de homicidas: Sendero Luminoso y el gobierno de Fujimori. ¿Keiko?, ¿quién es Keiko? Es la hija de un criminal que está preso. Yo no creo que tenga sentido que exista una representación fujimorista, pero el hecho es que los medios de comunicación le dan importancia. Los medios crean y destruyen imágenes. Y, por ejemplo, satanizan la imagen de Ollanta Humala, que es un candidato como cualquier otro que puede triunfar o perder de acuerdo con las opciones que proclame. Yo no creo que habría que elegir entre dos grandes males. Digo que Keiko no debería... es como si en Alemania hubiera la opción del Partido Nazi, la opción Hitler o la hija de Hitler.

-Dando un gran giro en el tema, ahora está en España. ¿Qué lo trae por estas tierras?
-He sido invitado por la Universidad de Sevilla para dictar algunas charlas sobre mi tarea literaria y estoy entrevistándome con estudiantes de nivel doctoral o que hacen su maestría. Este hecho me ha permitido venir a Madrid e ir a París, donde tengo otros compromisos. En realidad, cualquier pretexto es bueno para venir a España, porque este país me encanta.

-Por último, ¿de qué se trata ‘El amor de Carmela me va a matar’?, novela que por ahora sólo se vende en Estados Unidos…
-‘El amor de Carmela me va a matar’ tiene el mismo tema de la inmigración pero a partir de una mujer. En ‘El Corrido de Dante’ es la inmigración a partir de un campesino mexicano. Carmela es una mujer colombiana de mediana edad que a través del chat conoce a un gringo viejo y entre ellos surge el ‘amor eterno’. El gringo la invita a viajar a EE.UU. y vivir en San Francisco a su lado. Sin embargo, ella está casada con un tipo a quien ya no quiere. Él abusa de ella, es un músico alcohólico que ha engordado tremendamente. Ella hasta le pone los zapatos. Están como separados por muchos motivos, pero el tipo ha estado espiando su correo, porque tiene su contraseña. A la larga ella viaja hacia el amor ideal, hacia el sueño de América. Sin embargo, ¿qué ocurrirá allá al ser ella una inmigrante ilegal? Lo que ocurre es una suerte de esclavización. El norteamericano, que es pobre, se convierte en algo así como su dueño; le impedirá trabajar, le impondrá sus gustos y hasta le cortará el pelo de acuerdo con su moda chabacana. Incluso, cuando ella va a comprar alimentos colombianos al mercado, él le dice que son productos étnicos. El final no lo puedo contar, lo dejo en suspenso (risas).

miércoles, setiembre 01, 2010

Crónica desde la tumba del poeta universal
Vallejo no está solo en París
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...

PARÍS, FRANCIA. ¿Conoce usted a César Vallejo? Es martes en París y las nubes anuncian un aguacero que nunca llegará. El río Sena sigue su marcha infinita debajo de mis pies y miles de turistas caminan y fotografían las calles de la capital de Francia. Me he detenido en un quiosco de libros antiguos instalado en la parte alta de la ribera junto a otros diez o doce iguales. Títulos de autores como Pablo Neruda, James Joyce o Jorge Luis Borges son los primeros que captan mi atención, pero yo busco a uno en particular, a un peruano, al más grande poeta de la historia de nuestro país y tal vez del mundo. Decepción. Vallejo no está aquí. ¿Conoce usted a César Vallejo? Me dirijo en inglés al dueño de la librería de calle (Do you know who is César Vallejo?). Es un tipo flaco, de bigotes, parsimonioso, de unos 60 años, que parece haberse leído hasta los manuscritos milenarios que aún no han sido descubiertos. Pero no, me equivoco. El hombre me observa contrariado y luego lleva la mirada hacia su frente, como buscando algo en su cerebro, y finalmente frunce el ceño, hace una negativa con la cabeza que no le convence y sonríe, como diciéndome: me suena, me suena.

Merci beaucoup. Muchas gracias. Es lo poco o todo lo que sé de francés. Se lo digo. Busco otro quiosco. Vallejo debe andar por aquí, entre este paraíso de papeles añejos y tintas célebres. Será el siguiente. Tampoco. Y el siguiente, y el siguiente. Do you know who is César Vallejo? Repito la pregunta ante otro vendedor con aún más cara de intelectual que el anterior. Poémes de Cesar Vallejo, le pido, y entonces él hace un gesto de satisfacción, como si por fin algún cliente le pidiera el título de un verdadero poeta, de uno de los grandes. Voltea, busca y desempolva, y entonces saca de entre su estantería un ejemplar de pasta dura impreso hace algunos lustros. Yo no lo puedo creer. Mi corazón se acelera. El hombre lo abre y vaya decepción: Poémes de Paul Valéry. Está autografiado, me dice en inglés, y sonríe. Es muy caro, unos 200 euros, agrega. Qué bueno, le respondo, sonrío y me voy.

París es una ciudad hermosa y cálida, de lluvias frecuentes y con poco más de dos millones de habitantes. Es la ‘Ciudad Luz’ (la Ville lumière), la ‘Ciudad del Amor’. Me imagino que en los años 20 y 30 era tan asombrosa como ahora, o tal vez más, y entiendo por qué Vallejo la escogió para morir. Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París —y no me corro— tal vez un jueves, como es hoy, de otoño. Hoy no es jueves ni es otoño. Es un martes de verano, ya lo dije, y está nublado. No es un día santo, pero tampoco es un día para morir. ¿Mi destino?: La tumba de César Abraham Vallejo Mendoza, poeta universal (aunque algunos vendedores de libros parisinos no sepan nada de él).

El metro me lleva hasta la estación Edgar Quinet, la más cercana al cementerio de Montparnasse. Vallejo murió el 15 de abril de 1938, a los 46 años, y fue enterrado en el camposanto de Montrouge. Sin embargo, Georgette Marie Philippart Travers, su esposa, consiguió el 3 de abril de 1970 que sus restos fueran trasladados a Montparnasse, el lugar que el poeta había escogido en vida como última estación. Camino, pregunto, cruzo una avenida ancha. El barrio no tiene nada de especial. Edificios, asfalto, concreto, semáforos. La Torre Eiffel no se puede ver desde allí, ni Notre Dame, ni el Sagrado Corazón, ni los Campos Elíseos, ni la Ópera Garnier ni el Arco del Triunfo. Es un barrio típico de cualquier ciudad europea. De pronto, una calle atiborrada de arbustos me indica la dirección del cementerio. Vallejo está cada vez más cerca. Eso creo.

Piso tierra santa. El cementerio de Montparnasse, de 19 hectáreas, es un recinto de calles anchas y elegantes, adornado con esculturas de mármol similares a las del área histórica del camposanto trujillano de Miraflores (aunque aquí no se las roban). En realidad no es famoso por ser un lugar idílico, sino más bien porque en él descansan los restos de numerosas celebridades del mundo de las artes y de las letras, así como políticos y filósofos. El croquis de la entrada es muy claro. Jean-Paul Sartre, Julio Cortázar, Porfirio Díaz y Charles Baudelaire aparecen en lista. Yo los salteo, busco a Vallejo y casi al final encuentro su nombre: César Vallejo, Poète péruvien. Ubicación: Número 67, parcela 12.

Allá voy. Vallejo fue un hombre a quien el sufrimiento le abofeteó tantas veces como quiso. Sufrió la injusta condena de 112 días en una tenebrosa cárcel trujillana, un episodio que Eduardo González Viaña describe de forma magistral en su novela Vallejo en los infiernos. Sufrió la incomprensión de la crítica, la censura, el hambre más crudo, la enfermedad, la pobreza y el abandono. Aun así, y aunque escribió del dolor humano, del destino incierto de las personas, de la muerte, del absurdo y de las injusticias sociales, lo que la vida no logró arrebatarle del todo fue la esperanza en que algún día todo cambiaría. Una utopía, tal vez; un sueño, ¿quién sabe?

Mediodía en París. Han transcurrido veinte minutos y lo único que he hecho es deambular entre lápidas, cruces, estatuas, jardines y calles de asfalto alfombrado con flores de un color verde claro que caen de los árboles. Creo que estoy dando vueltas. Vallejo se esconde. Aparece un jardinero de traje verde oscuro y le hago una seña. Do you know where is César Vallejo?, le pregunto. Veo nuevamente en su rostro la contrariedad del vendedor de libros. Sin embargo, de inmediato él me repregunta: ¿Poète péruvien? ¡Sí!, le digo en español, y él da la vuelta y me pide que lo siga. El hombre camina apresurado y se interna entre tumbas que cada vez parecen ser más macabras. Lleva una palana apoyada en el hombro y en un momento parece ser la misma muerte empuñando su guadaña y guiándome hacia el más allá. O tal vez un emisario de ella, un heraldo negro.

César Vallejo no está solo. Hoy lo acompañan los hermanos limeños Adriana y Andrés. Él estudia informática en París y ella llegó de vacaciones y no quiso irse sin antes visitar al poeta. “Muchos peruanos que llegan a París visitan la tumba de Vallejo, es una parada casi obligatoria”, dice Andrés y al cabo de unos minutos se despiden de mí y se marchan.

La tumba de Vallejo es sencilla en comparación con la mayoría de las otras. Se encuentra entre la sepultura de Pierre, Marguerite y Jeanne Leroux, y otra tumba misteriosa donde dice: Sepulture joyer. El nombre del poeta está escrito en la tapia y debajo dice en francés: Qui souhaita reposer dans ce cimentière (que deseó reposar en este cementerio). No tiene ni una sola escultura. En la parte inferior se puede leer el epitafio que Georgette escribió tras sepultar a su esposo en Montparnasse: J´ai tan neige pour que tu dormes (He nevado tanto, para que duermas). Pero si la tumba es austera, los recuerdos dejados por la gente son un buen complemento pues llenan el lugar de muestras de admiración bastante peculiares. Desde un angelito de yeso hasta un jarrón con flores secas, hasta dos velas, una escarapela y muchas piedras negras y blancas (al mismo estilo de La Lista de Schindler). Debajo del florero hay un cuaderno de poemas firmado por Sergio Bobadilla Centurión y en la falsa carátula alguien escribió un pedido repetitivo y antiguo: ‘Los restos de Vallejo deben ser repatriados a Perú, servirá como ejemplo intelectual a toda la juventud peruana’.

Al pie de la lápida alguien dejó tres frascos de vidrio de aceitunas peruanas exportadas a Francia (olives violines du Pérou, dice la etiqueta) donde los visitantes depositan recuerdos variados. Una llave y un huayruro, ¿qué cerradura abrirá?, me pregunto; y un libro de poemas del joven escritor John Fitzgerald Torres, editado por la Universidad Externado de Colombia. Un verso dice así: ‘En la multitud mira atrás sobre el hombro esperando un fantasma el abismo. Ni aún en el sueño un rostro conocido’.

Lo que más se repite al interior de los botes de olivas son tickets del metro de París con mensajes escritos a lapicero. ‘Maestro, gracias por la poesía, por la sombra, por el prólogo y el colofón’; ‘nada de lo que merece la pena en esta vida es fácil’, ‘100% Pérou. Ilumíname el cerebro siempre’ o el más burdo en su forma pero probablemente el más acertado, dejado en un papelito: ‘Hay hermanos mucho por hacer, y aún no hemos hecho ni mierda’.

Algunos nombres: Yolanda y Fernando, Blanca Céspedes, Eleodoro Vargas Vicuña, Tony Antezana (Huancayo) y Martín, Claire y Jorge Luis Cruz. Tantos recuerdos, tantos nombres, tantos deseos, tantos sueños, tanta compañía para un poeta que se adelantó a su época en el uso del lenguaje, que nació un día que Dios estuvo enfermo y murió un Viernes Santo con llovizna.

Aunque la sociedad ha girado en las últimas ocho décadas en contra del ideal de justicia vallejiano, social y humano, y aunque la explotación laboral sigue siendo una realidad en el Perú y en el mundo, siempre nos quedará París y César Vallejo, el gran Vallejo de la poesía, hará un llamado eterno, a gritos desde la morada que escogió en vida para su descanso, por el progreso basado en la unidad. Un grito que hará eco algún día.

No sé si rezarle, pedirle perdón a nombre de Trujillo y del Perú o sólo emprender la marcha. Una mariposa vuela y se pierde entre los jardines. Hasta luego, maestro.
Un español que se moviliza en silla de ruedas pero que lleva la aventura metida en las venas

Un viajero que va ‘A Salto de Mata’

MADRID, ESPAÑA. Miguel Nonay es un español que derrocha optimismo y ganas de ‘comerse’ el mundo. Aunque la poliomielitis llegó a su vida cuando apenas tenía ocho meses de nacido y le dejó secuelas en las piernas que lo obligan a movilizarse con bastones o en silla de ruedas, él tiene muy claro que puede hacer todo lo que se proponga. “Aunque me cueste el doble o el triple que a los demás, yo siempre he sabido que puedo hacer todo”, expresa.

Ahora, a sus 48 años, este zaragozano se ha convertido en un referente para el mundo del turismo inclusivo. De América a Asia, de Europa hasta África y Oceanía, miles de personas de los países más remotos del planeta leen sus crónicas y aprecian sus fotografías y vídeos en su blog de viajes ‘A Salto de Mata’ (www.asaltodemata.com), una bitácora con más de 2.000 seguidores en Blogger, Facebook y Twitter, que recibe un promedio de 300 visitas diarias y más de 50 comentarios por cada post, que no sólo tiene el valor de ser interesante y entretenida, sino que es la muestra más fiel de que un hombre decidido puede conquistar el mundo.


–‘A salto de mata’ es una expresión asociada con aprovechar las oportunidades que presenta la vida, en el momento adecuado. ¿La frase te define?
–Sí, pero tengo otra definición. ‘A salto de mata’ es una frase muy aragonesa que significa saltar de sitio en sitio y sobre todo saltar obstáculos. Yo voy saltando obstáculos toda la vida y además voy saltando de país en país. Me pareció que podía definirme muy bien, sobre todo desde el punto de vista de que es el nombre de un blog que intenta ser entretenido para que la gente, a la hora de leer mis post, no sienta que la discapacidad es un drama y entienda que simplemente quienes vamos en una silla de ruedas estamos sentados pero que podemos hacer las cosas como cualquiera. No hay límites para nosotros si realmente estamos convencidos de lo que queremos hacer.

–¿Cuántos países conoces hasta ahora?
–Aparte de España, he estado en once países de cuatro continentes. Argentina, algo de Brasil y Costa Rica en América; Bélgica, Francia, Portugal, Italia, Grecia y Chequia en Europa; Turquía en Asia y Túnez en África.

–¿Y cuál te gustó más?
–Costa Rica es el que más me gustó, no porque fuera el último viaje importante que haya hecho, sino porque es uno de esos lugares que, cuando los ves, piensas que es tu lugar. Yo creo que todos en algún momento estamos en un rincón del mundo y pensamos que ése es nuestro sitio. Me sentí tan sumamente identificado con el modo de vivir, con la sencillez y la alegría que tiene esa gente, en comunión con la naturaleza, que desde que aterricé y salí de San José me sentí identificado con muchos rincones. Sobre todo con la costa del Pacífico. Yo creo que algún día viviré allí.

–Muchos se quieren ir a vivir a Costa Rica…
–Sí, en realidad no soy muy original (risas).

–¿Qué es lo que más recuerdas de ese viaje?
–Yo en Costa Rica he hecho cosas que jamás había realizado. He saltado por los árboles haciendo tirolina, he hecho aguas bravas, he ido en ultraligero, he practicado kayak por el Caribe y he montado a caballo. Y lo que más me sorprendió es que nunca me pusieron problemas. En Europa estamos muy acostumbrados al ‘es que…’, ‘quizá, usted…’, pero allá no. Allá es: ¿quieres hacer tirolina? Pues vamos a ver cómo lo haces. ¿Quieres hacer rafting? Pues vamos a ver cómo lo haces. Esa actitud sumamente positiva y tan natural me cautivó.

–¿Cómo planificas tus viajes? ¿Los piensas mucho o simplemente te dejas llevar por la aventura?
–Yo a la hora de escoger un destino no me planteo qué país es más accesible para mí. Yo sólo pienso en a dónde quiero ir y a partir de allí empiezo a recavar información, pues considero que la gente de todos los países está muy abierta a ayudarte. A mí me gusta vivir la aventura pero no una aventura a priori. Saber si el hotel está adaptado o no… o si me van a perder la silla o no, no es una aventura. Eso, con perdón, es una ‘putada’. La aventura empieza cuando pisas ese país. Yo recavo información primero en España en las webs de las oficinas turísticas, y también me compro las guías impresas en papel porque así me queda un recuerdo para toda la vida.

–¿Viajas solo o en grupo?
–Normalmente viajo con Eva, mi mujer, quien tiene una discapacidad en el brazo izquierdo. Siempre nos va muy bien.

–¿Crees que cada vez es más fácil hacer turismo accesible?
–A mí no me gusta hablar de turismo accesible; prefiero hablar de turismo inclusivo, porque la accesibilidad tiene que ser un concepto. Es como cuando vas a construir una casa, a nadie se le ocurre decir: acuérdate de hacer el tejado. A la hora de planificar rutas o construir establecimientos hoteleros, la accesibilidad tiene que ser un concepto. Todavía hay dificultades y hay mucho de voluntad propia a la hora de viajar. Hay viajes planificados para gente con discapacidades, pero si uno quiere buscar aventura, si lo que quiere hacer es divertirse de otra manera, tiene que ponerle mucha voluntad.

–Pero hay trabas…
–Sí, una de las más fuertes es cuando vas con silla de ruedas y tienes que coger un avión. La silla de ruedas es un equipaje más y no es de mano. La mandan a la bodega. En teoría reciben un protocolo diferente, junto con los carritos de los niños, y las dejan en un lugar separado para que no las descarguen en el tren que recoge las maletas. Pero, a la hora de la verdad, no es así. Lo que ocurre es que la silla corre el riesgo de caer en el tren de las maletas y se rompa. A mí en alguna ocasión me han dejado la silla en otro aeropuerto o me la han entregado con los reposapiés rotos. Luego, para colmo, ponen muchas trabas al reclamar.

–¿Qué hacer cuando ocurre algo así?
–Si ocurre alguna circunstancia de éstas hay que poner la reclamación antes de salir del aeropuerto, pero eso no les debe amargar el viaje. Si la silla se ha roto, que la reparen o se compren otra. Cuando haces un viaje de dos horas, te cuesta muy poco volver a casa si vas en coche; pero cuando vuelas 14 horas y el primer día te rompen la silla de ruedas, ¡que no te amarguen el viaje! Hay que continuar porque probablemente no te van a pagar lo que vale la silla de ruedas y además vas a perder el viaje y las oportunidades. Yo diría que hay que continuar siendo positivos.

–¿Y qué sucede con los hoteles y los restaurantes?
–El problema no son los hoteles o los restaurantes, sino la poca información que colocan en sus páginas webs. Uno puede visitar las páginas que quiera, e incluso alguna que hay por allí que muestra hoteles con accesibilidad, pero el mayor problema de todos es la definición de la accesibilidad. La pregunta es: ¿es accesible para quién? Incluso hay lugares que no ponen que son accesibles, pero sólo tienen un pequeño escalón que con una silla manual o algo de ayuda puedes superar. Si esto fuera diferente, en vez de quedarte en un hotel accesible de cinco estrellas –que es excesivamente caro– te podrías quedar en uno de dos o tres estrellas. Yo pediría esa información más concreta en las webs o por lo menos poner fotografías. Sin embargo, al final a mí me preocupa poco que el lugar sea accesible o no, porque a lo mucho me quedo una noche en cada hotel y si hay que pedir ayuda, se pide. El mayor enemigo nuestro, para quienes tenemos problemas de movilidad, es que existan más de siete escalones. Hasta uno o dos los podemos superar.

–¿Qué es lo que más te satisface al tener un blog tan exitoso?
–Que me deis la oportunidad de poder explicar mi concepto de turismo y mi filosofía de vida, que no la dirijo exclusivamente hacia las personas que tienen algún tipo de capacidad diferente, sino incluso a la gente que en un momento determinado, por alguna circunstancia, se pueda sentir mal y crea que para ellos ha acabado todo y que tienen un problema muy gordo. Yo les diría que una vez que se toca el suelo, se puede salir y que, con voluntad y con tesón, tus sueños se cumplen.

–Es que en realidad nuestros problemas casi siempre no son tan graves como los sentimos. Hay personas que sí saben lo que es el sufrimiento…
–Lo que ocurre es que, cuando uno tiene un problema, es su problema. Y para él es el problema más duro del mundo. No se puede comparar. A veces, viendo otras perspectivas puedes animar a la gente, pero el problema se tiene que afrontar con decisión. Si te quedas en casa a esperar a que él sólo termine, probablemente no va a acabar nunca. Hay que enfrentarse. Los miedos son lobos que están allí, que son fruto de la imaginación, pero si tú vas hacia ellos, los pulverizas.

–¿Es posible conseguir todo en esta vida?
–De momento, lo único que no se puede es volver de la muerte. Pero todo lo demás se puede hacer. Es cuestión de cuáles son tus planteamientos, qué estás dispuesto a sacrificar, ponerle ganas y estar convencido. Yo todos los días cuando me levanto me miro al espejo y digo: tú puedes hacerlo. Para mí todos los días son un nuevo reto.

–¿Qué les dirías a las personas que no tienen o no logran potenciar esa fuerza?
–Lo único que puedo decir es que todos pasamos momentos malos, algunos durante muchos años, pero lo importante es aceptar lo que te ocurre y no resignarte, porque en el momento en que aceptas que tienes un problema buscas soluciones para hacer la vida totalmente normal. Además, dejaría un mensaje: Día que estás mal, día de tu vida que pierdes. Y día que pasa, no vuelve nunca más. Si uno se pega una semana mal, lamentándose que no ha hecho no sé qué, es una semana de su vida que pierde, con todos los acontecimientos que podrían ocurrir en esa semana, en ese día, en esa hora o en ese minuto. Es difícil estar al 100 por 100 las 24 horas del día, es verdad, pero por lo menos si se tiene esa actitud de decir yo voy para adelante y conmigo no va a poder, probablemente contigo no pueda. Al final es actitud, ganas y creer en uno mismo.

–El blog, las redes sociales como Facebook y el Twitter se han puesto de moda. ¿Qué tanto te han ayudado estas herramientas modernas para desarrollar tus proyectos?
–De manera muy importante. Últimamente me preguntan mucho por redes sociales y no tengo ningún inconveniente en decir que a mí me han cambiado la vida. Hay un antes y un después. Hasta octubre del año pasado sólo tenía el blog, que por cierto pronto cumplirá un año y medio, y tenía una serie de seguidores. Entonces ocurrió algo con Renfe (Empresa de Ferrocarriles de España). Yo además de usar los bastones uso silla de ruedas manual y un scooter eléctrico, y éste último no me lo dejaban subir a un tren para venir a Madrid. Como ese evento era muy importante para mí, lo que hice fue narrar esto en mi blog. Entonces, los 60 seguidores que había hasta entonces se convirtieron en 170 en poco más de 48 horas. Además, todos ellos copiaron ese post en sus blogs. ¿Te imaginas el efecto multiplicador que tuvo esa noticia? Además, hubo gente que subió el tema a Facebook. Yo tenía una cuenta en Facebook, pero en aquel entonces no la movía. El efecto multiplicador fue tan sumamente brutal que en 24 horas el Servicio de Atendo de Renfe se puso en contacto conmigo y me dijo que no me preocupara pues no iba a haber ningún problema. Yo quise que se comprometieran a que no iba a haber ningún problema ni conmigo ni con otra persona más adelante. A ese punto, las redes sociales y los blogs son muy importantes. Para quienes tenemos poca movilidad, además, nos dan una perspectiva tremenda, porque si tu mensaje es interesante y logras captar la atención de la gente, si eres divertido y sobre todo si no vendes un producto sino hablas de una idea o de un concepto, la gente responde.

–Esa idea o ese concepto, en tu caso, es que una persona con discapacidad sí puede viajar…
–Yo soy una persona muy activa y eso no es normal en el colectivo de personas con capacidades diferentes. Yo, con mis post, quiero demostrar que detrás de esa silla de ruedas, de esos bastones o de esos aparatos ortopédicos hay actividad, hay vida, hay alegría y ganas de vivir y comerte el mundo. Las redes sociales son imprescindibles para ello.

–Sin embargo, por ahora la mayor parte de personas usa las redes sociales sólo como distracción e incluso para difundir contenidos intrascendentes.
–El éxito de las redes sociales va a depender de los receptores. Alguien dijo una vez que no existía la televisión basura, sino que existe el espectador basura. Yo creo que acá es igual. Las redes sociales forman parte de la vida y en la vida tenemos de todo. Las redes sociales son como la vida. En las ciudades hay muchas calles, pero tú eliges por cuál calle quieres ir. Es una decisión personal.

–Entonces hay viajes para rato…
–Sin duda alguna. Es que viajar te enriquece. Uno tiene que ir a los sitios con humildad, muy abierto a absorber y a ser uno más del lugar donde está. Si vas a un país y quieres vivirlo con la dinámica del tuyo, te perderás muchas cosas y en lugar de disfrutar, vas a pasarla mal. Desde que empecé a viajar siento que he mejorado muchísimo, como persona y como viajero. Se ha fortalecido mi tolerancia y he descubierto que muchas veces los lugares no son como los dibujan los medios de comunicación y los gobiernos.

–¿Cuál será tu siguiente destino?
–Tengo pensado ir por los países de Europa del Este y también a París. Más adelante quiero ir a Vietnam y a Irán, y a muchísimos sitios más que ya irán leyendo en el blog (risas).

–Finalmente, ¿algún mensaje para tus seguidores y seguidoras?
–A todos ellos les digo gracias. Si no fuera por ellas y por ellos, ni ‘A Salto de Mata’ ni yo estaríamos aquí, y no podría hacer llegar este mensaje de positivismo y de ganas, ni este nuevo concepto y esta nueva óptica de poder viajar. Ellos son el corazón de este proyecto. Ellos se merecen todo mi agradecimiento y mi afecto.
Las sorpresas de un periodista viajero en un pueblo diferente
¡Trujillo es lindo!, ¿di?


TRUJILLO, ESPAÑA. Seis meses después de haber estudiado en el extranjero he vuelto a Trujillo y me he llevado más de una sorpresa. Conduje 350 kilómetros con mi novia de copiloto por una autopista tan moderna que me dejó perplejo. Era como las de las películas. ¿Tanto ha cambiado la Panamericana? Sí, seguro es la Autopista del Sol que prometió construir el Gobierno Peruano hace ya un año, me preguntaba y me respondía a la vez.

Iba conduciendo y los demás choferes eran muy educados, exceptuando algún motociclista endemoniado que me sobrepasaba a 150 ó 160 kilómetros por hora. ¿Qué raro? ¿Los conductores peruanos ahora respetan las reglas de tránsito? ¡Qué alegría sentí al regresar a mi tierra y encontrar tantos cambios positivos! Pero mi sorpresa recién empezaba, pues fue al ingresar a Trujillo cuando descubrí que todo había mejorado. Calles silenciosas y limpias, casonas totalmente restauradas y ni un solo taxista tocando el claxon como loco. ¡¿Dónde están las combis y los micros destartalados?! ¡Qué orden! ¿Qué pasó con el caos que siempre ha caracterizado a mi ciudad? ¿Acaso el ‘gran cambio’ ya es una realidad? ¡Increíble!, pensaba.

Estacionamos el automóvil frente del hotel. La temperatura llegaba a 35 grados centígrados, pero por suerte soplaba un viento fresco y revitalizante. Hasta el clima había cambiado. Ya lo advertía el travieso ‘currillo’ Luis Cabrera Vigo hace algunos años en sus clásicas notas premonitorias de La Industria: ‘Trujillo se tropicalizará por el efecto de las irrigaciones artificiales’. Emprendimos la caminata. Más callejuelas ordenadas y casas milenarias con ventanales de fierro forjado en perfecto estado. La cosa se iba poniendo sospechosa. ‘Hacia la Plaza Mayor’, advertía un cartel que seguimos, y precisamente cuando llegamos a la glorieta principal de la ciudad y no encontramos una manifestación del Sutep (con quema de llantas incluida), una jauría de Ticos enfurecidos, lustrabotas y vendedores ambulantes dije: Ah, no, nos hemos equivocado de pueblo.

Yo no creo en el desdoblamiento astral ni en que el hombre sólo utiliza el 10% de sus capacidades cerebrales. Aclaro esto porque hace algunos días César Clavijo Arraiza, jefe de Informaciones del diario La Industria y amigo mío, me escribió un correo electrónico donde me decía: “Me han dicho que te han visto caminando por Trujillo, ¿has vuelto al Perú?”. Yo le respondí con sorna que la única opción para que ello fuera cierto tendría que haber sido algún tipo de partición corporal o espiritual, ya que estoy viviendo en España desde hace medio año y tengo planes de quedarme algunos meses más. Sin embargo, lo que sí me sorprendió fue que yo precisamente había estado en Trujillo, pero en Trujillo de Extremadura, España.

Enclavada en la Comunidad Autonómica de Extremadura y en la Provincia de Cáceres, Trujillo, la tierra natal de Francisco Pizarro, es un pueblo español completamente distinto a nuestra caótica ciudad peruana. Allí sólo viven poco más de 9 mil 500 personas y prácticamente todo es peatonal y gira en torno de su espléndida Plaza Mayor.

Cuando llegamos eran poco más de la 1 de la tarde y el calor era tan potente que las casas y las calles ondulaban atrapadas en un vaho amodorrante. Dejamos el automóvil, alquilamos la habitación de un hotel tan confortable como caro, nos pegamos un baño de ésos que te hacen cantar bajo el agua helada y emprendimos la caminata para desentrañar los misterios de la tierra de Pizarro: el Trujillo de España, un pueblo que en Europa casi nadie conoce (es tan desconocido como el Trujillo de Perú) pero que esconde una belleza muy particular.



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Callejuelas con adoquines y casonas con ventanas de hierro forjado bastante similares a las de nuestro Trujillo peruano. Un arco de piedra y un par de cigüeñas volando fueron algunas de las imágenes que se cruzaron ante nuestra vista cuando caminábamos hacia la Plaza Mayor. Era sábado pero aun así casi nadie caminaba por las calles. Seguramente por el calor extremo. El ambiente era apacible y silencioso. Yo vestía una camiseta ploma que lleva la inscripción ‘Huanchaco-Trujillo-Perú’, acompañada de una fotografía de los caballitos de totora. Estaba feliz.

Por fin entramos en la plaza y lo más llamativo fue la iglesia principal, dedicada a San Martín, y la estatua de Pizarro. Muchos turistas almorzaban en las terrazas situadas en el perímetro y nosotros los imitamos. Pan, vino, tallarines y postre. Suficiente. Caminamos, vimos, sentimos y de pronto dijimos: ¿y ahora, qué? En un primer momento tuvimos la impresión de que el pueblo era la plaza, pero por suerte estábamos equivocados. No muy lejos de allí, subiendo hacia un castillo medieval, llegamos a la casa paterna de Pizarro, totalmente restaurada, donde se luce utensilios de época y muebles añejos, y se presenta una exposición sobre la conquista del Perú. ‘Mira, este panel está dedicado a Trujillo del Perú’, me dice Alba, y yo sonrío. Me gustó verlo. Aunque en uno de los carteles habían confundido a Manco Cápac con Manco Inca (error que le advertimos a la jefa del museo al salir), la muestra estuvo bastante bien. Sin embargo, para ser francos, la imagen que se muestra de Pizarro es más la de un valiente militar que alcanzó la nobleza tras la conquista de los Incas, que la de un pueblerino empobrecido e iletrado que tuvo que dedicarse a la crianza de cerdos. Detalles.

Desde el Castillo del Califato (el antiguo alcázar árabe donde ahora se venera a la Virgen María) la imagen panorámica nos mostró a un Trujillo de casas de piedra y techos de teja enclavado en un paraje semiárido y amarillento. Muchas cigüeñas tenían sus nidos en los techos de las iglesias y de los palacios, incluyendo el que construyó la familia de Francisco Pizarro en la plaza del pueblo después de que éste consiguiera el título de marqués, tras la conquista del Perú. El impresionante escudo de armas de la familia se puede ver en la fachada, grabado en la piedra, así como imágenes de Francisco Pizarro, de su esposa (la princesa inca Inés Huaylas, hija de Huayna Cápac), de su hija Francisca Pizarro Yupanqui y de su esposo Hernando Pizarro, entre otras efigies.

El calor seguía ardiendo, pero dentro de la iglesia, a la cual accedimos luego de pagar una ‘contribución’, el ambiente estaba algo más fresco. Subimos al coro y al mismo campanario y nuevamente Trujillo se abrió ante nuestra vista. Al salir del templo, el cuerpo nos empezó a picar y descubrimos unos bichos caminando por nuestros brazos y cuello. ¡¿Que es esto?! ‘Son los piojillos de las cigüeñas’, nos dijo una lugareña que nos vio limpiándonos con cierta desesperación. ‘Se pegan en la ropa y en el cuerpo, pero no hacen nada’, añadió y luego se rió de nosotros y siguió caminando. Y claro, tuvimos que reírnos con ella, pero de nosotros mismos.

Nos acercamos a la pileta ubicada a un costado de la plaza y nos colamos entre un grupo de turistas españoles que escuchaba la explicación de la guía. “La estatua que veis, en la que podéis leer ‘Francisco Pizarro, conquistador del Perú’, es en realidad la de Hernán Cortés”, alcanzamos a escuchar. ¿Qué cosa? No lo podía creer. Pero en efecto, según iba explicando la guía, íbamos viendo que el jinete de la estatua no se parecía en nada al Pizarro que todos conocemos por los libros del colegio. “El casco que lleva tiene unas plumas en la parte delantera que los soldados españoles nunca utilizaron, además el caballo es mucho más grande que los que se montaron en la conquista y la espada que empuña es más grande de las que se emplearon en aquella época”, agregó.

Vaya, vaya, Hernán Cortés estaría feliz de saberlo. En realidad hay tres estatuas de bronce iguales a ésta en el mundo. Una se encuentra en Buffalo, Estados Unidos (ciudad donde nació el escultor de las tres: Charles Cary Rumsey) y la otra réplica se encuentra en Lima (Perú), ciudad que durante muchas décadas la vio en el centro y luego en uno de los costados de su Plaza Mayor y que recién en el 2003, por mandato del alcalde Luis Castañeda Lossio y por presión de la gente, se retiró y se colocó en el Parque de la Muralla. Era obvio, pues tener en la plaza al conquistador español que cometió tantos abusos contra los Incas, no era grato para nadie sensato en el Perú (por desgracia todavía quedan muchos insensatos).

Mientras que yo apuntaba algunas ideas en la servilleta de un restaurante de la plaza, tomando con Alba una bebida de naranja y comiendo piel seca de cerdo (como los chicharrones Chipi), muchos niños correteaban y gritaban. Sus figuras se escondían entre la luz amarilla de las farolas (idénticas a las de nuestra ciudad) y una estrella solitaria brillaba en el firmamento. Las cigüeñas dormían en la iglesia y una pareja de recién casados se fotografiaba y se besaba con ternura. El viento movía las hojas de las tres palmeras enanas que hay en la plaza y yo de pronto pensé en nuestro Trujillo peruano, que sólo por citarlo está hermanado con este pueblo español, y soñaba con que algún día el orden y la limpieza ya no fueran sólo fruto de nuestra imaginación. Ojalá que ese día no sea lejano.