miércoles, setiembre 01, 2010

Crónica desde la tumba del poeta universal
Vallejo no está solo en París
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...

PARÍS, FRANCIA. ¿Conoce usted a César Vallejo? Es martes en París y las nubes anuncian un aguacero que nunca llegará. El río Sena sigue su marcha infinita debajo de mis pies y miles de turistas caminan y fotografían las calles de la capital de Francia. Me he detenido en un quiosco de libros antiguos instalado en la parte alta de la ribera junto a otros diez o doce iguales. Títulos de autores como Pablo Neruda, James Joyce o Jorge Luis Borges son los primeros que captan mi atención, pero yo busco a uno en particular, a un peruano, al más grande poeta de la historia de nuestro país y tal vez del mundo. Decepción. Vallejo no está aquí. ¿Conoce usted a César Vallejo? Me dirijo en inglés al dueño de la librería de calle (Do you know who is César Vallejo?). Es un tipo flaco, de bigotes, parsimonioso, de unos 60 años, que parece haberse leído hasta los manuscritos milenarios que aún no han sido descubiertos. Pero no, me equivoco. El hombre me observa contrariado y luego lleva la mirada hacia su frente, como buscando algo en su cerebro, y finalmente frunce el ceño, hace una negativa con la cabeza que no le convence y sonríe, como diciéndome: me suena, me suena.

Merci beaucoup. Muchas gracias. Es lo poco o todo lo que sé de francés. Se lo digo. Busco otro quiosco. Vallejo debe andar por aquí, entre este paraíso de papeles añejos y tintas célebres. Será el siguiente. Tampoco. Y el siguiente, y el siguiente. Do you know who is César Vallejo? Repito la pregunta ante otro vendedor con aún más cara de intelectual que el anterior. Poémes de Cesar Vallejo, le pido, y entonces él hace un gesto de satisfacción, como si por fin algún cliente le pidiera el título de un verdadero poeta, de uno de los grandes. Voltea, busca y desempolva, y entonces saca de entre su estantería un ejemplar de pasta dura impreso hace algunos lustros. Yo no lo puedo creer. Mi corazón se acelera. El hombre lo abre y vaya decepción: Poémes de Paul Valéry. Está autografiado, me dice en inglés, y sonríe. Es muy caro, unos 200 euros, agrega. Qué bueno, le respondo, sonrío y me voy.

París es una ciudad hermosa y cálida, de lluvias frecuentes y con poco más de dos millones de habitantes. Es la ‘Ciudad Luz’ (la Ville lumière), la ‘Ciudad del Amor’. Me imagino que en los años 20 y 30 era tan asombrosa como ahora, o tal vez más, y entiendo por qué Vallejo la escogió para morir. Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París —y no me corro— tal vez un jueves, como es hoy, de otoño. Hoy no es jueves ni es otoño. Es un martes de verano, ya lo dije, y está nublado. No es un día santo, pero tampoco es un día para morir. ¿Mi destino?: La tumba de César Abraham Vallejo Mendoza, poeta universal (aunque algunos vendedores de libros parisinos no sepan nada de él).

El metro me lleva hasta la estación Edgar Quinet, la más cercana al cementerio de Montparnasse. Vallejo murió el 15 de abril de 1938, a los 46 años, y fue enterrado en el camposanto de Montrouge. Sin embargo, Georgette Marie Philippart Travers, su esposa, consiguió el 3 de abril de 1970 que sus restos fueran trasladados a Montparnasse, el lugar que el poeta había escogido en vida como última estación. Camino, pregunto, cruzo una avenida ancha. El barrio no tiene nada de especial. Edificios, asfalto, concreto, semáforos. La Torre Eiffel no se puede ver desde allí, ni Notre Dame, ni el Sagrado Corazón, ni los Campos Elíseos, ni la Ópera Garnier ni el Arco del Triunfo. Es un barrio típico de cualquier ciudad europea. De pronto, una calle atiborrada de arbustos me indica la dirección del cementerio. Vallejo está cada vez más cerca. Eso creo.

Piso tierra santa. El cementerio de Montparnasse, de 19 hectáreas, es un recinto de calles anchas y elegantes, adornado con esculturas de mármol similares a las del área histórica del camposanto trujillano de Miraflores (aunque aquí no se las roban). En realidad no es famoso por ser un lugar idílico, sino más bien porque en él descansan los restos de numerosas celebridades del mundo de las artes y de las letras, así como políticos y filósofos. El croquis de la entrada es muy claro. Jean-Paul Sartre, Julio Cortázar, Porfirio Díaz y Charles Baudelaire aparecen en lista. Yo los salteo, busco a Vallejo y casi al final encuentro su nombre: César Vallejo, Poète péruvien. Ubicación: Número 67, parcela 12.

Allá voy. Vallejo fue un hombre a quien el sufrimiento le abofeteó tantas veces como quiso. Sufrió la injusta condena de 112 días en una tenebrosa cárcel trujillana, un episodio que Eduardo González Viaña describe de forma magistral en su novela Vallejo en los infiernos. Sufrió la incomprensión de la crítica, la censura, el hambre más crudo, la enfermedad, la pobreza y el abandono. Aun así, y aunque escribió del dolor humano, del destino incierto de las personas, de la muerte, del absurdo y de las injusticias sociales, lo que la vida no logró arrebatarle del todo fue la esperanza en que algún día todo cambiaría. Una utopía, tal vez; un sueño, ¿quién sabe?

Mediodía en París. Han transcurrido veinte minutos y lo único que he hecho es deambular entre lápidas, cruces, estatuas, jardines y calles de asfalto alfombrado con flores de un color verde claro que caen de los árboles. Creo que estoy dando vueltas. Vallejo se esconde. Aparece un jardinero de traje verde oscuro y le hago una seña. Do you know where is César Vallejo?, le pregunto. Veo nuevamente en su rostro la contrariedad del vendedor de libros. Sin embargo, de inmediato él me repregunta: ¿Poète péruvien? ¡Sí!, le digo en español, y él da la vuelta y me pide que lo siga. El hombre camina apresurado y se interna entre tumbas que cada vez parecen ser más macabras. Lleva una palana apoyada en el hombro y en un momento parece ser la misma muerte empuñando su guadaña y guiándome hacia el más allá. O tal vez un emisario de ella, un heraldo negro.

César Vallejo no está solo. Hoy lo acompañan los hermanos limeños Adriana y Andrés. Él estudia informática en París y ella llegó de vacaciones y no quiso irse sin antes visitar al poeta. “Muchos peruanos que llegan a París visitan la tumba de Vallejo, es una parada casi obligatoria”, dice Andrés y al cabo de unos minutos se despiden de mí y se marchan.

La tumba de Vallejo es sencilla en comparación con la mayoría de las otras. Se encuentra entre la sepultura de Pierre, Marguerite y Jeanne Leroux, y otra tumba misteriosa donde dice: Sepulture joyer. El nombre del poeta está escrito en la tapia y debajo dice en francés: Qui souhaita reposer dans ce cimentière (que deseó reposar en este cementerio). No tiene ni una sola escultura. En la parte inferior se puede leer el epitafio que Georgette escribió tras sepultar a su esposo en Montparnasse: J´ai tan neige pour que tu dormes (He nevado tanto, para que duermas). Pero si la tumba es austera, los recuerdos dejados por la gente son un buen complemento pues llenan el lugar de muestras de admiración bastante peculiares. Desde un angelito de yeso hasta un jarrón con flores secas, hasta dos velas, una escarapela y muchas piedras negras y blancas (al mismo estilo de La Lista de Schindler). Debajo del florero hay un cuaderno de poemas firmado por Sergio Bobadilla Centurión y en la falsa carátula alguien escribió un pedido repetitivo y antiguo: ‘Los restos de Vallejo deben ser repatriados a Perú, servirá como ejemplo intelectual a toda la juventud peruana’.

Al pie de la lápida alguien dejó tres frascos de vidrio de aceitunas peruanas exportadas a Francia (olives violines du Pérou, dice la etiqueta) donde los visitantes depositan recuerdos variados. Una llave y un huayruro, ¿qué cerradura abrirá?, me pregunto; y un libro de poemas del joven escritor John Fitzgerald Torres, editado por la Universidad Externado de Colombia. Un verso dice así: ‘En la multitud mira atrás sobre el hombro esperando un fantasma el abismo. Ni aún en el sueño un rostro conocido’.

Lo que más se repite al interior de los botes de olivas son tickets del metro de París con mensajes escritos a lapicero. ‘Maestro, gracias por la poesía, por la sombra, por el prólogo y el colofón’; ‘nada de lo que merece la pena en esta vida es fácil’, ‘100% Pérou. Ilumíname el cerebro siempre’ o el más burdo en su forma pero probablemente el más acertado, dejado en un papelito: ‘Hay hermanos mucho por hacer, y aún no hemos hecho ni mierda’.

Algunos nombres: Yolanda y Fernando, Blanca Céspedes, Eleodoro Vargas Vicuña, Tony Antezana (Huancayo) y Martín, Claire y Jorge Luis Cruz. Tantos recuerdos, tantos nombres, tantos deseos, tantos sueños, tanta compañía para un poeta que se adelantó a su época en el uso del lenguaje, que nació un día que Dios estuvo enfermo y murió un Viernes Santo con llovizna.

Aunque la sociedad ha girado en las últimas ocho décadas en contra del ideal de justicia vallejiano, social y humano, y aunque la explotación laboral sigue siendo una realidad en el Perú y en el mundo, siempre nos quedará París y César Vallejo, el gran Vallejo de la poesía, hará un llamado eterno, a gritos desde la morada que escogió en vida para su descanso, por el progreso basado en la unidad. Un grito que hará eco algún día.

No sé si rezarle, pedirle perdón a nombre de Trujillo y del Perú o sólo emprender la marcha. Una mariposa vuela y se pierde entre los jardines. Hasta luego, maestro.

3 comentarios:

SOLOASIS SILEX dijo...

PIER:
K EMOCION
LA TUMBA DEL POETA PERUVIANE..!!
estás ahí...has caminando buscando a nuestro hermano Poeta
al vate
a cesarito...
al hermano que caminó por estas calles
hace 100 años
amò Trujillo como nosotros lo amamos
k bien k lo hayas visitado
y nos regales la crònica de tus pisadas en París y Montparnase...

un abrazote
desde nuestro Perou..!!

Nielsen Ramos dijo...

¡Que emocionante ha de ser visitar la tumba de un peruano tan genial...!; Interensante lo que dices en tus líneas.

Un abrazo.
Nielsen.

Unknown dijo...

hermosa prosa, porque no sacas tu libro de todo lo que escribes Pier, Si es que no lo has sacado ya. soy de trujillo y me volví tu admirador quiero viajar como lo haces tu alado de tu mujer, se ve que conocer y contrastar lo que se ve en otros lugares con lo vivido en nuestro pais peru es de lo mejor....te envidio, una envidia sana por cierto