lunes, diciembre 01, 2008

Y se me ocurrió pensar

Hoy cuando salí de casa en dirección a mi trabajo y caminaba por el parque de mi barrio, no sé por qué me detuve. Nunca lo hago, porque siempre voy tarde y pensando en lo que debo hacer. Pero esta vez miré el rededor tan verde y escuché el canto de algunas aves, mientras que un Winston Light seguía consumiéndose entre mis dedos. Una señora caminaba meditabunda en la acera, mientras que un taxista esperaba algún pasajero en el interior de su viejo auto. Eran las 4:50 de la tarde y el sol ya soplaba sus últimos minutos de calor. Tampoco sé el porqué en aquel momento pensé en un esquimal. Sí, quería imaginar qué estaba haciendo una persona, en ese mismo instante, en los hielos del norte. Traté de imaginar su mirada, profunda, retrechera, sigilosa, desconfiada. Como en las películas, tenía la barba crecida y un perro-lobo sólo esperaba su orden para atacarme por inmiscuirme en sus hielos. De pronto me dio frío y viajé a África. ¿Qué estarán haciendo en este mismo instante aquellos niños-calaveras-cadáveres de los cuales sólo he visto fotografías o imágenes funestas a través de la TV? ¿Habrán comido algo o sus tripas estarán retorciéndose como ofidios? Quiero pensar lo primero, aunque sé que sólo trato de engañarme para no sentir el dolor de aquellos pequeños. Cobarde recurso el mío, pues en África viven 800 millones de personas y sólo el 15% de ellas llegan a envejecer. ¿El resto? El resto muere de hambre, asesinado o deshidratado en alguna barca con destino a España. Mejor me voy de allí. Soy cobarde. Y lloro.
Seguí caminando. Di una nueva pitada a mi Winston Light y bebí un sorbo de Sporade. El Trident lo guardé para luego. No pude borrar de mi mente la inhumana escena del niño africano y, otra vez decidí huir. Esta vez partí a la China, un país con una economía que crece a galope pero donde buena parte de sus 1600 millones de habitantes aún no conoce lo que es el vivir en condiciones. Recordé una foto que vi hace buen tiempo de unos chinos flacos que, como yo, fumaban cigarrillos y vivían en jaulas. ¡Sí! jaulas... Eran pequeños espacios alquilados al dueño de un gran edificio que fue subdividido con rejas para crear compartimentos con una cama y una silla. No recuerdo la cifra que pagaban cada noche por lograr descansar en esas pocilgas, pero sí rememoro la mirada vacía y apagada de aquellos pobres diablos.
Subí al taxi del paciente conductor y seguí con la idea de imaginar qué está ocurriendo ahora en el mundo. Es decir, mientras que yo ahora veo el bello mural de la universidad y me dirijo a mi trabajo, ¿estará muriendo alguien?, ¿alguna mujer estará siendo violada?, ¿cuántos cientos de hombres y mujeres estarán llorando?, ¿tal vez un desastre natural..? Qué trágico me puse, sí... Pero es que... ya que mi vida en los últimos meses se ha convertido en un barco que recorre las mismas aguas todos los días, sólo trato de echar a volar la imaginación para sentir algo distinto. Un ejercicio terrible, la verdad, que en el fondo me echa ante las neuronas el más puro existencialismo y las más duras tragedias. ¿Pero qué puedo hacer si sólo quiero sentir? ¿Qué culpa tengo yo de que el mundo muera cada vez más? Podría pensar en los árabes de la Franja de Gaza, de Jerusalem (que es de donde huyó mi padre para no morir de un balazo judío o inglés. Da lo mismo). Podría pensar en los peruanos que emigraron de la sierra a la costa en busca de una mejor vida y ahora deben contentarse con dormir sobre una estera y bajo cartones. En ese camino se encuentra el loco, la puta, el paria, el que fue echado, el que huyó, el secuestrado. México y Colombia, el País Vasco con sus etarras, Europa en general y sus neonazis... Estados Unidos y los negros newyorquinos (excluidos y tal vez por ello violentos), Centro América y sus maras salvatruchas (que asesinan a sus madres antes de tatuarse), Sierra Leona y sus diamantes teñidos de sangre, Irak, Estados Unidos...
El odio se ha apoderado de todo el mundo por el dinero. El dinero mueve el mundo. Las bolsas de valores caen y el sistema tiembla. ¿Cómo es posible que dependamos de la especulación de unos cuantos que venden acciones que, a la larga, no son nada... Valores... ¿esa es la esencia de nuestro mundo? Un papel que representa la nada. Porque es la nada material la que nos llevaremos a la tumba.
¿Entonces qué hacer? Creo que, al menos pensar en esto ya es algo. No cambio nada con mis pensamientos, claro... pero es muy probable que muy pocas personas frenen su vida algunos minutos para pensar en lo que ocurre dentro y fuera de los demás. En el corazón de su vecino o en la ciudad más lejana del planeta. Aunque, a la larga, son sólo ideas...

Adiós.