domingo, enero 13, 2008

Perú, desde las afueras
¿Qué hay de peruano en Bolivia, Argentina, Brasil y Paraguay? Una rápida visión de lo nuestro en el extranjero.

La combi se adentraba en la oscuridad boliviana y los giros de sus neumáticos me alejaban cada vez más de mi patria. Puno, Los Uros y Desaguadero iban quedando atrás y aquella noche nublada exhibía en el horizonte las luces lejanas de algún pueblo del Altiplano. Laura, mi compañera de viajes, compartía el asiento con una mujer que escondía su cuerpo tras polleras y un gorro aymara. La aventura por cuatro países sudamericanos recién comenzaba y mi alma no podía contener las múltiples sensaciones por lo que iba a vivir en aquellas naciones (Bolivia, Argentina, Brasil y Paraguay), pero también por estar dejando atrás a la mía. Era una mixtura de incertidumbre, ansiedad, emoción pero también nostalgia por salir de mi país y dejarlo abandonado durante cuatro semanas.
Fue la radio de la combi la que me hizo comprender que no estaba yendo muy lejos y que era posible –de cierta forma– sentirme dentro del Perú en el extranjero. El conjunto boliviano La Caribeña, a través de la estación 94.9 FM, interpretaba el tema Motor y Motivo del Grupo 5 de Monsefú. Te regalo mi vida, mi cariño sincero, mi alma, mis sueños y todo lo que quiero. La cumbia peruana no es mi música preferida, pero en aquel instante ese tema sonó tan bien que me hizo sentir orgulloso. Fue la primera manifestación peruana en las afueras.

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La zona occidental de Bolivia se asemeja demasiado a la sierra peruana. Al fin y al cabo, esta nación algún día formó parte de la nuestra. Tal vez por ello, no es raro encontrar allí las mismas chatarras motorizadas (también llamadas micros) que circulan en nuestro país, incluyendo Trujillo. Góndolas destartaladas y combis asesinas esquivan a las personas en las calles céntricas de La Paz y todo ese desorden, de alguna manera, te hace sentir en el Perú. Sin motivo de orgullo de por medio, claro.
Lo que sí te llena de orgullo en este país es encontrar tantas oficinas del Banco de Crédito del Perú (BCP). Sin lugar a dudas, éste debe ser el banco con la mayor cantidad de agencias en Bolivia. Al BCP lo encuentras hasta en la sopa. Pero no sólo esta empresa peruana triunfa en el país del Altiplano. La cadena de zapaterías Bata es otra. Hay Bata en La Paz, en Cochabamba, en Santa Cruz de la Sierra, en Potosí… ¡en todo lado! Y precisamente en Potosí, una ciudad que conserva un centro histórico hermoso y que algún día fue uno de los más importantes polos urbanos de América (gracias a sus minas de plata), encontré sin querer otra manifestación del Perú: un chifa, o algo que se hacía llamar así.
La comida boliviana no es reconocida por su sabor, pero aquel chifa –ubicado muy cerca de la plaza de Simón Bolívar– era realmente una mala imitación de lo nuestro. ¡No se puede comer chifa con mayonesa y ketchup! En fin, el viaje debe continuar.
Ahora estamos en Cochabamba, también en Bolivia, una ciudad más moderna y ordenada que, a más de 2.500 metros de altitud, crece amparada bajo los brazos de un Cristo seis metros más grande que el de Rio de Janeiro. Impresionante pero desconocido. Esta ciudad posee edificios modernos y uno de sus centros comerciales más conocido se encuentra dentro de las llamadas Torres Soffer. Allí hay librerías, tiendas de ropa y zapatos (también está Bata), patios de comida y todo lo que posee un centro moderno. En el principal escaparate de la librería de este lugar resaltaban dos novelas: Travesuras de la niña mala, publicada por Mario Vargas Llosa el 2006; y En el reino del espanto, de su hijo, Álvaro Vargas Llosa. Ambos peruanos (aunque también españoles), orgullo de nuestro país.
Antes de partir de Cochabamba y también de Bolivia decidimos ver una película en el Cine Center, el más grande del país. Escogimos una estadounidense, pero en la cartelera figuraba la chilena El rey de los huevones, donde actúa la peruana Angie Jibaja. Para otra vez será.

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Ahora estamos en Salta, Argentina, linda ciudad enclavada en una zona tropical y boscosa. El hostal donde nos alojamos, llamado Backpackers y situado en la calle Junín (el Perú, otra vez), es una acogedora casa donde descansan viajeros del mundo entero. La habitación es confortable, tiene agua caliente, TV con cable y fríobar. Pero para mí, que ando buscando manifestaciones peruanas, lo que más resalta son dos cuadros con motivos Paracas. ¡Son las Líneas de Nazca! Algo similar ocurrió en una agencia de viajes céntrica de esta ciudad. Allí encontré un afiche inmenso con la fotografía de Machu Picchu. “Escogé tu destino”, decía. Por lo visto, en estas tierras del norte argentino, el Perú y el mundo inca son destinos muy apreciados.
Pero fue en el teleférico de Salta donde me sentí más peruano que nunca. Antes de que una voz grabada dé la bienvenida, la melodía nacional El Cóndor Pasa, del huanuqueño Daniel Alomía Robles (†) envolvió a la furgoneta en un ambiente muy andino, muy nuestro.
En realidad no encontré muchas otras manifestaciones peruanas durante mi breve recorrido por Argentina, que sólo fue un paso hacia Brasil, el destino principal de la aventura.

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Atrás quedaron las impresionantes Cataratas del Iguazú. El bus acaba de cruzar la frontera y ya circulamos en territorio brasileño. Minutos previos vimos en el control migratorio argentino a un señor de unos 50 años con un pasaporte peruano, pero lo perdimos en medio del alboroto. ¡Se nos escapó! Ya es casi hora de almuerzo y el bus se ha detenido en un restaurante ubicado a un costado del camino, entre interminables sembríos de caña de azúcar.
Confieso que soy casi nulo en portugués. Los primeros días en Brasil tuve que comunicarme con señas, porque cuando los cariocas hablan rápido, no se les entiende ni papas. Y precisamente fueron papas embolsadas las que me causaron una divertida confusión. En la bolsa, decía que las papas estaban fabricadas con “Peito de Peru”. ¡Perú!, exclamé, y de inmediato compré un paquete. Estaban sabrosas. Claro, pensaba yo, es que están fabricadas con algún ingrediente peruano. Lo mismo pensé cuando subimos al Corcovado para conocer el Cristo Redentor. En el cafetín de este lugar, lo más caro de todo era una porción de “Peito de Peru”. Y la diferencia era abismal: 20,50 reales por una de esas cosas ‘peruanas’ contra 3,50 que costaba un pan con hot dog.
En aquel momento yo llevaba puesta una camiseta con la inscripción “Te amo Perú”. Y al vendedor del restaurante le pregunté si ese “Peito de Peru” tenía algo que ver con mi país. Señalé el cartel de la comida y luego mi polo. Él me vio sorprendido, extrañado, contrariado, y me dijo “¡Se!” (¡sí!). Yo me sentí muy feliz, pero no compré aquel “Peito de Peru” porque estaba muy caro. En realidad pensaba que se trataba de alguna carne de pollo importada de nuestro país. Sabía que el pollo peruano era famoso, ¿pero no tanto, no?
Bueno, al día siguiente cuando ya había salido de mi hotel (llamado El Misti, en recuerdo del volcán arequipeño) y caminaba por calles céntricas de Rio, encontré en un quiosco un folleto titulado “Peito de Peru”. Al verlo me extrañé y no me contuve. Le pregunté al vendedor, ¿qué es Peito de Perú?, ¿es como Bolivia, Chile, Perú..? El sujeto sonrió y dijo que no. “Peru é um ave, um ave média”, me dijo. Se refería a que Peru en Brasil es un ave de regular tamaño. Yo me caía para atrás. “Peito de Peru”, en portugués, significa nada más y nada menos que “pecho de pavo”. ¡Qué pavo! Me reí y continué mi camino.

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Atrás quedó el colegio Santa Rosa de Lima, ubicado en el barrio de Copacabana de Rio de Janeiro. También las calles llamadas Callao y Perú de la ciudad argentina de Jujuy. Atrás quedó la inscripción ¡Viva el Perú! en la puerta del baño de hombres de la terminal de buses de Corrientes. Atrás quedó un spot promocional del Perú que Promperú difunde en el canal internacional de cable Much Music. Atrás quedó el joven argentino que en las Cataratas del Iguazú nos preguntó por la avenida trujillana Prolongación Santa. Lo miramos extrañado y él dijo que su amigo César Cueva vive allí. Qué pequeño es el mundo. Atrás quedaron Diego Bertie y Christian Meier en telenovelas que ve toda América. Atrás quedó Gian Marco cantando en HTV Al otro lado de la luna, así como un gringo en Ciudad del Este (Paraguay) con un polo que promocionaba al Río Amazonas y a la selva peruana.
También es parte de nuestra memoria la Farmacia Perú de Ciudad del Este y el humillante comentario de un periodista paraguayo por la Selección Peruana de Fútbol. “Sin lugar a dudas, su participación en las eliminatorias ha decepcionado a todos…”, dijo en un canal televisivo de ese país.
Atrás han quedado cientos y miles de peruanos que viven en el extranjero y que no llegué a conocer, así como igual cantidad de manifestaciones de nuestro país en el extranjero que tampoco logré percibir. Ahora estoy en la capital paraguaya, La Asunción, cerca de la caótica avenida Perú. Camino con dirección al centro de la ciudad y encuentro una tienda de alquiler de películas. Me parece que era algo como Televideo. Observo bien el lugar, buscando algo peruano, y me sorprendo al ver en la puerta un tremendo afiche del filme animado nacional Dragones, destino de fuego. En aquel momento, comprendo que nuestro país es como el nombre de esa película. Sin dudas, ¡un destino de fuego!

martes, enero 08, 2008

Que Evo no hunda más a Bolivia

Días atrás tuve la suerte de visitar por lo menos cinco ciudades bolivianas, incluyendo La Paz. En mi plan de ruta primigenio estaba incluida Santa Cruz de la Sierra, pero un bloqueo en la carretera obligó a desviarme hacia Potosí y luego entrar al norte argentino. A pesar de esto, durante la semana que permanecí en este país del Altiplano tuve contacto con aquel mundo andino, descendiente Aymará e Inca que el cocalero y presidente boliviano, Evo Morales, pretende ‘reivindicar’ con un controvertido proyecto de refundación nacional.
Entre los planes del mandatario figura la promulgación de una nueva Constitución Política, que elimine a los terratenientes (o, como él dice, el latifundio) para distribuir las riquezas de los actuales adinerados entre los pobres (los económicamente menos favorecidos, como dicen los especialistas). Y en Bolivia estas personas son aquellos hombres de poncho y llanques y esas mujeres de polleras que ven a Evo como su salvador, como el hombre que les arrancará del alma las penas acumuladas durante siglos de opresión y derrotas.
Yo creo que lo único que Evo Morales está logrando es hundir más al país más pobre de Sudamérica, a ese país que no sabe aprovechar sus envidiables recursos naturales, a ese país donde el crecimiento del PIB no llega al 4 por ciento anual y, por último, a ese país donde aún se respiran aires belicistas que planean recuperar algún día los mares perdidos (los marinos bolivianos llevan en el hombro la bandera del mar cautivo –ojo, no perdido– ése que pertenece a Chile).
Evo Morales, para empezar, ha fracturado a Bolivia. Si antes de su mandato las provincias orientales de Santa Cruz de la Sierra, Tarija, Beni y Pando se consideraban un mundo aparte (tal vez integrantes de otra nación ajena a los ‘indios’ de La Paz), en la actualidad estas poblaciones se han rebelado al gobierno central con la redacción de estatutos de autonomía. Es decir, estas localidades (cuatro de las nueve regiones del país) ya no quieren saber nada de Evo Morales, de indígenas o de refundaciones nacionales.
Claro que, de por medio, figuran multimillonarios intereses. Basta mencionar que entre Santa Cruz de la Sierra, Tarija, Beni y Pando se genera casi la mitad del PBI nacional y que estas cuatro regiones son las mayores productoras de gas y derivados agrícolas y ganaderos del país (añadiéndole el potencial turístico que poseen).
Evo Morales, dentro de su concepción demagógica y populista, pretende ‘atacar’ a las localidades bolivianas que más han crecido en los últimos años para entregarle parte de sus riquezas a los pobres de la zona andina. ¿Acaso Evo no ha leído la historia del Perú posvelasquista? Los resultados son conocidos. Los campesinos no estuvieron preparados para gerenciar sus flamantes fábricas o fundos y, al final, el cooperativismo se transformó en una olla de grillos ladrones e individualistas que sólo pensaban en qué más sacarle a viejas haciendas o a los ingenios en vez de cómo contribuir para mejorar. La muestra del fracaso es que ahora ya casi todo ha regresado a manos privadas.
En estas condiciones, ¿qué empresa boliviana o extranjera se arriesgará a invertir en este país? Si el gobierno de un país no crea las condiciones de estabilidad política y económica, simplemente nadie invertirá allí. Y en una ciudad o un país donde no hay inversión, no hay trabajo. El mundo se paraliza, el atraso se enraíza y, para colmo de males, problemas sociales como la delincuencia, la drogadicción o el pandillaje pernicioso se multiplican.
Veamos al Trujillo de hace cinco años, sin los actuales malls, fábricas y construcciones. ¿Acaso los jóvenes tenían tantas oportunidades de trabajo como ahora? Nuestra ciudad, en su mayoría gracias a la inversión privada, es la que más crece del Perú y va camino a la modernización.
Pero con una Bolivia fracturada no sólo se avecina más pobreza y atraso, sino también un enfrentamiento entre regiones que, posiblemente, podría desencadenarse en violentas y lamentables luchas entre razas y clases sociales.
Lo que el mundo indígena necesita en Bolivia para ser reivindicado –si cabe el término de Evo– es, en primer lugar, mejorar su educación. Una educación orientada hacia la producción de cada región, que genere trabajadores preparados para el mundo moderno. Pero la educación en Bolivia va más allá. Es lamentable visitar la zona occidental de este país y toparse con una verdadera incultura generalizada. Desde una extraña y temerosa forma de hablar y mirar de los descendientes indígenas (que escasas veces dan razón acertada ante alguna pregunta de un foráneo), pasando por una precaria forma de convivencia basada en la informalidad extrema (ambulantes venden de todo a escasos metros de la Catedral de La Paz y del propio Palacio de Morales), hasta llegar a la suciedad, el desorden y el pésimo servicio que ofrecen al turismo (buses pestilentes y con insectos no son difíciles de encontrar).
La reivindicación del mundo indígena boliviano (clase racial que el propio Evo ha resucitado) no va por la fractura o divisionismo del país. Esto sólo se logrará cuando el gobierno promueva la educación, el trabajo, la salud y la mejora en las condiciones de vida. Pero, como van las cosas, don Evo Morales y sus ideas narco-cocaleras –escudado tras las pretensiones de un Hugo Chávez enemigo de la democracia– están descalabrando a este país milenario, con enorme potencial social y económico, que ahora duerme en la ignorancia y los intereses de sus mandatarios. Y en Perú, que reflexionen los humalistas.
Viaje a la isla de Malabrigo
Lobos marinos, aves guaneras y hasta pingüinos se pueden apreciar en la Isla Macabí, situada a poco más de una hora de navegación, frente de las costas de Malabrigo. El potencial se ‘desborda’ por sus acantilados, pero no se aprovecha.

El motor ruge fuera de borda y el bote navega en aguas fantasmales, perdiéndose entre la bruma de un frío amanecer dominical. Puerto Malabrigo va quedando a la distancia, prisionero de sueños inconclusos y de un letargo masivo, con sus acantilados lastimeros, su centenario muelle erguido a duras penas y su hélice oxidada y detenida. Los peñascos de La Punta, rompeolas naturales, desvían la furia marina y nuestro bote se adentra sin complicaciones en los mares malabriguenses que esconden en sus fondos mil y un historias perdidas en el tiempo. Un sol avergonzado cedió su lugar al frío de alta mar.
Abordar el bote que nos conduciría a la Isla de Macabí fue una verdadera proeza para los seis miembros de la expedición. Prácticamente, nos lanzamos desde el muelle hasta el casco de una embarcación sujetada con amarras y no del todo detenida. Atrás quedó la hora y media de viaje por tierra desde Trujillo, atrás quedó el desierto y el Valle Chicama, con sus pueblos milenarios y embrujados, sus sembríos de caña de azúcar, su gente de piel curtida por un sol inclemente y parajes solitarios en el horizonte. Atrás quedó Malabrigo con su entrada paupérrima, invadida por almacenes de harina de pescado, sus calles nostálgicas, sus casonas de Pino de Oregon construidas por alemanes y derruidas por peruanos. Atrás quedaron fábricas harineras que contaminan las aguas y sus fétidas emanaciones. Atrás quedaron locomotoras carcomidas por el óxido, la desidia y la tristeza. Atrás quedó un Malabrigo detenido y atrasado, pero –no obstante– con un potencial turístico envidiable que se desaprovecha. Cuatro pelícanos vuelan en fila hacia la isla.

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Adolfo Asmat Chirinos-Zavala es un pintor nacido en Malabrigo pero radicado hace más de 15 años en Madrid. Su obra, exhibida en reconocidas salas europeas, transmite la nostalgia y las soledades de una infancia en su puerto querido, hoy sumido en el atraso. El artista, de chaqueta negra y mirada analítica, cruza sus manos con violencia entre su cabellera, como despertando de algún sueño, y luego mira a su esposa, María del Socorro Morac, guadalupana, artista, madre. Cerca de ellos está Tito Cumplido, alcalde de Malabrigo, con zapatillas blancas de lona, jeans, casaca azul y su inclemente bigotito entrecano que mueve al hablar. El alcalde conversa con Enrique Salcedo, representante de Aprochicama –asociación que vela por los intereses de las fábricas harineras– pero el ruido del motor es más fuerte que sus palabras.
El patrón de lancha, atento desde la popa, dirige con señas a un motorista aburrido que sostiene el timón firme hacia la isla que aún no se deja ver. La neblina sigue densa y bandadas de guanays y pelícanos vuelan en hileras mar adentro. Las aguas lucen cristalinas, o tal vez aceitosas. Dulces de limón se convierten en panacea contra los mareos.

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Cuenta la historia (los viejos malabriguenses aún la conocen) que allá por 1830 una embarcación –que había zarpado de Colombia– encalló en la Isla de Macabí, luego de entrar en el callejón natural que divide en dos a este accidente geográfico. Los tripulantes, en medio de una tormenta y faltando escasos minutos para la medianoche, nadaron hacia la costa pero les ganó el cansancio. Seis horas transcurrieron hasta que el cielo empezó a irradiar las primeras luces, cuando pescadores del actual Malabrigo, lugar que en aquel entonces era conocido como Caleta Mamape, rescataron en sus caballitos de totora a los náufragos que flotaban y los condujeron hasta la Playa La Punta.
Entre ellos se encontraba un capitán español de apellido Malabrigo, quien no sólo se enamoró de las playas y del pueblo, sino también de una mujer que vendía chicha de jora en un humilde rancho que luego se transformó en el Restaurante Malabrigo. El negocio fue un éxito. Llegaban comensales a caballo o burro desde pueblos lejanos del valle para beber la exquisita chicha y saborear los potajes elaborados tanto con recetas del antiquísimo Mamape como de Barcelona, tierra natal del marino Malabrigo. Tan conocido se hizo el lugar que los forasteros ya no decían: “vamos a Mamape”, sino “vamos a Malabrigo”.
Pues entonces, prácticamente Malabrigo le debe hasta su nombre a la isla de Macabí (que en realidad son dos, pero se encuentran muy juntas). Y, aunque en el tiempo de los Gildeméister pretendieron llamar al pueblo como Puerto Chicama, los lugareños se encargaron de conservar en sus corazones la tradición traída por aquel marino barcelonés que encalló en las legendarias Islas de Macabí.

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La isla aparece en el horizonte, como un hongo gigantesco, pero el vaivén de las aguas ocultan el bote e interrumpen la visión. El patrón de la lancha informa que nadie podrá descender porque las aguas están movidas y, además, porque el antiguo atracadero se destruyó años atrás con una marejada. Cada vez se observan más aves volando hacia el horizonte y el olor del guano prospera entre la brisa.
Por fin llegamos a Macabí. Efectivamente se trata de dos islas (Norte y Sur), unidas por un puente de madera y sogas. Ha transcurrido una hora y cuarto desde que partimos del muelle. Lobos marinos rugen ante los invasores. Demarcan su territorio. Son ellos los amos y señores de esta verdadera reserva de fauna marina. Miles de guanays, pelícanos y zarcillos observan con elegancia desde los peñascos, mientras que el bote circunda la isla. “Huele a cojinoba”, comenta el patrón de la lancha, experto en la pesca. Luego se lamenta por no haber llevado consigo equipos para ‘cordelear’.
Casi desapercibidos y confundidos entre los guanays, los pingüinos de Humboldt no esperaban nuestra llegada. Con su traje natural se esconden en una cueva. No son tan amistosos como los lobos marinos, que se zambullen en las aguas y se acercan a nuestro bote, sólo mostrando su hocico y lanzando rugidos.
En la isla hay una casa. Es de madera y está pintada de blanca y azul. Allí vive el guardián. El hombre que resguarda el guano de los barcos piratas. Sus compañeros son los animales. Con ellos habla, con ellos sueña, con ellos se alimenta. “Pobre ese ‘pata’, estará lleno de piojos, porque los guanays tienen unos piojos malditos”, comenta el capitán de nuestro barco, lanzando una mirada de congoja hacia el guardián que saluda con las manos desde la baranda de su morada. ¿Será el mismo sujeto que Proabonos abandonó cuatro meses en esta misma isla sin agua ni alimentos?
Al margen de ello, la majestuosidad de este paraje, comparable con las archipromocionadas Islas Ballestas de Paracas –aunque a menor escala– evidencia el potencial de Malabrigo para el ecoturismo, actividad que con el tiempo podría ser su punta de lanza para llegar al desarrollo. Adolfo está convencido de ello y siempre que puede lo expresa. “Hay 11 fábricas de harina de pescado, pero el pueblo está peor que cuando sólo había una. El desarrollo no va por el tema industrial, sino por el turismo”, comenta. Tito Cumplido acepta la propuesta y añade que alguna empresa privada debería invertir en Malabrigo, ofreciendo tours en yates o botes mejor equipados hacia las islas.
Hay mucho por hacer, en definitiva. Pero urge que este puerto histórico se enrumbe hacia el progreso, con la unión del gobierno, el pueblo y las empresas privadas. Sólo así, cuando el turismo rescate a Malabrigo de su parálisis, ya no habrá más invasiones ni chancherías en la entrada, ya no habrá más estudiantes que desertan en el colegio ni pescadores que se embriagan apenas pisan tierra. Ya no habrá fábricas que contaminen las aguas y exterminen las especies marinas. Pero, sobre todo, ya no habrá esa pobreza que salta a la vista apenas uno ingresa a este fantástico pero contradictorio puerto liberteño.