Parque Nacional Lauca de Chile recibió a expedicionarios de Ruta Inka
Imágenes desde un bus
El volcán Parinacota y el lago Chungará, por encima de los 4.500 metros de altitud, asombraron a los viajeros.
Aguas congeladas y montañas solitarias, guanacos pastando y riachuelos brillantes. El mundo a través de una ventana. Cielos de algodón y dos nevados gemelos. Ni una sola ave vuela, tal vez por el frío que se siente esta mañana en la sierra chilena. El camino se aleja con premura pero siempre hay algo más adelante. Un mirador queda atrás y el volcán Parinacota cada vez luce más imponente. La carretera está deteriorada y eso me recuerda al Perú; cosa extraña en Chile, donde los caminos son perfectos hasta en su señalización. Un grupo de chicas cantan en el bus Nos sobran los motivos de Joaquín Sabina y una camioneta blanca del año nos adelanta como una flecha.
Llevo los pies congelados y el sol que se cuela por la ventana arde en mi rostro y reseca cada vez más mis labios ya cuarteados en 17 días de viajes en Bolivia y Chile. Leo estas primeras líneas (escritas en una libreta) a la charapa que viaja a mi lado y le gustan. También a mí (cosa poco usual). Aparece el territorio de las vicuñas y éstas buscan alimento en las zonas más cálidas, o mejor dicho menos frías.
Llegamos a un peaje donde flamea una deteriorada bandera chilena, con su estrella solitaria. Carabineros y militares se confunden en el control. Vehículos detenidos a la espera del permiso. Es la puerta de ingreso al Parque Nacional Lauca, una reserva de agua chilena considerada Patrimonio Mundial de la Humanidad. Una llama blanca y pelona se acerca al bus y saluda a quienes descendieron. Se fotografía con ellos. La sabia naturaleza nos recibe. ¿Qué pensará este animal ahora? Todos la rodean, la filman, la tocan y la jalonean. Por un momento parece tener ganas de lanzar un escupitajo de protesta. Pero se lo traga. “La encerraron, pobrecita… que la dejen tranquila”, reclama la charapa de mi costado.
La llama se llama ‘Loli’ y es coqueta. Lleva dos adornos coloridos en las orejas. Se acerca al militar que le ofrecía una barra de cereal y lo recibe con elegancia. Mastica. Los muchachos ya subieron al bus. El camélido se despide con un caminar galante. El viaje continúa. Aparecen las aves en una pequeña laguna, congelada a medias. Todo el paraje está cubierto de un forraje similar al ichu, aunque también se observan islas salitrosas. Ya estamos en el Parque de Lauca, a 160 kilómetros de Arica, en la Comunidad de Putre (Parinacota – Tarapacá).
La charapa de mi costado se llama Anita, tiene 20 años y es de Tarapoto. Ahora duerme y un costarricense melenudo la fotografía en silencio. Los viajeros se carcajean. El volcán Parinacota, con sus 6.330 metros de altitud y su cima cubierta de nieve, ahora se ubica junto a la carretera y el terreno se ha vuelto rocoso. Un sombrero de nubes cubre a esta hermosa montaña y no la deja brillar como debería.
Ahora aparece el Lago Chungará, que en realidad es más hermoso que extenso. Estamos a 4.500 metros de la costa y en las orillas se confunden algunos patos con vicuñas que beben de las gélidas aguas. Algunos otros picos nevados también se yerguen en el lugar y entre ellos resalta el gran Sajama de Bolivia. La frontera está muy cerca. Descendemos de los buses y el viento nos castiga. El lago, proclamado como el no navegable más alto del mundo, aunque muestra algunas zonas congeladas, es hábitat de patos, blanquillos, taguas y cuervos de pantano.
Los expedicionarios caminan en la ribera. Se fotografían, se abrigan entre ellos y saltan entre los riachuelos. Mis manos se han congelado, literalmente. No siento mis dedos y la humedad de mi nariz se ha transformado en un trozo de hielo, o algo similar. Los jeans se han enfriado tanto que preferiría estar desnudo. Pero continúo y capto algunas fotografías.
Al otro lado del camino, ya de retorno, sólo hay cerros, tierra seca y roquedales deslizados cerca de la carretera. Un desvío nos lleva a un pueblo pintoresco que luce una iglesia de barro y techo de paja. Una historia habla de una mesa centenaria que cobra vida y camina hasta las casas, por eso la tienen amarrada a un tremendo madero. En caso de que la mesa ‘camine’ hasta alguna vivienda, alguien de esa familia moriría. Un temor justificado. Por ello tantos nudos en la cuerda que sujeta a la mesa maldita.El retorno a Putre es más corto de lo que esperaba. Un suculento almuerzo nos espera en un local cercano de la Plaza de Armas, así que guardo la libreta y el lapicero y enrumbo hacia el lugar donde, al fin, saciaré un hambre voraz. Chile se despide así de la expedición, con esta retahíla de imágenes imborrables y con el orden y la limpieza que caracteriza a esta pujante nación del sur.
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