jueves, agosto 16, 2007

Pueblo ubicado en frontera con Bolivia reúne todos los ‘demonios’ de nuestra Patria
Desaguadero, Perú chiquito
Expedicionarios de Ruta Inka 2007 vivieron el primer día de aventura y arribaron a Tiwanaku.

El pueblo más alejado del sureste peruano es una suma de conflictos que, si los juntamos, obtendríamos un solo resultado: Perú. La informalidad materializada en los vendedores ambulantes le da la bienvenida a los turistas que pretenden viajar a Bolivia o que ingresan a nuestro país provenientes del Altiplano. Las calles ‘adornadas’ con desperdicios es otro de los ‘demonios’ de Desaguadero, un pueblo que sobrevive del comercio legal pero sobre todo del contrabando.
Hoy desperté en Puno a las 8 de la mañana y el calor continuaba de mi lado. La ciudad lucía alborotada por una nueva protesta social y yo sólo quería desayunar en algún lugar donde no cobren en dólares o con tarjeta Visa. En un pasaje pintoresco, cercano de la Plaza de Armas, ingresé a un negocio pequeño y oscuro donde vendían tamalitos puneños a un sol con cincuenta céntimos. Vaya mi suerte que mientras saboreaba esto, apareció un buen amigo trujillano: Miguel Martínez. Estudiante de Ciencias de la Comunicación en la universidad de la cual egresé, no sólo me acompañó sino que me hizo ver parte de la realidad de Puno: la pobreza. “De hecho que éste es el departamento más pobre del país, camina cinco cuadras arriba de la Plaza de Armas y lo verás”, me dijo, con la autoridad de quien ya ha dormido tres noches en esta ciudad. Yo, que ya debía abordar un bus a Desaguadero, preferí esperar para cuando la expedición viniera a Puno para subir esas tremendas cinco cuadras.
La cobradora del bus a Desaguadero era una mujer ataviada de polleras y chompas, con una larga trenza que culminaba en un tejido de lana con flecos. En mi costado se sentó un hombre que me habló de contrabando, de las promesas incumplidas del gobierno, de la muerte del alcalde de Ilave, ya hace un par de años, y de la agricultura serrana, que depende de las lluvias. Juan se llamaba y su charla se confundía con un fondo maravilloso. El gran Lago Titicaca, que de acuerdo con la posición del sol cambiaba de colores. En algún lugar, a la distancia, se veía azul marino y brillante. En otros, se tornaba verduzco y en las partes que se ubican a sólo 20 metros de la carretera, el agua lucía cristalina. Un verdadero espectáculo natural que distrae al viajero durante el tiempo que demora arribar a la frontera.
Pero no todo es malo en Desaguadero. El ingenio del peruano se evidencia en unos vehículos fabricados sobre un triciclo de tres ruedas, pero que posee 18 velocidades y hasta dos asientos muy confortables para transportar, a cambio de un par de soles, a personas o mercadería. “Así es mi tierra”, es el nombre de un restaurante colocado con inteligencia cerca de la línea divisoria. De hecho, así es.
En este pueblo, donde también se evidencia la ‘astucia’ del peruano (una mujer quiso venderme tres mandarinas por dos soles… ¿acaso me vio cara de gringo?) hoy nos reunimos más de 40 expedicionarios de la Ruta Inka. Ellos llegaron en un bus que no pudo cruzar la frontera y, maleta en mano, tuvieron que cruzar a pie el puente internacional, bajo los letreros de ‘Gracias por su visita’, en el lado peruano, y ‘Bienvenido a Bolivia’.
Luego de los controles migratorios, judiciales y en Aduanas, por fin todos pisamos tierras bolivianas. Vaya sorpresa nos dimos cuando, en este lado del mundo, todo era igual o hasta peor que en Perú. El desorden de las combis, el transitar apresurado de los tricicleros, el griterío de los cobradores de los buses y los ambulantes tan parecidos a los nuestros por un momento me situaron en el pandemónium trujillano llamado La Hermelinda. Pero no, mi ciudad está muy lejos de esto.
Un total de 40 costarricenses, peruanos, estadounidenses, un venezolano, españoles, una periodista que vino desde el Principado de Luxemburgo, una argentina, una uruguaya, una puertorriqueña y muchos otros aventureros, unos más bullangueros e inquietos que otros por su edad, pero todos buena gente, viajamos en cuatro combis hasta la localidad boliviana de Tiwanaku, ubicada a 3.800 metros de altitud, a unos 40 minutos de la frontera y una hora más de adelanto que en Perú. Los rezagos de la fiesta del retorno del Sol, en la cual participó Evo Morales, nos dejaron una ciudad sucia y vacía, oscura y desolada. Sin embargo, la emoción no se resquebrajó en el grupo, a pesar de que la primera noche tuvimos que dormir hasta tres personas en una sola cama. La Ruta Inka ya ha comenzado y continuará con fuerza.
Los planes indican que mañana viernes conoceremos el complejo arqueológico de Tiwanaku y el balneario de Copacabana, ubicado a orillas del Titicaca. El primer día con esta gente fue agitado, pero no menos excitante. Espero que así continúe. Sólo de nosotros depende ello.

No hay comentarios.: