En localidad boliviana de Uyuni, cerca de frontera chilena, existe un peculiar camposanto
Un cementerio de hierro
Expedicionarios de Ruta Inka visitarán mañana el desierto de sal más extenso del mundo.
Cruces y lápidas no tienen lugar en este cementerio. Del mismo modo, las imágenes de santos y vírgenes. Lo que sí sobre en este camposanto son tuercas, chatarra, rieles y vagones corroídos por el tiempo que guardan la historia del éxito comercial que algún día vivió la ciudad de Uyuni, ubicada en Bolivia a más de 3.660 metros de altitud muy cerca de la frontera con Chile.
Lo llaman el ‘Cementerio de Trenes’ y se ubica a escasos 15 minutos de la Plaza de Armas. Lo que primero salta a la vista son los antiguos rieles del ferrocarril construido en 1899 para unir las ciudades de Uyuni y Antofagasta, entre las cuales se vivió un próspero intercambio de metales como la plata, extraída de las minas de Huanchaca (ojo, no es Huanchaco).
En el lugar ‘descansan’ los vagones oxidados de este ferrocarril que exportó las riquezas de Bolivia y sólo dejó obreros agotados, un pueblo empobrecido y numerosas familias ansiosas de un desarrollo que nunca se hizo realidad.
Es curioso cómo un montón de chatarra puede haberse convertido en un lugar turístico, visitado a diario por hombres y mujeres de todo el mundo. Y no es que este ‘cementerio’ sólo sea un montón de cachivaches, pues cuando uno camina en él y aborda los vagones o pisa los rieles, se transporta en forma imaginaria a tiempos de bonanza donde todo regía al ritmo del silbido del ferrocarril.
Hoy llegué a este punto sólo con el director de Ruta Inka, Rubén La Torre, y la expedicionaria peruana Mariluz Flores. Los demás integrantes de la aventura aún viajaban en bus desde Sajama hasta Uyuni, localidad donde nos viene alojando cordialmente el batallón del Ejército. “¿Qué hacemos mientras llegan?”, me preguntó Rubén. “Vamos a ver los trenes”, le dije. Y así fue.
Aunque el camino lucía ‘adornado’ con botellas plásticas y basura doméstica, las añejas maquinarias ferroviarias aparecieron de pronto y borraron la primera imagen. En el trayecto, además de pedazos de metal que algún día conformaron la estructura del primer tren boliviano y de los que lo siguieron, incluso se podía apreciar trozos de carbón mineral que se empleaba para dar movimiento a la máquina.
Este lugar turístico, donde años atrás funcionó una maestranza, además se convierte en un escaparate para los amantes de la historia ferroviaria de Sudamérica, pues aunque la más preciada de sus piezas es el viejo tren de 1899, también ‘descansan’ en el lugar los vestigios de las locomotoras que fueron llegando a Bolivia con el correr de los años hasta las actuales petroleras. Por ello, se puede encontrar algunos vagones o tanques de los años 50 ó 60, algo mejor conservados, pero igual de impresionantes.
Este cementerio no es sólo la muestra de lo que Uyuni algún día fue, sino que esconde el potencial de este pueblo minero que tuvo su génesis en una estación de tren y que con el tiempo se transformó en la ciudad que es ahora, con casonas de madera bien conservadas, plazas hermosas y una moderna terminal ferroviaria, desde donde parte a diario una máquina hacia la ciudad chilena de Calama, con más carga pesada que pasajeros.
Es tan estrecha la relación que existe entre Uyuni y sus trenes, que en una avenida principal se puede observar pedazos de vagones, de rieles y hasta una dama metálica de rasgos indígenas confeccionada sólo con trozos de locomotoras viejas; una escultura hermosa, digna de un pueblo que vive al amparo de sus rieles imbatibles.
Volviendo a los ‘cadáveres’ de las calderas, fierros, planchas, chimeneas, tornillos, tuercas y rieles oxidados, que esconden una historia reciente, contemporánea pero riquísima, el visitante puede imaginarse todo lo que condujeron éstas ahora esqueléticas maquinarias. Tal vez los estudiantes que retornaban al pueblo, los trabajadores de las minas, extenuados pero felices por volver al hogar, o algunos extranjeros de cabellos brillantes que arribaron al lugar para conquistarlo. ¿Quién sabe? Ya nadie recuerda aquella época de riquezas que, un mal día, desaparecieron. Así de simple.Aunque los expedicionarios de la Ruta Inka no lograron visitar en pleno este lugar, ya que los buses se retrazaron por la inclemencia del tiempo y por tres neumáticos reventados, quienes sí caminamos en este laberinto de hierro y carbón pudimos desentrañar parte de la magnifica historia boliviana que se esconde bajo el óxido de los años, las decisiones políticas desacertadas, los tratados infructíferos y las añoranzas de un pueblo que, como el nuestro, clama por el desarrollo.
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