jueves, agosto 16, 2007


Ruta Inka se clausuró con llantos, abrazos y esperanzas
El último paso aventurero
Expedicionarios retornaron a sus países con la ilusión viva del reencuentro.

Las últimas escenas captadas en la Ruta Inka 2007 se asemejaron más a una película dramática que a una expedición que recorrió Bolivia, Chile y Perú en busca de las huellas de Manco Cápac. Los aventureros no contuvieron el llanto en la ceremonia de clausura y se abrazaron tan fuerte como pudieron, prometiendo volver a encontrarse el día en que los vientos de la vida soplen con armonía hacia un punto central. Difícil, pero no imposible. Pero la Ruta Inka 2007 ‘Tras las huellas del legendario Manco Cápac’ fue más que imágenes tristes, y por ello no es justo terminar esta serie de historias con la nostalgia de quienes vivieron 41 días de aventura en pueblos que aún conservan la mística de sus fundadores y el coraje de sus ancestros. Los 41 días transcurrieron con tanta rapidez que el final de la aventura nos tomó por sorpresa una tarde folclórica en el Teatro Municipal del Cusco y nos oprimió el corazón por la separación venidera. Amigos y enamorados, cómplices y (el tiempo lo dirá) futuros esposos; sintieron por última vez su calor y se aferraron con abrazos y besos a un destino desconocido pero cargado de ilusiones. Cuando la expedición plantaba sus primeros pasos en Tiwanaku (Bolivia), eran escasos los participantes que confiaban en la organización y en realidad nadie imaginaba en aquel entonces que íbamos a llegar a Machu Picchu, ciudadela que aún competía por ser lo que es ahora. El 21 de junio de 2007 empezó a escribirse esta historia que hoy culmina con estas líneas nutridas con la satisfacción de haber dejado lo mejor en la cancha, a pesar de los obstáculos. Copacabana, en las orillas de un Titicaca que se enfureció y onduló sus aguas de espanto; y luego La Paz, con sus edificios cimentados en los cerros y sus contrastes económicos entre los de arriba y los de abajo, fueron los dos siguientes destinos que nos regalaron lo mejor de sí, con los brazos extendidos y las almas transparentes. El Salar de Uyuni no logró congelar nuestras palabras pese a sus –10 grados centígrados, y por el contrario nos regaló un crepúsculo de ensueño que se confundía con el fulgor del blanco mineral. La aventura nos hizo abordar una añeja locomotora y nos condujo a un mundo diferente llamado Chile, donde los fantasmas de la guerra y los monstruos de la separación entre los países vecinos se escondieron por completo pues lo único que encontramos fue una serie de pueblos y ciudades tan cálidos como el sol meridiano de San Pedro de Atacama o los amaneceres románticos frente al mar de Arica. En el ínterin, no pudieron faltar las imágenes de solidaridad entre los mismos viajeros. Cómo olvidar al estudiante chimbotano de enfermería Elkin Córdova, absolviendo las consultas médicas de ‘pacientes’ con fiebre, mal de altura, complicaciones estomacales o lesionados… Cómo olvidar los días en que nos estrechábamos las manos y nos alentábamos para continuar con la marcha… Cómo olvidar esta expedición que hoy mora en nuestros recuerdos y que se resiste a morir en el infortunio del tiempo. El ‘Pucha’ del Perú, el ‘Mae’ de Costa Rica, la divertida pero escasa sutileza argentina para lanzar una grosería y las exageradas ansias mexicanas por volver a degustar un taco y una tortilla con guacamole y abundante chile. El ‘Cachay’ de Chile, el ‘Vale’ español y las ‘burreras’ (como dicen los bolivianos) de quienes cometieron algún error, no fueron sólo muletillas o expresiones del habla colectivo de algún país, sino términos que se grabaron en cada uno de los participantes de esta ruta del amor, de la integración, de la hermandad y la defensa del medio ambiente. Cuando por fin pisamos tierra peruana, en la heroica Tacna una marinera trujillana devolvió a los hijos del sol el sentimiento patrio que usualmente yace resquebrajado por ideas sin sustento que sólo se pierden cuando se visitan los pueblos de la sierra, se come guiso de chuño o se baila con algún indígena. Cada uno de estos ‘detalles’ te hace ver que el Perú no tiene que esforzarse mucho para mostrar al mundo el basto bagaje cultural que posee. La paralización del sur nos mantuvo encerrados tres días en la terminal de Ilo, tiempo en el cual los expedicionarios nos compenetramos más que nunca y pudimos conocer un poco más de nuestras variadas culturas. En Moquegua la ruta resurgió con el zapateo del Ballet Municipal, las farolas y los ficus sensibleros de su plaza, y el calor de pueblos como Samegua que ofrecieron suculentos banquetes. Arequipa y su arquitectura inigualable, Chivay y el majestuoso vuelo del cóndor, Puno desentrañó el secreto de Los Uros y su vida basada en la totora, y finalmente Cusco se lució con su bandera maravillosa llamada Machu Picchu. La Ruta Inka 2007 quedará en los corazones de quienes la hicieron posible, de quienes la dominaron y de quienes intentamos transmitirla a los que, por designios de la vida, se quedaron con la maleta en la puerta del autobús. Hasta siempre amigos, hasta siempre Ruta Inka.

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