Ruta Inka llegó a ‘Ciudad Blanca’ y luego partió hacia el Valle del Colca
La incomparable Arequipa
Población de Chivay recibió a expedicionarios y todo quedó listo para ir en busca de los cóndores.
El calor de Moquegua quedó registrado en nuestras bitácoras y la expedición continuó hacia Arequipa, aprovechando la tregua que dieron los huelguistas al gobierno. Un desierto cargado de montañas áridas y precipicios intimidantes, en un mañana de bochornos constantes por un sol inclemente, fue el panorama que atravesamos para llegar a la ciudad del sillar, donde no sólo resalta la blancura de sus muros sino también el orden y la limpieza. Un buen ejemplo para los norteños.
La ‘Ciudad Blanca’ nos recibió un domingo apacible, con el Misti descongelado y sólo algunos negocios abiertos. El viaje desde Moquegua demoró algo más de cuatro horas y en Arequipa nos recogió una delegación del Colegio Militar, donde nos instalamos a la espera de nuevas órdenes. Todo dependía del bloqueo de carreteras por las protestas que se viven en el país, así que en grupos acudimos al centro de la ciudad, a revelar los encantos de la segunda ciudad más importante del Perú, un título que Trujillo se dejó arrebatar en los últimos años. La orden de continuar hacia el Colca o dormir allí la darían más tarde.
Arequipa de noche. Es domingo y el centro de la ciudad luce descongestionado y brillante bajo farolas ámbares. Las palomas de la Plaza de Armas se han escondido en sus nidos y el turututu de la pileta central juega con las aguas, bajo la sombra de inmensas palmeras. La imponente Catedral con dos torres brilla por la iluminación, así como los arcos de sillar que cobijan a negocios de artesanía y restaurantes acogedores.
Laura Monagas, expedicionaria costarricense, camina y observa las calles de Arequipa, bajo los arcos de la plaza. Se detiene frente de la Catedral y por fin revela su asombro: “es la ciudad más bella que he visto en toda mi vida”. El cusqueño de la ruta la escucha y al parecer no comparte esa opinión. “Es que todavía no conoces el Cusco”, arremete en defensa del ‘Ombligo del Mundo’. Laura lo mira con asombro y asiente con la cabeza.
Arequipa se ubica a 2.350 metros de altitud y posee un clima envidiable. Es una ciudad moderna, con tiendas, hoteles, restaurantes de comida internacional y numerosos negocios de artesanía characata. Casonas y edificios con inmensas columnas talladas en sillar se observan bajo la sombra de los tres volcanes que rodean a la ciudad: Misti, Chachani y Pichu Pichu. Pasos a desnivel así como un impresionante mall con salas de cine y restaurantes de lujo, al mismo estilo de la capital, son sólo dos de los motivos que relegan a Trujillo al tercer lugar. Arequipa, sin lugar a dudas, ha crecido más que nuestra ciudad.
Los expedicionarios de la Ruta Inka caminaron hasta el Mirador de Yanahuara, desde donde puede observarse el Misti y la ciudad en todo su esplendor. Fotos en los arcos, símbolos del Perú. Cuando ingresábamos por las calles de este romántico distrito, donde las palmeras, la iluminación, la limpieza y la tranquilidad guardan una armonía muy atractiva para el viajero, nos llegó la noticia de que íbamos a viajar hacia Chivay a la medianoche. Una mala noticia, pues Arequipa recién nos había mostrado sus primeros tesoros. No hay marcha atrás. Para otra será.
Chivay es un pueblo ubicado a 160 kilómetros de Arequipa, en el borde del Cañón del Colca y a 3.700 metros de altitud. El viaje hasta este lugar demoró más de seis horas y a mitad de camino, el bus recorrió un paraje ubicado a 4.800 metros, donde las ventanas se congelaron y los huesos reclamaron desde lo dentro. Quienes no pudimos dormir, recordamos el viaje de La Paz a Uyuni, en Bolivia, donde los vidrios también se cargaron con escarcha y nos dio la impresión de que estábamos metidos en una congeladora.
Chivay muestra un comercio muy desarrollado, tal vez por ser el nexo entre el Valle del Colca y Arequipa. Por ello, no es raro observar cajeros bancarios, tiendas de abarrotes, locutorios o cabinas de Internet por doquier. Su Plaza de Armas luce adornada por una iglesia de dos torres construida con bloques de piedra negra.
Los expedicionarios de la Ruta Inka fuimos recibidos por la municipalidad de este pueblo y luego alojados en un local de reuniones. Nuestros cuerpos nuevamente tendrán que reposar en colchonetas tendidas en el suelo. No queda otra, así es la aventura.Una actividad de recibimiento en la glorieta, con fuegos artificiales, danzas típicas y música, realizada al mediodía en Chivay, por un momento nos hizo olvidar el dolor de cuerpo del viaje y nos llenó de alegría y expectativas a quienes sólo tenemos los objetivos de conocer, disfrutar y fomentar la unión entre los pueblos.
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