miércoles, noviembre 04, 2009

La flor de papa (una historia real)

Recién bajado de los cerros andinos del Perú, un paisano fue contratado para custodiar durante las noches una casa ubicada en una apacible y residencial urbanización trujillana. Llanques de caucho cubrían sus pies encallados y un poncho de alpaca arropaba su humanidad. El barrio de San Andrés se ubica a sólo cinco minutos del centro histórico de Trujillo y, en 1973, más allá de sus dominios, se levantaban interminables sembríos de piñas y caña de azúcar. La hoy ciudad bulliciosa y endiablada era como un pueblito que, sin embargo, se preciaba de ser la segunda urbe más importante del país.

Nadie sabía su nombre. Un día lo vieron llegar con ojos de toro loco y mascando hojas de coca junto a su patrón.

–Tú cuidarás mi casa todas las noches. Le ordenó Luis Sánchez Pérez, el propietario del fundo.

–¿Y, en dónde voy a dormir?. Reclamó el paisano con un español que trastocaba la o por la u, sonando algo parecido a: “¿Y, en dúnde vuy a durmir?”

–¿Dormir? No te estoy contratando para dormir, serrano piojoso, ¡tú no vas a dormir pedazo de animal!

El paisano añoraba sus días de libertad en los campos andinos, donde tocaba la quena y corría a sus anchas. Sus padres le habían heredado tres hectáreas de tierra en Huacapongo, un pueblo ubicado muy cerca de las estrellas. Sin embargo, una reforma agraria impulsada por un cojo militar que tomó el poder y la Casa de Pizarro a balazos, lo había confundido en la lista de los terratenientes costeños y, finalmente, lo dejó en la calle.

–¡La flor de papa, la flor de papaaaaaaa! El paisano, aficionado al canto, se había sentado en el jardín exterior de la casa y, aburrido, decidió interpretar su tema preferido.

–¡La flor de papa, la flor de papaaaaaaa! Repitió.

En frente, una pareja de recién casados intentaba dormir. Yssa y Olga, un árabe y una trujillana, aún no asimilaban su matrimonio y ni siquiera se ponían de acuerdo en los límites de su cama.

–¡Roncas como loco! Increpó Olga y luego se cubrió la cabeza con la almohada.

Yssa, cuyo sueño era tan profundo que ni siquiera el terremoto de 1970 lo sacó de la cama, no escuchó los reclamos de su mujer y siguió ofreciendo un concierto grave y prolongado con su garganta.

¡La flor de papa, la flor de papaaaaaaa!

¿Qué?

Olga, cansada de no poder dormir, no podía creerlo.

–¡La flor de papa, la flor de papaaaaaaa!

Maldita sea, ¡¿quién es ése desgraciado que está cantando?!

–¡Yssa! ¡Despierta, Yssa! Gritó, desesperada, Olga.

–¿Qué pasa, mujer?, dijo entresueños, casi casi, roncando.

–Hay un hombre que está cantando en la calle y no me deja dormir. ¡¡¡Me está jodiendo!!!

–No seas loca, seguro era alguien que pasaba por allí.

Yssa no terminaba de pronunciar la respuesta cuando nuevamente:

–¡La flor de papa, la flor de papaaaaaaa!

–¡Carajo! Se lamentó Yssa y salió de las sábanas.

–¡Dile que se quede callado! Ordenó Olga.

Yssa vio a través de la ventana que la voz salía de entre unos arbustos enanos, donde descansaba un hombrecillo que más parecía una sombra. Era, tal vez, un alma.

–¡La flor de papa, la flor de papaaaaaaa! Se volvió a escuchar.

–¡Yssa!, reclamó Olga desde la habitación.

–¡La flor de papa, la flor de...

El paisano no pudo terminar su canto.

–Oye serrano de mierda, ¡cállate la boca que no nos dejas dormir! ¡Carajo!

Yssa había salido en calzoncillos a la puerta de casa y desde allí había descubierto que el cantante de marras era el guardián de la casa de enfrente. Precisamente se habían saludado por la tarde, y el paisano preguntón averiguó que Yssa era abogado.

El silencio reinó algunos minutos y el recién casado volvió a su lecho, junto a su amada que sonreía sin mover los labios y agradecía sin pronunciar palabra alguna. Estaba enojada, pero satisfecha por la reacción de su marido.

Sin embargo, al frente, el paisano no se había quedado contento. ¿Qué se habrá creído este abogado conchesumadre que me grita como si fuera su hijo?, pensó con furia y escupió un bolo gastado de hojas de coca mezcladas con cal. ¡Ta huevón!, dijo, y cobró valor.

–¡La flor de papa, la flor de papaaaaaaa! Cantó más agudo y más rápido.

–¡La flor de papa, la flor de papaaaaaaa! Más rápido.

–¡La flor de papa, la flor de papaaaaaaa! Mucho más rápido.

Los nuevos alaridos del paisano sin nombre retumbaron como proyectiles que se incrustaban en el cerebro de Olga. Y también en el de Yssa, que aún no volvía a desconectarse.

–Puta madre, este pendejo sigue con su flor de papa. ¡Ya se cagó!, amenazó Yssa y se dirigió al ropero, de donde desempolvó un revólver de fogueo Colt calibre 38. Un arma inofensiva, pero bastante bulliciosa.

–Oye serrano jijunagramputa, si sigues cantando te voy a matar ¡carajo!, gritó Yssa y levantó la mano empuñando el arma que, en realidad, no servía ni para matar una mosca.

Silencio en la noche. El serrano está en calma. Yssa abrazó a Olga y le dio un beso en la frente, pensando que su estrategia intimidante había sido efectiva y que el cantante de la noche desistiría de continuar con su tonada infernal. Pero se equivocó.

No habían transcurrido ni cinco minutos y la flor de papa volvió a reverberar como el cántico de mal agüero de una lechuza, que anuncia la presencia de la muerte.

–Se cagó.

Yssa había agotado su paciencia. Como en cámara lenta se destapó, empuñó el revólver que había dejado en la mesa de noche y casi como flotando llegó hasta la puerta de casa. Salió a la calle y sin pensarlo disparó. ¡Muere, mierda! ¡Pendejo! ¡Hoy te mato gramputa! ¡¡¡Pum, pam, plin!!!

Olga, desde la cama, vio un resplandor parpadeante por una rendija de la puerta. Y sonrió.

–¡Hoy te mato huevón! ¿Qué flor de papa ni flor de papa? ¡Vete a tu pueblo a cantar y deja de joder acá! Yssa debía demostrar su valentía ante su mujer. Cuando el tambor del arma había quedado vacío regresó triunfante a su lecho de amor. Olga le dio un beso para tranquilizarlo. Lo abrazó. Sólo le faltaba aplaudir.

–A ver si vuelve a cantar, pues, ese pendejo. Que se meta las flores de papa al culo, dijo Yssa, muy macho, con la autoridad que le daba el haber estudiado derecho y ciencias políticas durante seis años en la gloriosa Universidad de Bolívar.

El serrano estaba pálido, parecía un alma. Su terquedad casi lo manda a vivir con las serpientes bajo la tierra. Entonces, comprendió que ni San Andrés, ni Trujillo ni la costa eran su lugar. Allí, no era bienvenido. Él quería cantar, él quería correr, él quería sentirse libre sin que nadie le quisiera apagar la voz a punta de balazos.

Entonces, levantó sus trapos y se echó a andar, no sin antes proferir la última frase que se le escucharía por esos lares:

–Abogado ladrón, abogado asesino. ¡La flor de papa!

Y huyó.

sábado, setiembre 05, 2009

UNA PENA. La pésima costumbre de echar la basura al río es muy notoria en Iquitos

La cara fea 

del Amazonas

La Amazonia aspira a convertirse en una maravilla mundial. Antes de ello, habría que preocuparse mucho más en su conservación.

 

IQUITOS. Por desgracia, lo que usted ahora lee no es un típico reporte turístico que lo invita a viajar y disfrutar de los placeres de la selva. Lo que usted ahora lee se basa en una realidad preocupante –escrita con tristeza– que se enfoca en la destrucción del río Amazonas, ese mismo que aspira a convertirse en una maravilla natural.


Realmente es penoso redactar estas líneas porque Iquitos es una ciudad que te enamora con sus atardeceres románticos y sus noches de ensueño bajo el claro de la Luna, con la calidez de su gente y sus casas traídas como por arte de magia desde Europa, que esconden entre sus maderos la época gloriosa del caucho.

Sin embargo, más allá de las mariposas multicolores, de la paradisíaca laguna de Quistococha, de beber una refrescante agua de coco en la misma fruta, de su iglesia neogótica y su comida de dioses, Iquitos y la Amazonia en general sufren una agonía que el turista de ojo ligero no percibe, a diferencia de quienes intentan observar ‘más allá de lo evidente’.

Bastaron cinco días en Iquitos y algunos otros poblados loretanos para confirmar que la gran mayoría de pobladores locales apela a un ‘maldicho’: ‘echa todo al río, que el río se lleva todo’. En efecto, si en la costa la gente echa la basura y todos sus desechos en el mar y en los laterales de las carreteras (terrible y condenable costumbre propia de un país ineficaz en el tratamiento de sus residuos), en la selva el botadero es el río, y en Iquitos, el Amazonas.

La muestra más clara de que el hombre está acabando con la Amazonia se observa en las riberas del río, sobre todo en los embarcaderos. ‘Puerto Productores’ es uno de los atracaderos iquiteños donde se aborda embarcaciones de todo tamaño y fin: desde buques internacionales hasta peque-peques. Allí, debajo del muelle, la desidia y la poca educación han acumulado toneladas de basura, desde botellas y bolsas plásticas, hasta pequeños papeles que terminan flotando en las aguas del río.

Esto se observa en cada uno de los atracaderos del Amazonas y de los ríos cercanos como el Nanay o el Napo, dando una dramática, crítica y pestilente bienvenida (¿o malvenida?) a los viajeros.

La basura ‘navega’ en el río a lo largo de todas las poblaciones y seguirá navegando durante décadas, si no se mejoran los hábitos. Basta con decir que una botella plástica, así como sus similares no-biodegradables, demoran en descomponerse nada más y nada menos que 100 años.

Pero es tal vez en el barrio de Belén, el más pobre de Iquitos, donde la contaminación se observa en su máxima expresión. Allí, donde las casas de madera flotan junto a la basura, los pobladores tienen instaladas unas pequeñas covachas a manera de silos, que desaguan en el río.

Durante un recorrido en bote, pude observar que en una casa de este barrio mal llamado ‘Venecia Amazónica’, una joven salía del baño. El bote avanzaba y, muy cerca, una mujer recogía agua con el vaso de una licuadora. Finalmente, más adelante, dos chicas se bañaban en el río. ¿Resultado? Máxima contaminación.

Este problema, que se acrecienta en Belén con el maloliente mercado donde las aves de rapiña hurgan entre la basura y los pies de los compradores, deja en los viajeros un recuerdo patético. Todas esas imágenes se superponen como una retahíla de flashes y graban en la mente la imagen de un país inculto que no se preocupa por su selva ni por su gente.

Un informe desarrollado por la Federación de Partidos Verdes de las Américas, luego de visitar Iquitos, reveló la crítica situación por la cual atraviesa el Amazonas, no sólo por el descenso de sus aguas, sino –sobre todo– porque buena parte de los desagües de Iquitos desembocan en el río, por la deforestación descontrolada, y por la contaminación del petróleo de las embarcaciones que mata a los peces.

A esto se suma la carencia de agua potable y alcantarillado en buena parte de los poblados loretanos, así como las enfermedades y la pobreza crítica en la zona.

Todo esto es una realidad y no pretende desdibujar la imagen exótica de nuestra selva loretana. En efecto, viajar a Iquitos nos permite encontrar un mundo increíble. Sin embargo, la contaminación es un hecho y tiene que denunciarse.

Por ahora, la gente y el gobierno andan muy preocupados por el concurso de las Siete Maravillas Naturales del Mundo, en la cual participa el Amazonas. Sin duda alguna, el Perú se encuentra ante una buena oportunidad para salvar al más caudaloso, extenso y contaminado río del mundo.







lunes, agosto 31, 2009

CRÓNICA. Una historia que se rescata del olvido, a propósito de cumplirse 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial

José Barouh, el trujillano

que murió en el Holocausto

Periodista Hugo Coya Honores identifica a 22 peruanos que fueron víctimas del nazismo en Europa.

Catorce años antes de morir junto a su familia, el griego nacionalizado peruano Samuel Barouh caminaba por las calles céntricas de Trujillo. Corría el año de 1930 y esta ciudad norteña, que recién había celebrado su cuarto centenario de fundación, aún no se recuperaba por completo de las lluvias incesantes que rajaron los cielos y agrietaron la tierra los días 7, 8 y 9 de marzo de 1925. Fue un aluvión infernal que no sólo destruyó las iglesias, colapsó los servicios de sanidad, paralizó los ferrocarriles, congestionó los teléfonos y frenó los automóviles, sino que también revivió el fantasma de las avalanchas de las quebradas El León y San Carlos.

Samuel iba preocupado, pero feliz. Su esposa, la turca Rebeca Avayü, había alumbrado a un bebé a quien llamarían José. Era el tercero de sus hijos, pero el primer varón. Ambos salieron de su vivienda, ubicada en el jirón Gamarra, y caminaron hacia el Concejo de Trujillo, precisamente para registrar a su hijo. Cruzaron la Plaza de Armas, que lucía un flamante Monumento a La Libertad, inaugurado el 28 de julio de 1929 con motivo de los 108 años de la independencia nacional, e ingresaron a las oficinas ediles. Eran las 9 de la mañana del 5 de junio de 1930.

En el Trujillo de aquel entonces, las diferencias políticas se materializaban en pasquines de todo calibre. Por otro lado, el antichilenismo flotaba en la atmósfera mucho más fuerte desde el retorno de Tacna a Perú, mientras que el boom azucarero que vivía la ciudad sorteó con cierto éxito el aciago 24 de octubre de 1929, día que pasó a la historia como el ‘Jueves Negro’ por la caída de la Bolsa de Valores de Nueva York. En las afueras del centro iban levantándose chalets y urbanizaciones residenciales, donde vivían los grandes terratenientes y algunos extranjeros, entre italianos, españoles o alemanes, que decidieron asentarse en estas tierras primaverales.

Fue precisamente el azúcar y el buen momento económico lo que atrajo a Samuel Barouh a Trujillo. Él vendía telas importadas en la ciudad y en los ingenios de Laredo, Casa Grande, Chiclín y Cartavio. Lo llamaban ‘El Turco’, como a muchos otros especialistas en vender de manera ambulatoria lo que se proponían antes de emprender un nuevo viaje hacia alguna tierra desconocida.

Se presume que Samuel y Rebeca abandonaron Trujillo porque sospechaban que iba a desatarse un conflicto armado. De haber sido así, no se equivocaron, ya que el 7 de julio de 1932 una facción aprista tomó el cuartel O´donovan y dominó la ciudad durante cuatro días. Decenas de muertes en la cárcel central, bombas que caían de los aires y disparos del régimen militar sanchezcerrista para retomar el control tiñeron con sangre el destino político y social de los trujillanos de esa época y de las siguientes décadas. Fue el “Año de la barbarie”.

Previendo esto, pero sobre todo porque el gobierno peruano prohibió el comercio ambulatorio en salvaguarda de los negocios ‘formales’, los Barouh Avayü viajaron a Lima con sus tres hijos y después partieron a Francia, donde vivían algunos familiares. Sin embargo, lo que no lograron predecir antes de enrumbarse hacia Europa, fueron los planes perturbados de un tal Adolf Hitler, líder alemán que años más tarde emprendió una cacería humana y se propuso exterminar a los judíos o a cualquiera en cuyas venas no corriera la sangre aria.

******

Rebeca Avayü nació en 1897 en Esmirna, actualmente el segundo puerto más importante de Turquía, después de Estambul. No se conocen datos sobre su niñez, pero sí se sabe que muy joven, tal vez a los 23 años, se casó con el griego Samuel Barouh en la ciudad natal de éste: Salónica, la segunda más desarrollada del país mediterráneo en nuestros días. De esa manera, conformaron la familia Barouh Avayü, dos apellidos judíos que más tarde serían su condena.

Samuel le llevaba siete años de edad y se dedicaba al comercio; ella, era experta en las artes del hogar. En aquel entonces, la realidad económica, política y social europea hacía voltear la mirada hacia Sudamérica, y especialmente hacia el Perú, un lugar aún por descubrir y con evidentes oportunidades para volverse rico.

Luego de cruzar los mares Egeo, Mediterráneo, Atlántico y Pacífico, llegaron a Lima, una ciudad en crecimiento que conservaba la arquitectura colonial en un centro histórico hermoso, con haciendas en las afueras, y plagada de inmigrantes europeos y de mujeres que ya no cubrían su rostro pero sí integraban una sociedad cerrada y racista donde la gente valía por el peso de su fortuna.

De acuerdo con el itinerario de su viaje, partieron en 1920 en un barco de la Grace Line de Salónica hacia Pireo (Atenas), Nueva York, Balboa (Panamá), Talara y Salaverry en Perú y, finalmente –tras un periplo de cuatro meses– atracaron en El Callao, donde Samuel emprendió la venta casa por casa de finas telas importadas de Beziers (Francia), que la aristocracia capitalina compraba como pan caliente para la confección de las más elegantes prendas de aquella época.

El 14 de julio de 1925, luego de soportar un embarazo agobiante por el calor demoníaco y las lluvias torrenciales que ocasionó el Fenómeno El Niño, nació Victoria Barouh Avayü, la primera hija que los obligó a asentarse algunos años en Lima, exactamente en la calle Arica 540 del actual distrito de Breña. Le siguió Mathilde, quien vio la luz del mundo el 27 de enero de 1927, también en la capital peruana.

En 1930, atraídos por el olor de la melaza y el dulce sabor del dinero que producían las azucareras trujillanas, los Barouh Avayü llegaron a Trujillo. Rebeca quedó embarazada en 1929, un año crítico para la economía mundial, así que se vieron obligados a buscar nuevas alternativas financieras.

El martes 3 de junio de 1930, cuando Samuel ya era conocido por los trujillanos como ‘El Turco’ que vendía telas, y cuando ya había cumplido 40 años, nació su tercer hijo: José Barouh Avayü. Era el primer varón y también el más esperado, el niño que cuando fuera hombre heredaría las artes del comercio. Era una ‘bendición’ de Dios, citando la traducción al español de su apellido.

Samuel estaba feliz. Dos días después, el jueves 5, padre y madre se dirigieron hacia la oficina de los registros civiles del concejo. Los acompañaba el italiano Rafael Baruchi y Hockin, un importante hombre de negocios de 38 años y fundador de la Sociedad Baruchi y Farhi, hoy extinta.

En el concejo los atendió el oficial registrador Max José Renils, quien inscribió a José con partida de nacimiento número 439 y como “hijo legítimo del declarante”.

Sin embargo, las cartas del destino les depararon una nueva aventura. Tras dos años de permanencia en Trujillo, y poco antes de la revolución aprista que hizo desbordar ríos de sangre y llover bombas sobre la Plaza de Armas, los Barouh Avayü ya habían abandonado el Perú.

******

Maurice Barouh Avayü, el cuarto hijo, nació en Beziers, Francia, el 3 de marzo de 1932. Se presume que Samuel y Rebeca escogieron el país galo porque allí tenían familiares. No obstante, y definitivamente, viajar a Europa fue la peor decisión que tomaron en su vida. Ese mismo año, en Alemania, Adolf Hitler ya postulaba a la presidencia, objetivo que persiguió desde 1925 y que logró el 30 de enero de 1933 al ser nombrado canciller, luego de un camino cargado de triquiñuelas, incendios y muertes.

El año 1939 comenzó sombrío con la muerte del papa Pío XI, el 10 de febrero, quien fue sucedido el 2 de marzo por Pío XII. Pero el episodio más aciago ocurrió el 1 de septiembre cuando las tropas alemanas invadieron Polonia y dos días después estalló la Segunda Guerra Mundial. La Industria tituló el día 3: ‘Inglaterra, Francia y Polonia están de nuevo en guerra contra Alemania’. En esa misma edición, el editorial advertía: ‘La guerra otra vez’.

La familia Barouh Avayü continuaba viviendo, o sobreviviendo, en el pueblo de Beziers, y precisamente en esta pequeña localidad ubicada en el departamento francés de Hérault (de conocidos antecedentes griegos), fue capturada por las tropas nazis, en 1944. Los seis fueron llevados al campo de tránsito parisino de Drancy y allí, fichados como prisioneros al ser descendientes judíos. José, el trujillano, a quien registraron como Joseph Barouh Avayü, fue internado con el número 22548.

Cuando fueron atrapados, Samuel tenía 54 años y Rebeca 47. Victoria 18, Mathilde 17, José era sólo un adolescente de 14 años y el pequeño Maurice un niño de 12. El 30 de mayo de 1944, cuando sólo faltaban 16 meses para que termine la guerra, los seis fueron obligados a abordar el convoy número 75 que los condujo al infierno, a la muerte del Holocausto, de la Shoá: al campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, donde todos fueron asesinados.

******

El trujillano José Barouh Avayü y sus familiares no fueron los únicos peruanos que murieron en el Holocausto. El periodista Hugo Coya Honores, luego de desarrollar una acuciosa investigación en un período de cuatro años, y habiendo viajado a París, Jerusalén, Estambul y Washington, entre otras ciudades, reconstruyó la vida de 22 peruanos que figuran en el ranking de las desdichadas víctimas del nazismo.

Coya Honores recuerda el día que visitó el campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, en octubre del 2004, y descubrió –de casualidad­– que nuestro país había perdido a 22 de sus hijos en cámaras de gas, a balazos, apaleados o asfixiados en los infernales trenes alemanes.

“Hasta ese momento, mi percepción de ese terrible episodio era que nuestro país había sido un mero actor secundario en esa oprobiosa carnicería y que las víctimas eran apenas europeas, estadounidenses o japonesas”, relata el reconocido periodista limeño que publicará el próximo año su libro Paradero Final, bajo el sello de Santillana, en el cual contará la historia de los peruanos caídos (entre ellos la de la familia Barouch Avayü).

Tras su viaje a Auschwitz y ya en Lima, Coya Honores, como buen sabueso del periodismo, inició un trabajo que en su génesis y durante su desarrollo lidió contra la completa desinformación. “A mi regreso a Lima intenté descifrar por curiosidad periodística el misterio, saber quiénes eran estas personas y por qué habían muerto en lugares tan lejanos, pero sólo encontré vagas referencias en textos de la época y una entrevista en la revista Caretas a León Trahtemberg”, señala en la presentación de su futuro libro.

Entrevistas en todo el mundo a familiares de los caídos, una obsesionada navegación a través de Google, muchos mensajes mediante Facebook o Twitter, y viajes y lecturas innumerables le permitieron identificar a los 22 peruanos hasta con fotografías históricas que hasta ese momento “eran patrimonio exclusivo de sus familias, amigos y aquellas personas que los conocieron”.

“Sin embargo, como si se tratase del monje franciscano de la novela de Thornton Wilder El Puente de San Luis Rey, me propuse descubrir quiénes y por qué estos peruanos convergieron en su inmensa mayoría en ese puente que resultó ser el campo de reclusión de Drancy, en las afueras de París, entre 1943 y 1944, para partir en los trenes rumbo a la muerte”, agrega.

Así, tras revisar la lista de los deportados de Francia entre 1942 y 1944 que publicaron los esposos franceses Beate y Serge Klarsfeld, y con el apoyo de un rabino turco y de numerosas personas e instituciones en Francia, Israel, Polonia, Turquía, Grecia, Alemania, Estados Unidos, Brasil y el Perú, Coya Honores rescató del anonimato y homenajeó póstumamente a estos 22 peruanos (21 de ascendencia o religión judía y una católica), que perecieron por el odio del hombre contra el hombre.

Entre las historias que logró estructurar Coya resalta la de la católica Magdalena Truel, quien se convirtió en una heroína de la resistencia francesa y que pereció poco antes de culminar la guerra. Del mismo modo, la de los hermanos Assa, quienes participaron activamente en el levantamiento del campo de concentración de Sobibor y, aunque murieron en el intento, contribuyeron con la fuga de 300 personas.

“No creo que el final de estas 22 personas haya sido un designio de Dios o que fueran víctimas de la casualidad o del destino. Su muerte, como las de millones de otras personas en el Holocausto, fue producto de la maldad humana y de un sistema político que permitió el ascenso de un régimen dictatorial, totalitario, racista, xenófobo y homofóbico que tuvo muchas complicidades y todavía tiene solapados adeptos entre nosotros mismos”, añade.

Finalmente, Coya Honores lanza una advertencia que demuestra la locura y la crueldad del hombre de nuestros días: “El nazismo no ha muerto, permanece soterrado aquí en nuestro país y otros lugares del mundo. Está escondido en la mente de los intransigentes, de los extremistas, de los demagogos, de los autoritarios, de aquellos que no aceptan a los diferentes, de aquellos que rechazan a quienes no profesan su mismo credo, a quienes no piensan igual a ellos”.

MÁS INFO

- El libro Paradero Final saldrá a la venta el próximo año y, según Coya Honores (recordado director del diario La Industria de Trujillo), también será presentado a inicios de año en nuestra ciudad.

- Este martes 1 de septiembre se cumplirán 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial.

- Datos oficiales registran la muerte de por lo menos 62 millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial, entre civiles y militares.

- Se estima que durante el genocidio alemán llamado Holocausto se acabó con la vida de 12 millones de personas, la mitad de religión judía.

TENGA EN CUENTA

Respecto a la investigación.

“Siempre creí que era una persona con poca suerte, que nunca recibió algo de manera fácil o simple, a quien nadie le regaló nada, que enfrentó momentos muy duros y por eso, depararme de un momento a otro con este grupo de 22 desconocidos cambió radicalmente mi manera de ver e interpretar el mundo. Se trata de personas que me hicieron descubrir cuán pequeñas y menudas, cuán egoístas, cuán limitadas pueden ser nuestras vidas frente a estos hombres y mujeres que conocieron lo peor que puede albergar un ser humano y que aún así lucharon y mantuvieron su dignidad hasta el último instante”.

Hugo Coya Honores,

Periodista peruano.

lunes, julio 27, 2009

El misterioso bosque Cachil

A sólo cuatro horas de Trujillo, en la provincia de Gran Chimú, la naturaleza nos ofrece un apacible y sorprendente atractivo. Llegar es duro, pero vale la pena.

CASCAS, GRAN CHIMÚ. Las hojas secas crujen y se rompen con cada paso, mientras que los robles añejos lucen aprisionados entre hierbas y moho. Las lianas y las raíces nos observan desconfiadas durante nuestro internamiento en el bosque y dan movimientos sutiles ayudadas por el viento. Un puentecito con no más de diez tablones desiguales y sin baranda nos acaba de introducir en un lugar donde la humedad del terreno y la tenue iluminación que se cuela entre las ramas –sumadas al canto profundo de las aves y al chirrido enloquecido de los insectos– te permiten expulsar a los demonios de la ciudad y cargarte de una paz, ¿por qué no?, divina.

El bosque Cachil se ubica a una hora y media de Cascas, entre los 2.400 y los 2.600 metros sobre el nivel del mar, en la provincia andina de Gran Chimú. Situado entre montañas y favorecido por un clima tropical, es un trocito de selva amazónica perdido entre los Andes. La flora tupida, que incluye orquídeas, y la fauna diversa, son las muestras más claras de ello.



******

El ómnibus que nos lleva de Cascas hacia el desvío del bosque Cachil literalmente baila y se bambolea al ritmo de una tecnocumbia. Su destino final será la ciudad de Contumazá, en la región Cajamarca, pero nosotros descenderemos una hora antes, cerca del camino que lleva al caserío de Chapolán. Enormes eucaliptos se pierden entre el verdor tupido que circunda el camino de tierra, la vid prevalece y algunos riachuelos brillan con el sol dominical. El conductor toca el claxon antes de ingresar a las curvas y por momentos el vehículo parece ser un ferrocarril de los años 50.

Los olores son los propios de la sierra profunda y los demás viajeros, blancos como los cajamarquinos, sonríen. Todos se conocen. El cielo es como un mantel de azul perfecto con pinceladas de blanco. Un Caballo viejo dice que el pasito está apurao y sigue una cumbia: mira que parecen dos luceros, esos tus ojitos hechiceros. Alba, mi novia, dice que los alrededores tienen el mismo verdor de Asturias, en España, el país del cual proviene. Yo me pierdo en el resplandor de su mirada serena y cuando quiero volver a escribir en mi libreta, el traqueteo del bus me lo impide. “¿Bajan en Cachil?”, pregunta el ayudante del chofer.

++++++

El bosque Cachil tiene 100 hectáreas y se encuentra ubicado dentro de un inmenso fundo de la familia Corcuera, la del ilustre poeta Marco Antonio. El bus arranca y levanta una polvareda y ahora somos tres los que caminamos hacia la entrada del bosque.

‘El Carretero’, le llaman. Es un joven de rasgos andinos que vive en Chapolán y carga un costal con algo que parece ser pan. Dice tener una bodeguita y que en su pueblo todos son familia y buena gente. “Sigan el camino y cuando lleguen a la tranca llamen a Sixto, él anda por allí”, nos recomienda y luego desciende por una ladera hacia Chapolán, que se ve en la profundidad de la montaña.

En Cascas, el poblador Humberto Guarniz, a quien contactamos gracias a la recomendación de nuestro amigo casquino residente en Trujillo Armando Plascencia León, nos dijo cómo llegar al bosque y nos sugirió llamar a gritos desde el camino a Sixto, su peón (Guarniz es propietario de un fundo colindante). Seguimos dando pasos y algunas flores amarillas y violetas, las últimas sobrevivientes del verano, nos acogen entre la maraña del verdor y el cantar de las avecillas. ¡Sixto!, ¡Sixto!, grita Alba y el sonido reverbera entre las montañas. A la distancia se observa el cerro ‘Las Anuas’, en cuyas faldas está el bosque. Cuatro panales de abejas cubiertos con cajas de madera y una colina desde donde se observa una imagen panorámica del lugar nos acompañan en nuestra espera. De pronto, se oye una respuesta ininteligible del que, suponemos, es Sixto.

Como la espera desespera y Sixto no llega, seguimos caminando y cruzamos la tranca. Mensaje para los senderistas: “Por fabor respeten el bosque, no arrojar vasura, grasias” [sic]. Descendemos y ascendemos. Vamos sin rumbo hasta donde el camino se divide en dos. El río suena a la derecha pero optamos por la izquierda. Maleza, árboles flacos, piedras, insectos y una pequeña cueva. Llegamos a un punto donde comprendemos que estamos perdidos y regresamos hasta la división del camino. Cansados por la incertidumbre, nos tumbamos en el pasto para comer pescado enlatado y algunas galletas de soda.

De pronto, la voz de Sixto suena cercana como un salvavidas y le respondemos. Es un lugareño de sombrero blanco, polo azul y rostro de experto en la cosmovisión andina. Le damos una bolsa con hojas de coca, algunos caramelos de limón y galletas de soda. “¿Quieren ir hasta la catarata?”, pregunta con desconfianza pero amabilidad. Accedemos.

//////////

En el bosque Cachil, ubicado en las laderas del río Cachil, existen viejos olivos y macizos robles y naranjos. Algunos viajeros llegan y acampan; hacen fogatas y tocan guitarras, pero hoy estamos solos. “¡¿No les da miedo el bosque?!”, pregunta Sixto para romper el hielo.

–¿Miedo a qué?, le increpo.

–A los leones, bromea.

Seguimos cuesta arriba.

El embrujo se manifiesta entre las sombras y el movimiento sutil de las hojas. Las ramas apretadas de los árboles evitan el ingreso de los rayos solares y la humedad se combina con el misterio y la oscuridad. La alforja roja que carga Sixto en su hombro derecho tiene un hueco por donde se quiere escapar una linterna plateada y algunas de sus codiciadas hojas de coca. Él camina rápido y nosotros lo seguimos con el corazón en la garganta. Claro, venimos de la ciudad.

Alba sufre un mareo y su corazón quiere escapársele del pecho. Nos detenemos. Sixto voltea y nos mira con burla. El agua corre por nuestros zapatos que ya están empapados, pero tenemos que llegar a la dichosa catarata. Sorteando árboles, una valla de púas metálicas y apartando ramas, llegamos a nuestro destino. El sonido del agua calma nuestra agitación. Es sólo una pequeña y oscura cascada que logra refrescar nuestras almas. Más troncos y más piedras. Comemos unas limas y Sixto tose como un perro. Saca una bolsa plástica negra y arranca hojas. “Acá la medicina está botada”, dice con ironía.

El eucalipto, chancapiedra, maraitulma, matico, pie de perro, hierba del oso y chanacós, con todas sus propiedades curativas, van llenando la bolsa durante el retorno. Sixto demuestra una sabiduría ancestral al momento de escoger las hojas buenas de las inservibles. Es un tipo frío e introvertido que en su hablar evidencia que ha vivido mucho tiempo solo.

Apresurados llegamos a la misma curva donde nos recogerá el bus que vuelve de Contumazá, con la satisfacción de haber logrado nuestro objetivo. Con el sol quemando en mi espalda y mi sombra reflejada en la libreta, algunos moscos zumbando entre mis orejas y una tranquilidad que por momentos parece abstraerme de este Perú bullanguero, por fin puedo descansar a un costado de la carretera.

Sixto vuelve a toser y un perro le responde desde lejos. Ambos están resfriados. Esta noche, por el frío que ahora azota a la sierra, nuestro guía dormirá en Cascas. El bus serpentea entre las montañas. El río suena como el mar. El bosque quedó atrás.






lunes, junio 01, 2009


Complejo Arqueológico ubicado en la provincia de Sánchez Carrión requiere de urgente restauración

No te caigas, Markawamachuko

HUAMACHUCO. Si el complejo arqueológico de Markawamachuko fuera una maravilla, como lo asegura la mayoría de huamachuquinos, el chofer Emilio Pinillos García no tendría que detener su automóvil Station Wagon para quitar dos tremendas rocas de la desastrosa trocha que conduce al monumento.

Si Markawamachuko fuera una maravilla, sus muros no estarían apuntalados como en las viejas casonas del jirón Bolívar de Trujillo. Tampoco el único guardián del lugar, Juan Anticona Cerna, quien sólo se acompaña de un perro chusco llamado ‘Chino’, aseguraría que debe “correr” por las noches a personas que entran al complejo para destruirlo (uno de éstos es un viejo pastor que acaba de soltar a cuatro toros y cinco becerros para que se alimenten de la maleza que cubre al monumento).

Si Markawamachuko fuera una maravilla, no lo visitarían nada más que 20 personas al día, no parecería una cantera ni habría sido uno de los motivos por los cuales los ronderos de Huamachuco se levantaron contra las autoridades liberteñas, semanas atrás.

El problema, valgan verdades, es que Markawamachuko sí es una maravilla. Una deslucida y olvidada, pero impresionante maravilla.

 

********

 

Huamachuco ya no es un pueblito de la sierra, con menú de tres soles y hotel de diez. Esta ciudad, capital de la provincia de Sánchez Carrión y situada a 3 mil 169 metros sobre el nivel del mar, ahora cuenta con siete empresas de transportes que ofrecen buses-cama con terramozas a bordo y café de cortesía. Encontrar una pizzería, cabinas de Internet, una discoteca u hoteles de tres estrellas es ahora muy fácil en esta localidad que ha vivido una explosión económica, social y cultural desde que aparecieron nuevas empresas mineras y desde que asfaltaron gran parte de la carretera a la costa. Lo malo, es que ahora todo es mucho más caro.

Sin embargo, a decir de Pinillos García, el chofer que quitó las piedras del camino, “el turismo está en pañales”. En efecto, este sector es ahora el menos desarrollado en esta provincia del ande liberteño que, paradójicamente, posee atractivos naturales y culturales impresionantes como las lagunas de Sausacocha y Cuchuro, las aguas termales de Yanasara y del Edén, o los restos arqueológicos de Wiracochapampa (donde se celebra cada agosto la fiesta del Waman Raymi o también llamada del Halcón).

Pero entre estos lugares, el centro arqueológico de Markawamachuko destaca por su valor histórico (fue calificado por Fernando Belaúnde Terri como el ‘Machu Picchu del Norte’) y porque es el lugar más amado por los huamachuquinos. Esto, desde que ocupó la sexta ubicación en un concurso organizado por un canal de televisión peruano que buscaba a las nuevas siete maravillas del país.

“Como ciudadano pido a las autoridades regionales y de la municipalidad provincial que restauren Markawamachuko y le den la verdadera categoría de maravilla, que ya tiene, pero no se respeta”, declaró Pinillos García.

 

********

 

El cielo de Huamachuco hoy ha tendido una sábana de color añil y luce perfecto. El pueblo vive un día de paz ya que las acostumbradas manifestaciones en la plaza han dado una tregua. Son las 10 de la mañana, es viernes, y los negocios esperan a sus clientes, las mototaxis van y vienen y nosotros, dos periodistas del diario La Industria, no sabemos cómo llegar a Markawamachuko.

En Trujillo nos dijeron que algunas Combis ofrecían servicio de transporte de Huamachuco a las ruinas, pero en la Oficina de Información Turística de la municipalidad acaban de informarnos que para llegar al complejo arqueológico debemos alquilar una Station Wagon por 50 soles. “La otra forma es ir caminando. Lo que sucede es que no vienen muchos turistas y por eso todavía no hay facilidad con el transporte”, dice el jefe de esta área, Jorge Villanueva Pereda.

Folletos turísticos bajo el brazo, alquilamos la camioneta de Pinillos García y éste nos lleva por un camino “que por suerte hoy está abierto”. El conductor se refería a que un deslizamiento de piedras y lodo tuvo bloqueada esta vía en los últimos tres días.

El vehículo va en segunda por una cuesta caprichosa y Huamachuco queda a la distancia entre tejas serranas y montañas verdes pero salpicadas por la minería informal. El Cerro El Toro y las Pampas de Purrumpampa, donde se lidió la última batalla contra los chilenos, lucen afectados por la contaminación y el desarrollo urbano.

Markawamachuko (que en quechua significa ‘Pueblo de hombres con gorro de halcón’), se ubica en una montaña que se observa desde lejos, a 10 kilómetros de Huamachuco. Tiene una extensión de cinco kilómetros de largo por 600 metros de ancho y sus muros fueron levantados por la cultura Wamachuko entre los años 400 y 1.000 después de Cristo.

La carretera que conduce a los visitantes es una trocha en muy mal estado. Al salir de la ciudad, al costado del camino, existen minas que extraen materiales de construcción y donde trabajan niños. Ellos utilizan palanas y picos para llenar las tolvas de los camiones con ‘ripio’, que es una mezcla de piedras con arena.

Más adelante, en un profundo acantilado que llega hasta un riachuelo, existe un inmenso basural que no sólo afea la imagen sino que también pone en peligro de enfermarse a viajeros y pobladores.

“Nosotros hemos pedido que mejoren el monumento, que efectivamente está muy deteriorado. Markawamachuko es una maravilla y tiene mucho potencial, pero como está, no se puede hacer mucho”, declaró a La Industria el estudiante huamachuquino de Computación e Informática Pol Flores Paredes.

Similar pedido expresó el también estudiante Marlon Torres Benites: “El mejoramiento de la carretera estaba aprobado, pero el dinero lo han utilizado para otras cosas. Los ronderos y todo Huamachuco vienen expresando su protesta y ya están hablando de un nuevo paro en los próximos días”.

De acuerdo con los registros ediles, un promedio de 20 personas visita Markawamachuko cada día. La mayoría proviene de Trujillo, pero también hay reportes de franceses, chinos y norteamericanos. “Siempre dicen que van a mejorarlo, pero hasta ahora nada. Este monumento tiene mucho potencial y es tiempo de rescatarlo del olvido”, expresó la comerciante huamachuquina María Siccha Vilca.


No lo restauran hace más de un año

A pesar de los anuncios de que están restaurando o que pronto restaurarán el complejo arqueológico de Markawamachuko, La Industria confirmó en el lugar que los últimos trabajos de restauración y limpieza se realizaron hace más de un año. Por ello, todos los sectores del monumento se encuentran deteriorados y, en muchos puntos, cubiertos por maleza.

En el primer sector, denominado Las Huacas, sólo algunas paredes se han salvado del montón de piedras que permanecen desperdigadas. Luego vienen los baños, que no tienen agua, el pintoresco local de la boletería que está cerrado y la inexistencia de guías de turismo.

Sólo el guardián del monumento, Juan Anticona Cerna, recibe amablemente a los visitantes y los inscribe en un libro que después entrega a la municipalidad. Luego vende un volante con información del lugar (a un nuevo sol) y el resto queda por cuenta propia del turista, que debe guiarse por carteles de madera (uno de ellos dice: “Doble Murralla” ¿?)

El sector El Castillo, donde los Wamachuco realizaban rituales religiosos, no sólo impresiona por la arquitectura de sus muros, nichos y hornacinas, sino también por lo descuidado que está.

Lo mismo ocurre con el sector Las Monjas, destinado a las viviendas de los gobernantes wamachukos. Aquí ingresan pastores con toros y ovejas, que no sólo ensucian el lugar sino que también debilitan sus muros. “Sí me han dicho que está prohibido, ¿pero a dónde voy a llevar a mis vaquitas pues, señor?”, dijo la pastora María Sánchez Vargas, madre de cinco mujeres y cinco hombres que viven en la costa y sólo la visitan en agosto.

Si a esto le sumamos que muchos visitantes arrojan basura en el complejo (a pesar de que sí existen tachos) y que incluso algunas personas logran ingresar con automóviles hasta las zonas intangibles (el último viernes entró hasta El Castillo la camioneta Station Wagon SL 2188), Markawamachuko está atravesando un momento difícil.

“La gente es complicada y no entiende. Ya les hemos dicho que no entren con sus animales, pero igualito es”, comentó el guardián del monumento.

 

EL COMPLEMENTO

Muchos proyectos.

Tanto la Municipalidad Provincial de Sánchez Carrión, el Instituto Nacional de Cultura (INC) como el Gobierno Central vienen elaborando proyectos para restaurar Markawamachuko. Incluso existe un Plan de Manejo del complejo arqueológico que lo viene trabajando el ex director del INC Guillermo Lumbreras Salcedo. Los pobladores de Huamachuco exigen que los trabajos y la puesta en valor del monumento empiecen cuanto antes.

¿Cómo llegar?

Para llegar a Markawamachuko se debe viajar de Trujillo a Huamachuco en bus. El boleto cuesta 25 soles y el trayecto demora 5 horas. Luego, se debe alquilar un automóvil que cobra entre 50 y 80 soles ida y vuelta. La oficina de Información Turística de la municipalidad, ubicada en la Plaza de Armas de Huamachuco, ofrece importante información sobre el monumento y contacta a los conductores. La otra alternativa es caminar 2 horas y media hasta la entrada del monumento.

 

ELLOS LO DICEN:

Marina Esquivel Sánchez (comerciante)

“Tengo el orgullo de vivir a pocos metros de la casa de Sánchez Carrión y quiero mucho a Huamachuco. Yo le pido a las autoridades que arreglen a Markawamachuko y así atraigan más turistas para seguir mejorando la economía de nuestra ciudad”.

Lorenza Negreiros Esteban (comerciante)

“Markawamachuko está muy descuidado y por eso los turistas se llevan una mala imagen del lugar. Ahora este monumento es considerado como una maravilla del Perú pero las autoridades no hacen nada por darle realce”.

Marlon Torres Benites (estudiante)

“Yo sé que hay presupuesto, pero las autoridades son irresponsables. El dinero de la carretera se perdió porque lo utilizaron para otras cosas. Por eso los ronderos y los vecinos se enfurecen y hacen huelga”.

domingo, mayo 24, 2009

De gripes y neumonías…

¿Cuál debería ser la prioridad ‘A’?

 

De enero a la fecha, 133 niños, menores de cinco años, han muerto por infecciones respiratorias en la sierra peruana. Esto, por el intenso frío, el ineficiente sistema médico y el casi-abandono-total que sufren los pobladores andinos.

En esta coyuntura de pánico por la gripe ‘A’ me pregunto: ¿Cuál debería ser la verdadera prioridad del Ministerio de Salud en este país?

Vemos cómo el gobierno se ha movilizado ante la primero llamada ‘gripe porcina’. Y no es que esté mal. En el Perú hasta el momento se ha confirmado 25 casos de infectados con el virus AH1N1. Todos ellos son personas que viajaron al extranjero, de vacaciones o por negocios, o que tuvieron contacto con éstas.

Si nos remitimos al mundo, hasta ahora la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha confirmado unos 11.168 casos en unos 50 países. ¿Muertos? Van unos 86 fallecimientos por este virus que según la misma OMS, ha ido mutando en Norteamérica en los últimos 10 años.

Volviendo a la sierra peruana, el ministro de Salud Óscar Ugarte informó que Puno es la región con mayor número de niños muertos por el frío: 27. Cabe precisar que allí la temperatura puede caer a -20 grados centígrados, debido a su cercanía con el Lago Titicaca.

Estamos hablando de que en los 145 días que han transcurrido desde el 1 de enero de 2009, han fallecido 133 niños. Esto arroja la cifra de casi un niño muerto por día en el ande peruano. Si la gripe ‘A’ no ha matado a nadie en el Perú, hasta ahora, ¿qué hacemos tan pendientes de este virus importado, cuando en nuestras montañas los niños se están muriendo de neumonía?

La agencia española EFE también lo ha dicho: “La alta cifra de muertes por neumonía en lo que va del año [en la sierra peruana] ha provocado la indignación de diversos sectores debido a la aparente indiferencia del ministerio, comparada con la atención que está dando a los casos de gripe AH1N1”.

Considerando esto, es momento que el gobierno peruano no sólo enfoque su atención en la gripe ‘A’ (por la cual particularmente tengo bastantes dudas con respecto a su “efecto mortal”) sino que –principalmente– atienda a las poblaciones del ande que sufren por el friaje y logre frenar la muerte de esos pequeños que tienen derecho a crecer y ser felices.

Perú no debe considerar las

provocaciones de los chilenos


La demanda peruana ante La Haya definitivamente tiene alborotado al gobierno chileno y a sus huestes políticas. Luego de involucrar a Bolivia con el añejo tema de su salida al mar, al plantear la posible construcción de un túnel bajo los antiguos territorios peruanos que Chile ganó tras la Guerra del Pacífico, se sumó el comunicado de ex cancilleres chilenos en el cual rechazan el pedido de Lima ante el tribunal internacional.

El diario chileno La Tercera publicó que tres arquitectos de ese país elaboraron un proyecto para la construcción de un túnel de 150 kilómetros para dar una salida al mar a Bolivia, y con ello suspender la demanda marítima peruana en la Corte de La Haya, convirtiendo en trinacional la zona en controversia.

Al respecto, el internacionalista peruano Ernesto Velit, entrevistado por la agencia Andina, opinó que si el gobierno de Chile decide apoyar la propuesta de los arquitectos de su país, sería una estrategia para incorporar a Bolivia al diferendo marítimo con el Perú.

“Chile quiere de todas maneras que Bolivia sea un tercer actor en este conflicto fronterizo y el Perú debe sostener que éste es un problema exclusivamente bilateral entre el Perú y Chile. El afán de Chile es hacerle creer a Bolivia que si no se produce su salida al mar es porque no lo quiere el Perú”, subrayó.

Mientras tanto, se conoció un pronunciamiento de nueve ex cancilleres chilenos en el cual rechazan la demanda peruana ante La Haya y además desconocen el Punto Concordia como el referente del límite terrestre entre el Perú y Chile (aduciendo que el límite es el hito número 1).

Aunque el pronunciamiento de los ex cancilleres chilenos desconoce el Tratado de 1929 y la documentación de la Comisión Mixta demarcadora de 1930, tal como lo precisó el ministro de Relaciones Exteriores, José Antonio García Belaunde, el gobierno peruano no debe perder la cordura ante esta evidente campaña iniciada por La Moneda para desprestigiar a Lima y minimizar el justo pedido nacional.

Los peruanos no debemos caer en estas provocaciones y tenemos que esperar el fallo del tribunal de La Haya, que obviamente se basará en el derecho internacional y en su justa jurisprudencia.

Como antecedente, el Perú tiene a su favor los últimos fallos emitidos por la Corte Internacional de La Haya, donde la jurisprudencia favorece a la tesis peruana. “La causa peruana está bien encaminada y no creo que sea necesario un pronunciamiento de ex cancilleres peruanos”, dijo el embajador peruano en Chile Hugo de Zela.

Ni la compra de armas por parte de Chile, ni los exabruptos de Evo Morales, ni las campañas venidas del sur. Tampoco los comunicados no oficiales que difunden los medios chilenos. Nada, absolutamente nada, debe detener a Perú en este justo pedido que, de lograrse, se convertirá en un verdadero hito para nuestra historia. Y aunque la carrera recién empieza, cada paso debe ser firme y bien medido.

domingo, mayo 17, 2009

Diálogo vía Messenger con poblador de Sepahua revela preocupante realidad en este pueblo de Ucayali
Narcoterroristas detrás
de paralización en la selva


La conversación de hoy vía Messenger con mi buen amigo Alberto (el nombre es ficticio por razones de seguridad) tuvo un tenor distinto a las acostumbradas y casi diarias charlas cargadas de bromas, nostalgia y anécdotas intrascendentes. El terrorismo se filtró en nuestros teclados y me obligó a denunciar en este medio que la pequeña localidad de Sepahua, ubicada en la región de Ucayali, cuya capital es Pucallpa, está siendo amenazada por los narcoterroristas.
Alberto contó que en Sepahua, donde él vive, grupos terroristas están obligando al pueblo a sumarse a la paralización y a las protestas contra el gobierno peruano, convocadas por la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep).
Este paro se acata en casi toda la selva. En pueblos donde la presencia de Estado es casi nula, la situación ha llegado a la anarquía. Incluso, Alberto Pizango, presidente de la Aidesep, había hecho un llamado a la insurgencia a los pueblos nativos de la selva, pero luego reconoció que “fue algo muy excesivo para muchos sectores”.
Sepahua es una de las escasas localidades que aún no apoyan la medida de lucha. Por ello, los narcoterroristas, rifle en ristre, amenazan con que “correrá sangre” si no se pliegan a los manifestantes.
“Aquí no está bien la cosa hermano. Estoy asustado. El otro día cortaron la luz por presión de los ‘terrucos’. Y al día siguiente fue igual”, contó Alberto vía Messenger.
Añadió que los terroristas “han bajado al pueblo” para “meter candela por el paro de las comunidades indígenas”.
Cabe precisar que el gobierno viene dialogando con los nativos y los dirigentes para encontrar una salida. No obstante, es preciso mencionar las palabras del congresista Aurelio Pastor, de la bancada aprista: “Pizango ha conformado un grupo, con gente que no tiene nada que ver con las comunidades nativas, para administrar el dinero proveniente de la contribución extranjera”.
Pastor no descartó que la dirigencia de Aidesep utilice las movilizaciones y protestas de un sector de las comunidades nativas para justificar el dinero que recibe proveniente de instituciones nacionales y de organismos del exterior.
Según indicó, Pizango ha reconocido que recibe más de un millón 600 mil dólares para la Aidesep. “Ellos tienen un interés en mantener la situación (de protesta y bloqueos), porque mientras eso se mantenga ellos van a seguir recibiendo dinero”, refirió.

La cosa es terrible
“Dicen que correrá sangre por aquí. La gente está con los pelos de punta… de noche es peor que el desierto. Todos se ‘guardan’ en sus ‘jatos’ temprano nomás”, precisó Alberto.
Pero eso no es todo. Los bloqueos en las carreteras y los ríos están dejando a Sepahua sin alimentos. “No como una verdura hace 15 días, todo es arroz, yuca y carne. Ya ni pan hay en la panadería porque por el paro no dejan pasar las embarcaciones por los ríos”.
En Sepahua existe una base de la Marina de Guerra del Perú. Sus agentes, bien armados, están alertas ante un posible ataque terrorista. A pesar de ello, el pueblo vive en zozobra. “Los indígenas están protestando porque el gobierno está vendiendo terrenos y ellos dicen que son dueños de esos terrenos. En realidad ni ellos saben por qué paran, sólo joden porque hay un grupo que está movilizando a esa gente. Los marinos están alertas”, dijo Alberto.
Considerando que hace un par de décadas los crímenes llamados ‘ajusticiamientos’ eran cometidos a diario en la selva (también en Sepahua), la gente está muy asustada. “Como hay una base de los marinos, los terrucos obligan a apagar las luces. Es oscuridad total, no ves ni tus manos”, precisó Alberto, al tiempo de pedir al gobierno que esta situación termine cuanto antes.
Ojalá el gobierno sí vea con claridad y actúe con prudencia.

miércoles, abril 22, 2009

Movilidades trujillanas abusan de escolares a vista y paciencia de todos

¿Más barato por docena?

Llevar a los niños al colegio apiñados en automóviles como sardinas o reses es una costumbre bastante peligrosa, que se sigue practicando con el cómplice aval y la increíble inacción de los padres de familia, de la Policía Nacional, de la Municipalidad Provincial de Trujillo y hasta de la Defensoría del Pueblo.

Los niños son metidos en las maleteras de las camionetas y hasta de los taxis. Ellos van, aunque incómodos, siempre sonrientes. Es que no saben del riesgo al cual son expuestos por los irresponsables conductores de las populares movilidades. ¿Qué están esperando todos para castigar a estas personas que, por lucrar, ponen en riesgo la vida de los escolares?

Ayer mi amigo Fabián Córdova captó algunas imágenes en las afueras del colegio Lord Kelvin, ubicado en la urbanización Primavera de Trujillo. Los niños eran recogidos como vacas y metidos en la camioneta de la foto superior. Padres de familia y hasta un efectivo policial no hicieron nada al respecto. Cuando ocurra una desgracia llorarán. ¿Esperaremos con los brazos cruzados a que esto suceda? Ojalá que no.