miércoles, abril 13, 2011


El nuevo restaurante Metropolitain esconde tras sus paredes una historia romántica
El amor le regaló a Trujillo 
un pedacito de Francia

Cuando abordó el avión en París con destino a Lima, David nunca imaginó que encontraría el amor de su vida en Perú. Ni siquiera sabía muy bien cómo era nuestro país, pues –como la inmensa mayoría de europeos– pensaba que todas las personas se transportaban a lomo de llama y vestían ponchos y ojotas. “Ni siquiera sabía que Machu Picchu estaba en Perú, sólo conocía que estaba por allí, en Sudamérica”, reconoce entre risas.
Claro está, David tampoco estaba al tanto de que al norte del Perú existe una playa llamada Huanchaco y, mucho menos, que ese balneario –tan golpeado actualmente por fuertes mareas– sería el escenario de la gran historia de amor de su vida.
Mientras que él volaba hacia la capital peruana, Angie Rosales Beraun llevaba una vida bastante hogareña. Iba de casa a la universidad y rara vez salía a fiestas. Sus amigos la intentaban animar, pero ella casi siempre buscaba excusas para disfrutar de su soledad y arroparse entre sus sueños.
David Dias Costodio, fiel a su espíritu mochilero, aterrizó en Lima en octubre del 2007, con la intención de recorrer Sudamérica durante seis meses y luego retornar a su país. Su alma viajera ya lo había llevado a la India, Marruecos, Senegal, Pakistán y media Europa. Pero como siempre le atrajo el continente del río Amazonas, de las Cataratas del Iguazú y de los Incas, un buen día buscó en Internet el destino más barato y ése fue Lima. Tras recorrer nuestra capital, un amigo que se encontraba allí le recomendó enrumbar hacia el norte y venir a Huanchaco. Él, le hizo caso.
Una mañana, sin excusas por esgrimir, Angie aceptó la invitación de una amiga chilena, que visitaba Trujillo, para disfrutar de las aguas huanchaqueras. “Me insistió y yo dije que no, pero al final acepté”, cuenta. Fue entonces cuando, tumbada en las arenas, vio cómo un gringo medio chato que, según recuerda, “caminaba como pato por la orilla”, se acercaba sin quitarle la mirada de encima.
Angie se puso nerviosa, decidió huir y entró al agua. Se refrescó y volvió a sus colores y temperatura naturales. Pero esto sólo fue momentáneo. Cuando regresó a donde estaban sus amigos, con ellos se encontraba, sonriendo y conversando, ese gringo que caminaba como pato. “Allí empezó todo”, recuerda claramente Angie, quien tiene 22 años y proviene de una familia de la cálida Tingo María (Huánuco).
“Al comienzo tuve miedo porque hay muchos gringos descuartizadores (risas), pero después lo fui conociendo y me enamoré de él. Lo que más me gusta es que no es nada machista y es hogareño. Además, él respeta mis ideas y yo las suyas. Estamos muy bien”, confía.
Mientras tanto, él la mira y sonríe. Sus ojos no pierden el asombro que debe sentir al verse tan lejos de casa, revelando su vida privada y, con 29 años a cuestas, construyendo una vida insospechada. “Yo me di cuenta de que la amaba y me quedé en Trujillo. Aunque he salido a Colombia y Ecuador, prácticamente llevo más de tres años junto a ella. Yo la ayudo en todo lo que puedo”, asegura y luego agrega lleno de felicidad: “Nos casaremos el mes que viene”.

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En el Barrio Latino de París, frente de la plaza de San Miguel y muy cerca del río Sena, se encuentra la estación del metro Metropolitain. Ése es el nombre que escogió Angie y su mamá, con asesoría de David, para bautizar al restaurante francés que abrió hace un año en Trujillo. Aunque al comienzo pensó fundar un bar de copas en el centro de la ciudad, el elevado costo de los alquileres la llevó un poquito más lejos, a la avenida España, cerca de la Biblioteca Municipal. “Buscamos muchos lugares, pero éste nos pareció el mejor”, recuerda Angie.
El local está decorado con carteles parisinos de fines del siglo XIX, como el que pintó Steinlen en 1896 para el famoso y bohemio cabaret El Gato Negro (Le Chat Noir) o el que realizó Toulouse-Lautrec para el aún con vida Moulin Rouge.
El estilo Art Nouveau que luce el local, que no es más que el modernismo que surgió en Europa a fines del siglo XIX, le otorga una singular, austera y acogedora belleza decorativa. Esto se complementa y se fusiona con el misterio de los terciopelos rojos, el color y las rugosidades de la madera, la iluminación ámbar y tenue, y la silueta –delicada y grácil– de una mujer de cabellos ensortijados pintada junto a la barra.
A este ambiente bohemio se suman las célebres interpretaciones de Edith Piaf como La Vie en Rose o Non, je ne regrette rien, así como los olores, esos exquisitos aromas que abren el apetito e invitan a alimentar no sólo la carne sino también el alma.
Todo esto conforma una atmósfera muy europea en el Metropolitain, un local elegante, romántico, añejo y moderno. Es un trocito de Francia en Trujillo. Una verdadera experiencia francesa a la vuelta de la esquina.
“Yo le revelé la receta de mi abuela y ella ahora cocina mejor que los propios franceses”, cuenta un orgulloso David, quien desciende por línea paterna de una familia portuguesa que se asentó en la región francesa de Bayona y se dedica, hasta ahora, a la construcción y los bares de fiesta. “A veces extraño Francia, porque uno siempre piensa en lo que ha dejado en su país, pero aquí estoy muy bien. Allá hay más arte en las calles, pero no hay cumbia. Aquí sí hay mucha cumbia”, dice y vuelve a reír.
Luego añade: “Yo comparo al Perú actual con el Portugal de hace treinta años. Lo interesante de venir de Europa es que puedes ver aquí cómo serán estas ciudades en el futuro. Por ejemplo, yo avizoro que, así como pasó con los cascos históricos europeos en los 70, el centro de Trujillo poco a poco va a atraer a los ‘pitucos’ y esas casonas que ahora están en ruinas, van a volver a ser mansiones. El centro va a ser el nuevo barrio ‘pituco’ de Trujillo”, vislumbra David.

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Después de la masa crujiente que se quiebra entre los dientes, el queso derretido es el rey de las pizzas. Su textura pegajosa se funde en el paladar con el sabor de la salsa de tomate y el zumo bendito de las aceitunas negras. El chorizo y el jamón, ardientes y trozados, hacen lo propio entre los olores del orégano y del pimiento rojo en polvo. El sabor salado predomina en la Carnívora (carnivore), pero la carta del Metropolitain llega mucho más lejos y ofrece una infinidad de combinaciones.
Aunque toda la variedad de pizzas conforma el platillo más solicitado por los trujillanos, hay un postre sagrado, bajado desde el Olimpo, que lleva a la gloria a quien lo degusta. Se trata del crepe (crêpe), el cual en París se puede comprar en pequeños quioscos del Barrio Latino y comerlo mientras se camina entre callejuelas empedradas y secretas, apreciando ese gran museo vivo que es Europa.
“Muchos vienen por las pizzas y preguntan: ¿qué es el crepe? Pero, después que lo prueban, les gusta tanto que se convierte en su platillo preferido”, confiesa Angie.
El crepe es fina una tortilla hecha con harina de trigo que se puede untar con crema de chocolate y avellanas (nutella) o mermelada, en sus versiones dulces; o rellenarla de queso y jamón, en su presentación salada. No hay palabras para calificar sus sabores. Exquisitos es poco.
Además de cafés o cervezas, la carta del restaurante ofrece cócteles exóticos semejantes a los macerados de ron que prepara la población caribeña de las islas francesas de ultramar. Mezclas de plátano, lima, limón y miel; piña sola; coco lima y limón; coco con fresa o licores de frutos secos es lo más original de la surtida barra del local que, claro, ofrece coñac francés y pisco peruano. Dos bebidas que representan a dos ciudades, a dos países y a dos corazones.
El negocio aún no es muy conocido, pero según cuenta Angie, cada mes aumentan los comensales y, sobre todo, quien va una vez, regresa. Esto ocasiona que su mejor publicidad sea el boca a boca. Aunque existen proyectos de expansión, por ahora la idea es consolidar bien este primer local y luego pensar en abrir otras sucursales. Incluso, si todo sigue yendo viento en popa, ambos planean inaugurar un restaurante peruano en Francia, para equiparar las cosas. “En Francia no se sabe absolutamente nada de Perú. No se conoce ni el cebiche, así que ahí hay una oportunidad de negocio”, finaliza David.
El Metropolitain es más que un restaurante. Es el fruto de un amor. Además de ello, al ser un negocio de raíces francesas, su sola existencia contribuye en cierta forma con elevar de categoría a la oferta gastronómica y cultural que ofrece Trujillo, una ciudad que cada vez se introduce más en el frío mercado de la comida fabricada en serie y que requiere de muchos más lugares como éste. Lugares con alma.

¿Dónde queda?
Restaurante Metropolitain. Avenida España 644, cerca del cruce con Orbegoso y Mansiche. Atiende todos los días de 5.00 a 11.30 p.m. Teléfono: 226249.

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