Un cuarteto de ruinas incaicas en las afueras del ‘Ombligo del Mundo’
Cuatro maravillas cusqueñas
Expedicionarios que lo escogieron, ya recorren el Camino Inca hacia Machu Picchu.
El chorro del ‘Agua de la Juventud’ caía entre las piedras de Tambomachay y un sonido relajante penetraba en nuestros oídos y nos transportaba hacia épocas de grandeza y de dioses cósmicos. En realidad, eran dos chorros superiores que alimentaban a uno central y éste a su vez se resumía en un acueducto que se perdía bajo la tierra. Eran los tres mundos Incas, el superior donde moraban las deidades como el sol, la luna o el rayo; el mundo terrenal donde vivían los hombres bajo códigos rigurosos y celestiales, y un último inframundo, donde los muertos podían encontrarse con sus creadores. En términos zoológicos, basta asociar estos tres estamentos con la serpiente que se arrastra muy junto a los fenecidos, el puma que corre al ritmo de los hombres valientes y, finalmente, el cóndor, que domina a los hombres desde las alturas donde se encuentran los dioses.
Tambomachay es una fortaleza Inca ubicada a sólo 15 minutos del Cusco y es un templo dedicado a la adoración al agua. Se sitúa a más de 3.700 metros de altitud y fue el primer punto que visitamos los expedicionarios de la Ruta Inka que aún permanecemos en Cusco y que –a diferencia de la mayoría que ya recorre el Camino Inka– iremos hacia la ciudadela de Machu Picchu el 30 de este mes a bordo del ferrocarril.
En la entrada de esta construcción perfecta, una mujer tejía una manta junto a un becerro y otra, ataviada con una vestimenta ancestral, hilaba con una rueca. Las veo con atención y se desconcentran de sus tareas. Más bien, ambas vieron en mí a un nuevo ocasional ‘cliente’ pues no dudaron en pedirme un sol a cambio de fotografiarlas. Yo, que no vi en ellas nada de fotogénico, decidí continuar con la marcha hacia el templo ceremonial, donde encontré a Marcos, un pequeño de siete años que araba la tierra con una chaquitaclla, fingiendo también ser un modelo. El niño tiene cinco hermanos y cada mañana llega a estos fundos para recabar algo de dinero que luego entrega a su padre. Cuando la suerte no está de su lado, por decirlo de alguna forma, puede recaudar hasta 15 soles, pues en los mejores días los turistas le pueden entregar hasta diez soles por captar su rostro andino con sus cámaras. “Estoy en segundo de primaria y hago mis tareas en las noches, también puedo cantar en inglés y en quechua”, me dice Marcos y me convence. Le doy un sol y él planta su chaquitaclla, hundiéndola con su pie y su llanque. Saco la cámara y la batería se ha agotado. Mala suerte.
El siguiente punto de este recorrido nos lleva a la fortaleza de Puca Pucará, donde las piedras Incas se cimientan sobre inmensas rocas naturales. Sólo bastó caminar cinco minutos de retorno hacia Cusco para arribar a este vestigio Inca. Una garúa nos detiene y los cielos lucen cargados, lo cual nos hace ver que los dioses podrían estar llorando. Puca Pucará es una construcción militar donde los guerreros controlaban el ingreso de forasteros a la imperial ciudad del Cusco, sede de los gobernantes y lugar donde se ubicaban los palacios dedicados a los dioses.
Los expedicionarios, que esta vez no somos más de quince, caminamos entre los pasadizos estrechos de esta ruina Inca y sentimos la vibra de los antiguos peruanos que incluso ofrendaron sus vidas por dejarnos estas maravillas arquitectónicas.
Volvemos a la carretera y abordamos una combi que fascina a los extranjeros para dirigirnos a Quenko, fortín laberíntico construido con fines ceremoniales. “Pensé que no iba a subirme a una de éstas camionetas que en el extranjero se asocian con el Perú”, dijo Vicente, español que participa en la Ruta Inka. Transcurren nuevamente cinco minutos y llegamos. Caminamos por un sendero donde hay vendedoras de artesanía y en un árbol hay una pareja de paisanos ‘ahorcados’. O eso pareció primero. Eran dos muñecos de diferentes sexos en ‘vitrina’, que los lugareños utilizan para ‘matar’ a los infieles en ceremonia pública. Si alguien comete adulterio, es ‘colgado’ con su nombre en el árbol más elevado del pueblo para expresarle la condena colectiva.
En Quenko existe una cámara subterránea donde los Incas ofrendaban llamas y alpacas a los dioses, y además alistaban sus momias con plantas desinfectadas como la ñosta. Un túnel oscuro de unos cinco metros donde aún se conserva la piedra de los sacrificios nos conduce de vuelta al mundo terrenal, donde los cielos lanzan sus últimas lágrimas.
El cuarto y último punto que visitamos es la fortaleza de Sacsayhuaman, ubicada en la parte más elevada del Cusco y desde donde se puede observar una vista panorámica de la ciudad. Nuestra guía se llama Luz y nos advierte que cruzaremos un primer túnel llamado Chinkana, donde reinan las tinieblas. “Quienes sufren de claustrofobia mejor suban por las escaleras de atrás”, dice, pero nadie se intimida. Todos nos cogemos de las manos e ingresamos al inframundo Inca, donde moran los muertos. No vemos ni nuestros pies pero a mitad de camino se cuela un halo de luz que nos guía hasta la salida. De pronto, aparece una explanada gigantesca rodeada de construcciones líticas que esconden formas de serpientes, pumas y llamas. La perfección y el asombro llegan nuevamente a nuestra vista. Sacsayhuaman fue construida durante el reino de Pachacútec en 1438, aproximadamente, con fines militares. Viéndola desde lo alto, tiene la forma de la cabeza de un puma (su significado es precisamente ése) y unida al Cusco (ciudad con forma de cuerpo de puma) integra un felino completo.
El sol continúa escondido y algunos viajeros se deslizan en unas piedras naturales, inmensas y pulidas con forma de toboganes. Fotos y filmaciones. A la distancia, y en las afueras de la fortaleza, un Cristo blanco saluda al Cusco con los brazos extendidos y evidencia el sincretismo religioso presente en cada rincón de este ‘ombligo’. Posamos para la foto de rigor y el ‘whisky’ se convierte en ‘chicha’ o ‘pisco’. El retorno hasta la Plaza de Armas lo hacemos a pie y por fin los dioses nos envían una señal de felicidad: un arco iris estupendo en las alturas de la Catedral. Qué difícil es descifrar los misterios de esta ciudad.
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