Jóvenes de Ruta Inka dejaron dibujos de recuerdo en pueblo de Chivay
Un mural color esperanza
Aventureros interactuaron con niños pobres de la zona y les entregaron obsequios.
A la argentina Soledad Guidi le faltan manos y palabras para coordinar la actividad. Son las 9:30 de la mañana y ella, junto con otros nueve integrantes de la Ruta Inka, conversan en la calle, junto al Palacio Municipal de Chivay, pueblo ubicado en la provincia arequipeña de Caylloma. Baldes de pintura acrílica y pinceles se confunden junto al bosquejo que pintaron con tizas la noche anterior y que en los próximos minutos colorearán con ayuda de niños de la zona.
Un árbol floreciendo, con dos palomas mirando la copa y una cruz andina (chakana) en el tronco, sobre el mensaje ‘Gracias Colca’, es el primero de los dibujos que pintarán. A sólo dos metros de éste, el rostro de un niño de rasgos indígenas y ojos tristes también espera ser rellenado con los colores de la esperanza, la unión y la hermandad, principios que cimientan a esta expedición que pretende recorrer las mismas huellas de Manco Cápac.
El sol andino arde en los rostros pero no amilana a los entusiastas muchachos. “Ustedes mezclen los colores”, ordena Soledad a un español y una costarricense. “Ustedes, busquen periódicos en las tiendas, que se los regalen”, agrega, apuntando con el índice derecho a una peruana morocha y una belga que tiene rubias hasta las pestañas.
La idea de pintar este mural de la hermandad, como lo han bautizado, surgió la primera noche que dormimos en Chivay. Soledad y Valentina Cervi, ambas argentinas, propusieron dejar un recuerdo de Ruta Inka a los pobladores. “La expedición por momentos sólo parece un viaje de turismo, por eso queremos hacer algo diferente, revalorando la hermandad entre los pueblos”, declaró Soledad en un ínterin.
La idea fue bien recibida tanto en la organización de Ruta Inka como en la Municipalidad de Caylloma. Precisamente el alcalde de esta provincia, Jorge Cueva (homónimo de un expedicionario trujillano), es artista plástico y él mismo ha pintado casi todas las paredes interiores del municipio con personajes indígenas, cóndores, cielos serranos y otras imágenes que pueden captarse en el Valle del Colca. El burgomaestre apoyó la idea y permitió a los viajeros que pinten una pared lateral de su palacio, junto a la puerta de la Defensoría de la Mujer, el Niño y el Adolescente (Demuna).
El entusiasmo es contagiante y los organizadores de la expedición, en forma paralela, también quisieron fomentar la unión entre los pueblos. Entonces, ayer por la tarde, mientras que el grupo de ‘pintores’ compraba los implementos necesarios para el mural, los demás aventureros se integraron en equipos de fútbol y voleibol y luego compitieron con pobladores de Chivay. El resultado no importó (obviamente los locales se llevaron los premios), pues lo más importante fue interactuar y conocer más a la gente de esta zona.
Asimismo, ya caída la noche, durante una actividad cultural realizada en un salón de la municipalidad, los aventureros bailaron con los niños de la zona en rondas, tomados de la mano y luego abrazados, en señal de amistad y unión. Ver allí a esos niños, tan felices, saltando y carcajeándose, con sus ropitas y sus llanques desgastados, fue emocionante para los asistentes.
Niños, pinten nomás
Alberto es un niño de seis años que a duras penas puede sostener el pincel con sus diminutas manos. Hace un momento humedeció la escobilla en pintura verde y muy despacio coloreó el interior de una letra. “Así está bien, sigue nomás”, le dijo Soledad, quien lo guiaba en la tarea.
Cada minuto que transcurría, iba dejando un mural más vivo y más bello. El árbol reverdeció y las flores se tiñeron de rojo, la chakana resurgió como un símbolo ancestral y perfecto y las letras fueron resaltando el mensaje de agradecimiento al pueblo de Chivay por sus atenciones. A pocos metros, el rostro del niño fue cobrando vida y sus ojos desconfiados se convirtieron en dos luceros de paz y esperanza de un futuro mejor, como deberían brillar los ojos de todos los niños del mundo.
Pero algo hacía falta. Y alguien ya lo sabía. ¡Claro!, las banderas de todos los países que integran la expedición. Naciones de Sudamérica, Centroamérica, Norteamérica, Europa, Oceanía y África quedaron grabadas en el mural, en señal de hermandad e igualdad. La religión, el color de la piel o las diferencias sociales… nada fue más fuerte que el espíritu que estos jóvenes plasmaron en su mural.
Cuando ya todo estaba listo, Soledad y sus compañeros observaron el mural y sus miradas irradiaban satisfacción. Sus manos y sus rostros también lucían pintados y la música sonaba a todo volumen. Algunos niños jugaban con las pelotas que la estadounidense Nicolette Irribarre trajo desde su país para obsequiarlas y otros coloreaban en papelotes con crayones. El mediodía caía sin compasión en los rostros y muchos pobladores se juntaron alrededor para felicitar o sólo curiosear. El reto fue cumplido y el mensaje de paz y solidaridad de estos impetuosos muchachos quedó plasmado para la posteridad en Chivay, un pequeño y turístico pueblo del sur peruano.
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