Argentino Ariel Hernán Benítez le canta a los pueblos de América
El cantor de la Ruta Inka
Autor de La Canción de la Hermandad acompaña a los viajeros en toda la expedición.
Ariel Hernán Benítez prácticamente nació cantando. Cuando apenas tenía cuatro años y su madre lo llevaba en brazos en una calle céntrica de Mendoza, su ciudad natal, él vio una guitarra a través de un escaparate y la señaló. “¡Tundata, tundata!”, balbuceó y por fin la mujer que le dio la vida comprendió qué diablos era ‘tundata’, un término que el pequeño Ariel pronunciaba con insistencia en casa, sin que nadie entienda a qué se refería. Pensaban que era un carrito de juguete, o tal vez un avión, objetos que él recibió y despreció.
Frente de la vitrina y del instrumento que algún día marcaría su vida, Ariel no dejaba de pedir la ‘tundata’ pero su madre no llevaba dinero para comprarla. Su llanto sólo fue calmado cuando una vecina, a quien él recuerda con amor, le obsequió la bendita ‘tundata’. “Era una pequeña guitarra de juguete, y yo fui el niño más feliz del mundo”, recuerda este artista que, con su sombrero de cuero y su chaqueta sin mangas, emula a los gauchos pioneros del folclor argentino.
Han transcurrido 32 años desde que Ariel recibió su primera guitarra, pero el entusiasmo de aquel primer día permanece inmutable en su alma. Él es el cantor de la Ruta Inka 2007, quien compuso el tema que identifica a esta expedición que recorre Bolivia, Chile y Perú. La canción de la hermandad, se denomina este verdadero himno de los viajeros que reclama un mundo mejor, donde no exista el odio y donde todos seamos hermanos. Un mundo basado en nuestras raíces, que revalore la fuerza y la mística de nuestros antepasados. “Ya me voy a cantar y mi voz ha de llegar/ por la senda de los Incas, desde Cusco a Hualilán/ a contar las canciones que en mi pueblo han de cantar, para unir la humanidad”, es sólo un extracto de este tema que todos los viajeros ya han aprendido y que cantan a voz en cuello en cada una de las ciudades que visitamos.
Cuando Ariel Benítez empuña su guitarra frente del público, su rostro se carga de emoción. Sus mensajes de unión y esperanza se confunden en las letras de sus canciones y cautivan a quienes lo escuchamos. Ariel es un soñador, pero tiene los pies bien puestos en la tierra. “Construyamos más que simples sueños/la vida es el milagro para hacerlos realidad”, reza el tema Joven esperanza, uno de los cuatro que Ariel ya ha compuesto durante la Ruta Inka.
Los sueños de integración de este argentino carismático, que ha ganado el cariño de los expedicionarios, moran en un corazón sensible que late al ritmo de la esperanza y que vive por sus dos amores: Ivo de seis años y la pequeña Hebe de cuatro. “Los extraño mucho, así como a mi esposa. Ellos quieren que retorne a casa porque ya estoy más de un mes afuera”, expresa, y su mirada se sume en la nostalgia.
Ariel no vive de la música. Por ahora, su faceta de artista la considera como un oficio paralelo al trabajo que sí le rinde frutos pecuniarios. Es difícil vivir de la música. Ariel es Maestro mayor de obras (una fusión entre constructor e ingeniero) y trabaja en una empresa de servicios de Mendoza, ciudad donde vive con su familia. “Yo aspiro a dedicarme profesionalmente a la música, recogiendo en mis canciones la voz de los pueblos de Latinoamérica, de las personas que son el motor de los países, del agricultor, del panadero, del descendiente Aymara o Inca…”, confía Ariel mientras ordena las zampoñas que compró en Moquegua.
Con un currículo cargado de triunfos en festivales de canto realizados en su provincia y en toda Argentina, Ariel Benítez es un folclorista. Cuando sólo tenía 12 años, su tío Juan José Benítez le dio unas primeras clases de guitarra y sembró en su corazón una semilla de amor por la música argentina, la de los gauchos. Sin embargo, a los 17 años tal vez por la rebeldía de la adolescencia integró un grupo de rock hoy extinto al cual llamó ‘Ángeles bohemios’. Bajo la influencia de Pink Floyd y de otros grupos que marcaron la década de los 80, como U2, triunfaron en algunos festivales y vivieron hasta tres meses en Buenos Aires, con las ganancias de sus presentaciones. Ariel también tuvo algo de hippie.
Pero los ‘Ángeles bohemios’ se desarticularon y Ariel regresó al folclore como solista. Sus estudios no fueron impedimento para que continúe cultivando su oficio natural. Entonces, los triunfos siguieron de su lado en festivales al interior de su país como en la Fiesta Nacional del Chivo, donde cautivó al público con sus interpretaciones. “No me quejo, porque el folclore me viene dando satisfacciones”, añade.
A pesar de sus logros, Ariel no saca de su cabeza el verdadero motivo de su existir y continúa cantando en pro de la integración de los pueblos americanos. “Quiero la vida, no quiero la muerte/ quiero cantarle al amor por siempre”, es el estribillo de su tema Carnaval en Machuca, que también compuso en la ruta y que dedicó a la provincia chilena de San Pedro de Atacama y a todo el norte chileno. “La quinua, la llama, el Cerro Sajama/ la hoja de coca, gracias Pachamama”, es un extracto de la canción que dedicó a Bolivia titulada Murmullo de la Tierra.
Ariel ahora viaja con el grupo de Ruta Inka y sigue soñando. Grabar su primer disco antes de diciembre e ir ganando un espacio en el competitivo mundo de la música son sólo dos de sus objetivos y, en definitiva, si continúa cultivando la sensibilidad, el amor al prójimo y la unión, se convertirá en el trovador de los pueblos de América y logrará el tan ansiado éxito que todos le deseamos. Buena suerte Ariel, amigo de América.
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