lunes, abril 16, 2007

Viaje al místico Chepén
Tierra de afamados literatos como Eduardo González Viaña e Isaac Goldemberg, ubicada al norte de La Libertad, guarda un celoso encanto casi imposible de descifrar para un periodista –por momentos– escéptico.

La mañana en que pisé tierra chepenana, luego de un viaje zigzagueante y aterrador en un bus asesino que por lo visto aspiraba al grand prix, un sol de bochorno ardía en los cielos y lanzaba inclementes fucilazos en cerebros, hombros, brazos, pistas, aceras y en los infelices perros de la calle. Era uno de esos días en que las neuronas, amodorradas y por poco achicharradas, hacen sinapsis en cámara lenta y sólo centran los pensamientos en satisfacer una necesidad primaria: la sed. El conductor criminal del ómnibus abandonó a algunas almas en la Carretera Panamericana (incluyendo la mía) y en cuestión de segundos los viajeros nos vimos acorralados por una hambrienta bandada de mototaxis. La visión era la misma que se capta en toda ciudad de tránsito invadida por inmigrantes andino-costeros, con casas misérrimas en los laterales, un cerro de fondo, hostales de estrellas solitarias, un quiosco, una bodeguita, un par de farmacias y, claro, el infaltable grifo. Con un panorama de bienvenida en estas condiciones, la misión que me encomendaron: encontrar la mística de Chepén, esa fuerza mágica y sobrenatural que inspiró a grandes literatos nacidos en esta ciudad liberteña, iba a ser más complicada y confusa de lo que había previsto. “A un hotel, por favor”.
Conforme la mototaxi avanzaba hacia el centro de la ciudad, el paisaje iba mejorando. Una avenida estirada con berma de concreto y flores salpicadas, ataviada con los ambulantes propios de las ciudades modernas del Perú, fue el preámbulo de los jirones más céntricos e históricos. La habitación que me tocó, en un cuarto piso, con vista a la Plaza de Armas, agua fría y caliente, televisión por cable y una ubicación tan cercana a la iglesia que el viejo e impresionante reloj de la torre la hacía retumbar cada cuarto de hora, aminoró mi sofocación en esta tierra de algarrobos, arrozales y comercio, de aires entre serranos y costeros y de gente extremadamente amable. Un duchazo y a la calle. A revelar los misterios de Chepén.

Cuna de escritores. Isaac Goldemberg (1945) y Eduardo González Viaña (1942) son los literatos más grandes que ha exportado Chepén al mundo. El primero, hijo de un judío y de una peruana, sólo permaneció sus primeros ocho años de vida en esta ciudad (luego partió a Lima y hace muchas décadas vive en Estados Unidos) pero la relación con su pueblo natal es tan estrecha que aún no ha escrito un libro donde no mencione a Chepén. Basta con sólo citar el título de una de sus grandes novelas: De Chepén a La Habana (1973). González Viaña también partió de Chepén de manera temprana, pero se quedó cerca, en Pacasmayo. Aunque él rememora en numerosos escritos su niñez en este nostálgico puerto, no olvida que nació “a los pies de un cerro, en un pueblo del norte del Perú”, según confiesa en su obra La dichosa memoria (Librusa, 2004). “Dicen que nací de pie –prosigue–. Era uno de esos días en que el fulgor de la constelación del Escorpión incendia los cielos del sur, y en el momento en que nacía, las campanas de la iglesia cercana llamaban al pueblo a rezar el Ángelus…”. ¡Ajá!, la iglesia contigua a mi hotel.
Goldemberg, cuando partió a Lima a vivir con su padre de origen hebreo, y posteriormente en su autoexilio en Nueva York, emprendió una búsqueda de su identidad medio oriental que se materializó años más tarde en su antología El Gran Libro de América Judía, texto que lo catapultó hacia el podio de los grandes de la literatura latina. “Siendo realista, admito que quienes en el Perú no conocen mi obra se pregunten ‘¿qué me puede decir un judío sobre el Perú?’, mas si pudieran abordarla percibirían que habla más de los peruanos que de los judíos”, declaró recientemente el autor chepenano al portal web http://www.andes.missouri.edu/.
Pero es en otra entrevista a Goldemberg donde por fin hallo una pista de la mística chepenana. El también autor de La vida a plazos de don Jacobo Lerner expresa que lo que más recuerda de Chepén “es su atmósfera ritual, esa mezcla de paganismo y catolicismo, casi como si se tratara de un pueblo medieval y que lo convertía en una especie de pequeño ‘teatro del mundo’. […] Pienso que de esa experiencia nació mi preferencia por el tipo de literatura que celebra las alegrías y se duele de los pesares de la existencia humana. […] Para mí Chepén es como un pueblo sacado de la Biblia”.
González Viaña me da otra pista del embrujo que posee Chepén en su libro ya citado La dichosa memoria. Una de las historias titulada ¿Isaac Goldemberg existe?, cuenta que algún día de 1976, durante una reunión en el Village de Nueva York, recién conoció a su paisano chepenano. En medio de una conversación entrecortada, ambos coincidieron en todo: eran peruanos del norte, escritores, de Chepén e incluso habían vivido en la misma calle.
–“[…] ¿Y en qué distrito de la provincia has nacido?
–En Chepén, en la calle Lima, –respondemos los dos al mismo tiempo–” […]
¡Increíble! Algo especial debe guardar esa calle.

En la calle Lima… y algo más. Aunque Goldemberg y González Viaña alguna vez recorrieron en su infancia la calle Lima de Chepén, no creo que ésta los haya inspirado demasiado para convertirse en grandes literatos. Esta arteria, que se ubica tras de la Plaza de Armas, es escenario de una pasividad extrema, interrumpida sólo por el ruido de las mototaxis. Cuando camino en este jirón cubierto de concreto, que aloja a viejos hostales y casonas, nada extraño me invade. Algunos vehículos circulan a gran velocidad y un niño cobrizo me observa con sorpresa mientras capto algunas fotografías. Camino hacia la Plaza de Armas. El impresionante reloj de la iglesia me toma por sorpresa. 2:15 de la tarde. Almuerzo. Descanso. Me vuelvo a duchar. La tarde ya cayó y en la plaza hay fiesta. Salgo del hotel y una turba de apristas al ritmo de la marsellesa recorre las calles y lanza arengas a su maestro Víctor Raúl. “¡Haya vive!”, vocifera uno, todos repiten. Ellos se dirigen hacia mi derecha, yo doblo a la izquierda. Chepén de noche. Negocios y más negocios. Un semáforo que nadie respeta colocado en la esquina de la iglesia cambia a verde y una ráfaga de mototaxis nuevamente se cruza en mi camino. Chepén es una ciudad de comerciantes, donde todo se compra y todo se vende. Es un punto de conexión mercantil entre la costa y la sierra. Casi nada queda del Chepén que en 1864 visitó y describió el sabio Antonio Raimondi: “Un pueblo algo grande y con apariencia de los pueblos de la costa, con casas de quincha y enlucidas de barro”.
Cerca de 150 años después, en cada esquina de Chepén hay bancos y cajas financieras, farmacias, locutorios, cabinas de Internet, panaderías, restaurantes, tragamonedas y todos los negocios que uno puede imaginar. Este movimiento nocturno es el estigma que me hace recordar que estoy caminando en una ciudad de la costa y no en un poblado del ande, donde las personas duermen –a más tardar– a las 9 de la noche. Ceno un sabroso pollo a la brasa, bebo una chicha morada helada y regreso a mi guarida. A esperar las primeras luces.

El sabio del pueblo. Roque Miguel Tucto Chávez, periodista e historiador chepenano de 73 años, a quien por suerte encontré en la Biblioteca Municipal leyendo La Industria, definitivamente está enamorado de Chepén. Es más, él considera que esta ciudad es “divina”. “Hay una duna cerca de Pacanguilla que, a la distancia, parece ser el mismo Cristo en posición reflexiva y orando por nuestra tierra”, expresa este hombre de hablar pausado y movimientos sutiles que todos conocen como el cronista del pueblo, el hombre que protege su identidad y que, por fortuna, no olvida ni siquiera un detalle de la historia. La calle Lima vuelve a impresionarme pues, según Tucto, en este jirón prodigioso también nació otra gran escritora chepenana, Julia Wong (1965), quien ya se ha consagrado dentro y fuera del país con obras como Historia de una Gorda (Libertad, 1994), Los Últimos Blues de Buda (NoEvas Editoras, 2002), Iguazú (Ediciones Atril, 2004) y Ladrón de Codornices (Ediciones Patagonia, 2005), entre otras.
–¿Qué tiene de especial esa calle que exporta a tan buenos literatos?, le pregunto.
–Debe tener algún encanto escondido, pero eso realmente sólo lo sabe el de arriba, dice y señala el techo con el índice.
Tucto no deja de mencionar nombres de chepenanos exitosos. La compositora y poetisa Maruja Tafur Núñez; Jorge Linares Vásquez, afamado físico nuclear radicado en Francia; el conocido sacerdote Víctor Hugo Tumba Ortiz; el doctor y también historiador Manuel Burga Díaz, quien llegó a ser rector de la Universidad Mayor de San Marcos; y el también rector de la Universidad Federico Villarreal de Lima, José María Viaña Pérez, son sólo algunos personajes que conforman la interminable lista de Tucto, quien ahora señala que la mística de Chepén la llevan sus hijos en la sangre, en el alma, como una fuerza que los encamina a realizar proezas dentro o fuera de esta tierra –citando adjetivos de Tucto– soberana, inmortal, bella, gloriosa, alborozada, orgullosa.
Tantos calificativos positivos para esta ciudad, que al comienzo me mostró su cara más dura pero que a escasos minutos de mi partida me ha envuelto en su aura de glorias e hijos prodigiosos, me hacen por fin entender que Chepén es una tierra glorificada por sus descendientes y su bagaje histórico, que siempre seguirá brillando en el norte, que nunca será devastada como el Macondo garcimarquezano y que –como bien compuso el afamado decimista Nicomedes Santa Cruz– “antes que el rudo Pizarro y antes que el Inca también, cuando el cerro era guijarro ya Chepén era Chepén”.

Pier Barakat Chávez
pierbarakat@laindustria.com
Febrero, 2007.

8 comentarios:

Marco Flores Sánchez dijo...

Felicitaciones Pier por tu crónica sobre Chepén. Has hecho una perfecta y directa narración de lo que se puede apreciar y sentir al caminar por las calles o parques de nuestra ciudad. Y es que Chepén es eso: tiene mucho de mágico, pero también una actualidad desordenada y caótica que debemos superar.
Un abrazo

Nicanor Becerra Castañeda dijo...

Amigo Pier, como chepenano mi reconocimiento por tan hermosa nota que describe con mucho talento a mi pueblo. Bien por la conversación con Miguel Tucto Chávez, la "memoria viva del pueblo de Chepén". Felicitaciones. Atte. Nicanor Becerra Castañeda

Barakat on line dijo...

Gracias por sus comentarios.

VICTOR SANCHEZ LINGAN dijo...

Hola Pier, De verdad muy satisfactorio encontrar articulos como el tuyo sobre Chepén.
Muy interesante estilo, te deseo exitos y mi gratitud por resaltar esta noble tierra. a la vez decirte que tienes las puertas abiertas cada vez que quieras volver. pues aun hay mucho material esperando a ser tocado tu ávida pluma.
Un abrazo

Rhazú dijo...

Magnífica crónica profesor, me he quedado maravillado. Muchas gracias.

Anónimo dijo...

Estimado Pier solo me queda agradecerte por tan hermosa crónica, a la provincia de chepen (Perla del Norte) mi pueblo nacimiento, de mis padres y de nuestros ansestros. Gracias por tan hermoza crónica. Muchos éxitos.... JOHNNY HERNANDEZ SUAREZ

JANET BAZAN dijo...

Pier ,solo queda agradecerte por narrar tal cual como es mi querido chepen,lleno de sol ,vida y cualtura,ademas q su gente es tan noble como dios.te amo chepen y siempre vivamos orgullosos de ser chepenanos

ivan dijo...

Eso es muy cierto y cabe destacar que los rectores el actual y anterior de la Universidad Nacional del Santa en Chimbote, son chepenano Esteban Horna Bances y Dr. Moncada.