lunes, abril 23, 2007


Tocando el cielo en La Ramada
A sólo 15 minutos de Trujillo se ubica un lugar privilegiado para la aventura


“Hemos llegado”. Julio Pingo Campos, líder de la excursión, lanza su abultada mochila a la arena, suspira, apunta su mirada al horizonte y ajusta su pantalón de camuflaje. “Éste es el paraíso”, expresa. El lugar que nos cobija es conocido como La Ramada. Se trata de una caleta de pescadores con sólo algunos ranchos de esteras y bambú armados cerca de la orilla, a la cual se llega por un desvío de herradura ubicado en el kilómetro 546 de la Panamericana Norte, a 15 minutos al sur de Trujillo. Desde la cima de la colina que acabamos de escalar se puede respirar la soledad de esta playa de pescadores nostálgicos, que se hacen a la mar en caballitos de totora o lanchas artesanales. Las aguas son cristalinas y cerca de la orilla yerguen desperdigados múltiples peñascos, todos cargados con algas que atraen a cherlos o chitas.
La colina que nos alberga tiene unos 15 metros de profundidad y se ubica estratégicamente a 60 metros de distancia de otra de similar altura. Ambas están a la entrada de la caleta y, para este equipo de aventureros, son un lugar privilegiado del norte peruano –pero nada difundido– para la práctica de disciplinas alternativas como la tirolesa (cruzar de un cerro a otro a través de una cuerda), el rappel (descenso de montaña en cuerda) y el sundboard (especie de surf pero en arena). Además de esto, la playa tiene profundidad y fuerza apropiadas para la pesca deportiva y el buceo con snorkel. Realmente, un paraíso para quienes aman el derroche de adrenalina, con formaciones tan caprichosas como los Andes de Huaraz; pero claro, no cubiertos con nieve sino con arena.
Mientras arriban los últimos de la delegación, Julio aprovecha el tiempo para hurgar entre la arena y encontrar los amarres que en su última visita dejó plantados. Como un niño, introduce sus manos y cosquillea al cerro, para –al cabo de unos segundos– desenterrar una cadena de acero. “Aquí ataremos un extremo de la cuerda y luego la extenderemos hasta la otra cima, donde hay un anclaje igual”, explica, mientras ajusta con fuerza un nudo que él conoce como “vuelta de escota”.

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¡Estoy volando! Es un privilegio, o tal vez una locura, estar suspendido de una cuerda entre dos cerros. Una caída sería mortal. Tal vez por ello la secreción de adrenalina se haya elevado hasta niveles insospechados en mi organismo. Hacia abajo, el camino que –de caer– soportaría mi última sensación; hacia la izquierda, el inconmensurable; hacia la derecha, dunas, cerros, granjas y espárragos que brotan del arenal. Arriba, en cielos grisáceos, vuela en círculos un gallinazo, como esperando mi caída para saciar su apetito. Su presencia me incomoda, y me obliga a extender los brazos sobre mi cabeza y jalar con más fuerza la cuerda para llegar al otro extremo. Con los riñones adoloridos pero el alma más libre que nunca, Cristian me recibe. “¿Es increíble di?”.
La operación ha sido repetida por todos los integrantes de la delegación. El primero fue Julio, quien demostró toda la experiencia adquirida en sus tiempos de rescatista de Defensa Civil. Él se encargó de colocarnos el arnés, ajustar las cuerdas, asegurar los snaples (ganchos de acero) y lanzar múltiples recomendaciones para evitar alguna desgracia. Su turno fue el más fotografiado, pues su pericia lo llevó a realizar un descenso en “T”, lanzándose de cabeza hacia el vacío y burlando a la muerte confiado en que la cuerda no se rompería. Según lo que dijo, este tipo de ejercicio es muy útil para los bomberos cuando deben rescatar a víctimas en pozos o profundidades. El rescatista desciende de cabeza, coge al herido, tira de la cuerda dos veces y ambos son jalados a la superficie.

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Mientras caminamos hacia otra duna para practicar rappel, Julio habla de sus sueños, aventuras y de los lugares que descubrió con sus compañeros de Truxillo Extremo. Asegura que “antes de morir” descenderá en cuerdas de un reservorio y que le hubiera gustado participar en el “Desafío del Inca”. “No me presenté porque me dijeron que debía vestirme como Inca”, confía.
Truxillo Extremo fue fundado oficialmente en noviembre de 2004 para promover el turismo y deporte alternativos en La Libertad, realizando excursiones a lugares sagrados como Keneto en Virú, la laguna de Sausacocha en Huamachuco o el bosque del Cañoncillo en San Pedro de Lloc. La consigna de estos entusiastas jóvenes es “no a lo trillado” y “sí a lo nuevo”.
“Todos los turistas creen que Trujillo sólo es Chan Chan, El Brujo o las huacas del Sol y la Luna, porque los demás sitios no están promocionados. Sin embargo, en La Libertad hay lugares mágicos como esta playa, por ejemplo, donde se pueden practicar muchos deportes de aventura. En realidad, no tenemos nada que envidiarle a Huaraz”, asevera Julio.
Cristian, a quien todos llaman “El Flaco”, recuerda la antigua represa de Chicama que bautizaron como “El Santuario”, que –según dice– es una olla gigante donde sólo los más experimentados podrían realizar descensos en “T” al mismo estilo de Huaraz. “El Flaco”, mientras ata la cuerda para el rappel, recuerda que en el festival Ecovida 2005 de Virú no les fue muy bien, pero muestra optimismo cuando habla de la séptima fecha del Campeonato Nacional de Motonáutica, que ellos tendrán a su cargo el próximo septiembre en Puerto Morín.
Percy y la intrépida Tatiana, quienes aún son novatos en estos menesteres, practican el rappel, mientras Cristian “El Cojo” y Víctor descansan sentados en rocas. El sol aumenta su fuerza con cada segundo y los rostros se van tornando enrojecidos.

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La caminata o tracking se ve interrumpida por hondos acantilados y –por momentos– uno deja de ver al resto del equipo y se siente solo en medio del desierto. De cuando en cuando, un cañán espantado cruza presuroso el camino, ante la invasión de su terreno. El último deporte que se practicará es el sundboard. Aunque olvidamos la cera para las tablas, la duna es lo suficientemente empinada para agarrar la velocidad requerida. La experiencia es emocionante, aunque antes de llegar al fondo de la fosa hay que lanzarse o quitar un pie para frenar. De lo contrario, el impacto con las rocas de la profundidad sería fatal.
Para suerte nuestra y desdicha de nuestro amigo rapaz, todos estamos sanos y salvos. El día en esta caleta está terminando y los vientos cada vez soplan con más fuerza. Los rayos solares nos dan una tregua para emprender la caminata hacia la carretera Panamericana y abordar un microbús a Trujillo. Una sensación de que en La Libertad hay miles de sitios similares a esta playa de ensueño invade al equipo de aventureros. La promesa es descubrirlos y –por qué no– conquistarlos.

Agosto, 2005.

1 comentario:

nirvana dijo...

hey pier, muy bueno, creo q voy hacer lo mismo, claro no escribo como tú... felicitaciones... turismo y aventura lo mejor...