miércoles, abril 25, 2007


Bolívar en su laberinto
Provincia más olvidada de La Libertad, que bien podría ser el Macondo de García Márquez, clama ayuda a gritos.

La provincia más lejana y olvidada de La Libertad fue bautizada –paradójicamente– con el apellido de aquel general venezolano que soñaba con la integración de los pueblos: Bolívar.
Viajar desde Trujillo hasta este punto del departamento es realmente una odisea cargada de impaciencia, dolor corporal, frío, sofocación, malos olores y temor a que el bus sea tragado por alguno de los profundos abismos del camino.
Es tan marcada la desconexión de este lugar con la capital departamental, que los escasos trujillanos que conocen de su existencia no saben que para llegar allá, primero deben viajar seis o siete horas a Cajamarca y luego abordar el único y viejo microbús que se aventura cada dos o tres días en una desastrosa trocha. Pretender llegar a Bolívar por la carretera de la serranía liberteña, pasando por Otuzco y Huamachuco, implicaría viajar en carro hasta Pucará (Sánchez Carrión) y luego a lomo de bestia en un circuito espantoso de tres días. Por ello, Bolívar más parece una provincia de Cajamarca que de La Libertad. Por algo, hasta 1925 se llamaba provincia de Cajamarquilla.
Para llegar a la ciudad donde Atahualpa perdió la vida en manos españolas, en Trujillo se encuentran buses desde 15 soles. Pese a los continuos deslizamientos originados por las lluvias invernales, el asfalto de la vía hace el viaje –en cierto modo– placentero.
Sin embargo, los verdaderos problemas para quienes quieren llegar al pueblo de Bolívar, capital de una provincia homónima ubicada al norte de Pataz, empiezan con la pugna por ganar un asiento en el microbús que parte de Cajamarca los lunes, miércoles y sábados a las 5.30 de la mañana. No se trata sólo de suerte, sino también de solvencia económica, pues el costo del pasaje asciende a 40 soles, dinero con el cual bien se podría viajar, ida y vuelta, entre Trujillo y Piura.
El vehículo toma el camino de Celendín, ciudad situada a cuatro horas de Cajamarca, y luego recorre Balsas, San Vicente, Longotea y Ucuncha, cruzando obligatoriamente las sinuosidades del Marañón que inspiraron a Ciro Alegría a escribir “La Serpiente de Oro”. Este periplo por provincias altas de la sierra y muy bajas de la selva convierte por momentos al bus en un sauna maloliente, pero en otros, en una congeladora.
Con suerte, el viaje desde Trujillo hasta Bolívar puede durar 23 horas, pero si las condiciones son desfavorables la travesía se puede prolongar hasta 30. No es difícil encontrar inmensas rocas a mitad de camino o pantanos formados por las lluvias que hacen patinar al bus en las curvas. El camino realmente- dista mucho de ser una carretera. Si en la Panamericana los vehículos se desplazan a 100 kilómetros por hora, por esta trocha no se puede ir a más de 25 o 30. Pisar más el acelerador sería fatal.
Aún está fresco en la mente colectiva de los bolivarianos el día en que un bus rodó por un abismo de 200 metros de profundidad cerca de Celendín y acabó con la vida de 18 personas y dejó graves a otras 10. Fue un 6 de abril de 1996. La culpa fue del camino.

EN EL FIN DEL MUNDO
La última vez que una autoridad visitó Bolívar fue en octubre del año pasado, cuando el presidente regional, Homero Burgos, trasladó ayuda para las familias afectadas por el terremoto de Lamas (San Martín). Aquella vez, una mujer de 63 años perdió la vida, 23 personas quedaron heridas, numerosas casas de Bolívar se destruyeron y otras más se desplomaron en los caseríos y distritos periféricos.
Quien aún sigue algo traumatizada por el remezón inesperado del 25 de septiembre de 2005, que casi sepulta a su hija mayor mientras dormía, es doña Delia Gariza Valle, propietaria del restaurante Pamelita de Bolívar, considerado como uno de los mejores del pueblo no tanto por su estratégica ubicación (la plaza de armas) como por su exquisita sazón. Ella, a pesar del shock del cual se repuso 15 días después del sismo, recuerda a la perfección cómo numerosas casas prefabricadas y colchas no fueron repartidas entre quienes las necesitaban. “Seguro las entregaron en los caseríos, porque acá en Bolívar no dejaron ni una. O tal vez las tendrán guardadas en la microrregión… ¿quién sabrá pues?”.
Gariza Valle ve con preocupación cómo el abandono de su pueblo va ahuyentando cada vez más a los jóvenes que terminan la secundaria. Ellos, en busca de oportunidades en Trujillo o Cajamarca, dejan su natal Bolívar y sólo regresan (muchos de ellos con aires de costeños o citadinos) para las fiestas del pueblo. Otros, incluso, nunca retornan. “Bolívar está abandonado. Trujillo no se acuerda que esta provincia es también parte de La Libertad, por eso se van los muchachos a la costa”, dijo la comerciante en su negocio, mientras sus dos hijas mayores atendían a algunos comensales y el más pequeño se entretenía con los tres únicos canales de televisión que se pueden captar.
Esta fuga de adolescentes y jóvenes ha convertido a Bolívar en un pueblo de niños y viejos. El intermedio, es decir, los hombres y mujeres que podrían unirse y luchar por el desarrollo de su localidad, se ha ido. Y sólo han quedado personas con ideas retrógradas y sobre todo, sumisas.
Pero el problema va más allá de la emigración de mentes. Los muchachos que no tienen alternativas para escapar de su tierra, como ellos quisieran, quedan expuestos al alcoholismo y la venta de drogas que, -según Gariza, en los últimos meses está aumentando. “Las autoridades deberían dar oportunidades a los muchachos porque ahora no tienen nada qué hacer. Entonces se emborrachan desde chiquitos y hasta se drogan…”.
Pero como Gariza Valle no quiere que a sus tres hijos les suceda lo mismo que a la mayoría de muchachos, ella desde siempre les ha inculcado valores, así como amor por su tierra. Ella los hará terminar la secundaria y los viene alejando del alcohol, las drogas y también del machismo que, como en toda la sierra peruana, también está presente en Bolívar. “Yo quiero que mis hijos sean buenas personas y por eso con mi esposo, que gracias a Dios no tiene vicios, trabajamos bastante. Pero hace falta ayuda de Trujillo, de las autoridades, del presidente…”.

ALCALDE FANTASMA
La última celebración de la Semana Santa fue una buena oportunidad para que el alcalde provincial de Bolívar, Alejandro Echevarría Valle, se reconcilie con su pueblo, pues aunque en Trujillo se piense que él está haciendo una buena gestión, allá, a más de tres mil metros de altura, los bolivarianos no están contentos. A pesar de esto, durante los días santos en que el pueblo organizó una fiesta religiosa al mismo estilo de Otuzco, el burgomaestre brilló por su ausencia.
Los bolivarianos responsabilizan a su alcalde del retraso en el que viven y, en parte, no se equivocan. Echevarría, en primer lugar, no vive en Bolívar. Él viaja constantemente a Trujillo y Lima para revisar sus empresas, lo cual causa descontento.
Pero el alcalde de Unidad Nacional colocó la cereza en la torta durante las últimas elecciones presidenciales. Sus colaboradores, según las investigaciones, mataron dos reses para regalar exquisitos almuerzos y repartieron útiles escolares a escasos días del sufragio.
“Un día vinieron de la Municipalidad y me dijeron que iban a pintar mi fachada con una propaganda de Lourdes, pero yo hablé con mi esposo y no aceptamos. Además, yo le estaba dando pensión a ocho trabajadores de la ONPE y ellos me dijeron que no lo permitiera. Sin embargo, al día siguiente desperté y en mi pared estaba el inmenso anuncio de Lourdes. Mis pensionistas se tuvieron que ir. Nadie me ayudó”, relató doña Delia Gariza.
Quien decidió ponerse del lado del pueblo y dar cuenta al Ministerio Público de estos hechos es el bachiller en derecho Elí Chilcho Floríndez, quien presentó una denuncia contra el alcalde por presunta malversación de fondos, sustentada en una factura a nombre de la Municipalidad por compra de brochas para pintar anuncios propagandísticos. “Aquí todas las autoridades se unen y hacen fuerza para que nadie les haga nada. Hay mucha corrupción”, dijo el futuro abogado.
En el caso del supuesto proselitismo intervino el Jurado Electoral de Santiago de Chuco, cuyo presidente, Pedro Navarro, dijo que el 70% de pintas de Lourdes las realizó en Bolívar el alcalde y su personal. “Como es una zona alejada, carece de fiscalización inmediata”, dijo Navarro a La Industria a principios de abril.

UN PUEBLO DESCONECTADO
A Bolívar, mucho menos a los caseríos más alejados, no llega ni un solo periódico. Ni los más populares y baratos. Los pobladores se enteran de lo que pasa en el mundo por Radio Programas, aunque la señal de esta emisora nacional en ocasiones se pierde o llega entrecortada. Pensar en televisión por cable en esta provincia con más de 17 mil pobladores, es un sueño.
Lo que sí hay en Bolívar es Internet. Aunque cuesta tres soles la hora y es más lento que una tortuga. Adjuntar una foto demora entre 25 y 30 minutos, cuando no debería pasar los dos o tres minutos. Así de pesado también es el servicio telefónico, al cual se puede acceder en dos centros comunitarios aledaños a la plaza de armas. Allí, enviar un facsímil cuesta cinco soles. No queda otra, sólo pagar.
A pesar de estas limitaciones que contribuyen con el letargo y desconexión de los bolivarianos, para Luciano Chiguala Puitiza, dueño del restaurante El Buen Sabor de Bolívar, el principal problema de su pueblo es la incultura generalizada, que descansa en los cimientos de una pésima calidad educativa que ofrecen los profesores en las escuelas de primaria y secundaria. “Aquí nos envían a los peores profesores… son profesores de tercera. Incultos y mediocres, que ‘corretean’ a los buenos maestros que llegan de vez en cuando”.
Chiguala se dio cuenta de esto cuando su hija postuló a la Universidad Nacional de Trujillo y sólo ingresó a la escuela de Enfermería al cuarto intento. “Los chicos que ocupan aquí el primer o segundo puesto en el colegio, no saben nada en Trujillo. Ya estamos a mediados de abril y las clases aún no comienzan… Por eso estamos así, callados ante la indiferencia de las autoridades”, dijo el comerciante.
Chiguala Puitiza también considera vital mejorar el servicio de salud, no sólo en la capital de la provincia donde existe una posta del Ministerio de Salud regentada por un obstetra, sino sobre todo en las zonas más alejadas como Bambamarca y Condormarca, a donde sólo es posible llegar montado en acémila. “El servicio es pésimo, te atienden cuando quieren. Pero nadie dice nada. ¿Se imagina si alguien tuviera una peritonitis? Se muere en el camino porque hasta Cajamarca demora siete horas”.
Falta de carreteras, educación de mala calidad, servicios de salud insuficientes y, para colmo, líderes irresponsables y un pueblo sometido, son los principales problemas de este recóndito punto de La Libertad que bien podría compararse con Macondo. La diferencia es que el pueblo magnífico del Nobel colombiano es hijo de la literatura y –al final de su existencia– se lo llevó un vendaval. ¿Pasará lo mismo con el Bolívar de La Libertad, que sí existe? El tiempo lo dirá.

Abril, 2006.

1 comentario:

yola dijo...

GRACIAS SEÑOR PERIODISTA LE SALUDA UNA BOLIVARIANA,ESTA ES LA REAL VIDA DE LOS QUE ESTAN EN BOLIVAR, AH FALTO COMENTAR SOBRE LA TELEFONICA,YO QUISE PONERLE TELEFONO A MIS PADRES Y NO ME DEJARON PORQ ESTA MONOPOLIZADO,LA VERDAD BASTA CON ESTAR UNOS DIAS EN BOLIVAR Y SE DA CUENTA DE LA REALIDAD Y DEL OLVIDO DEL PUEBLO GRACIAS Y DIOS LO BENDIGA OJALA LAS AUTORIDADES HICIERAN CASO DE ESTA REALIDAD